Creatividad

Redefiniendo

Cuando Hamman Mohaman, hace más de setenta años, aprendió a tocar la flauta, se convirtió en el músico más precoz de su pueblo. Llamaba la atención de todos, era la sensación cada vez que iba con sus padres a la plaza. Lo solían colocar junto a un pequeño mono, él tocaba y el animalito bailaba, daba la impresión de que hubieran nacido juntos.
Los vecinos felicitaban a la familia, habían sido bendecidos con un hijo artista, pocas personas podían decir lo mismo, quizás en alguna vida anterior hicieron algo de valor.
Su padre cada fin de semana solía levantar una carpa en el centro histórico. Colocaba un enorme cartel en donde publicitaba la actuación del rapaz, este ponía todo de su parte, se lo tomaba como un juego.
Un director, después de observar una de sus actuaciones, se puso en contacto con su padre, ¿dejaría que su hijo apareciera en una película que se rodaría por los alrededores? y añadió: Si todo va bien conseguirá ser famoso y se podrá labrar un futuro mejor de lo que jamás habría pensado.
Al escuchar esto llegaron a un acuerdo, pero no le explicaron cuál sería su papel, por eso practicó un número especial, se pondría delante de la cámara, con la firme idea de no dejar indiferentes a los espectadores.
Cuando llegó la época de grabación el encargado les informó que filmarían durante una hora, esperaban naturalidad y que diera lo mejor de sí. Siguieron los cronogramas y, tras concluir, se despidieron. Además, añadió que, dentro de poco, cuando la película estuviera terminada, se pondrían en contacto para invitarlos al estreno.
Efectivamente, los contactaron y asistieron a la premier, pero se sorprendieron al descubrir que la participación del niño no sobrepasaba los nueve segundos. Cuando reclamaron, la productora afirmó que era cuestión de edición, si vieran la cantidad de material que sobraba por cinta se caerían de culo −expresaron con aires de suficiencia.
Solo se quedaron tranquilos cuando les prometieron que habría una edición especial −una del director−, en dónde su actuación saldría al completo, ya que en ella se podían tomar ciertas licencias, que en la gran pantalla era imposible. Pero esas promesas no se cumplieron.
Esto no los desanimó, siguieron exponiendo a su retoño en todas partes, incluso salió en la televisión, en ese momento se sintieron realizados, habían tocado el cielo, su hijo era famoso.
Con esto se hizo un nombre, era llamado cada cierto tiempo para participar en las verbenas del ayuntamiento y de cualquier evento cultural que presentaban.
Así se fue haciendo mayor, atrás dejó su época de artista en ciernes, ahora era uno en toda la extensión de la palabra.
Un agente, un día, se le acercó y le dijo: señor Mohaman, con su talento usted podría hacer mucho dinero en el extranjero, aquí lo está desperdiciando.
Sin embargo, no estuvo de acuerdo, él quería quedarse en su tierra. No se sentiría a gusto ganando dinero y que su pueblo se mantuviera en el atraso.
El agente se fue desencantado con la idea firme de que pensar así significaba tirar a la basura toda una carrera, pero no perdería el tiempo en hacerle cambiar de opinión.
Él confiaba en que su fama trascendería al tiempo, nadie opacaría su luminaria, además su labor social, de una forma u otra, sería recompensada, consideraba que el respeto era un bien que no tenía precio.
Siguió con sus actividades, por las noches cuando la plaza se llenaba de vendedores se colocaba en el lugar de siempre. Comenzaba a tocar y, como era habitual, la gente lo rodeaba para escucharlo.
Esa plaza era suya, con su performance era quien le daba vida, sin él, aquel espacio perdería gracia, ya que no notaba que las nuevas generaciones siguieran sus pasos, pues estaban a otras cosas con menos sentido, remedando burdas muestras de arte que no aportaba nada a la cultura.
Así pasaron los años, de ser lo más llamativo, cuando era niño, pasó a ser solo un tipo excéntrico, ahora que era adulto. Quizás si hubiera innovado en su acto, ahora tendría nuevos seguidores, pero lo que hacía no era novedoso. Eran otros tiempos, la gente prefería presentaciones con una propuesta más efectiva.
En la época de la globalización, Mohaman era una pieza de museo, de esas que solo se ven desde lejos y se les presta cinco segundos de atención, ya que no tiene sentido seguir lo desfasado, lo que da la espalda a la modernidad.
La plaza, continuamente, traía nuevos visitantes, por las noches se llenaba de colores, el bullicio de los vendedores, y artistas ambulantes, redefinía la nueva cara del lugar. Como él representaba lo vetusto, nadie se detenía a escucharlo, todos pasaban de largo…

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