Creatividad

Chapuza

A causa de la temporada invernal, estaba duchándose con agua caliente. Debido a la temperatura que alcanzaba, el cuarto de baño, literalmente se convertía en una sauna, dejando empañados los espejos.
Durante una época, para evitar que esto se produjera, encendía una pequeña estufa, sin embargo, tuvo que dejarlo de lado por los sobrecostes que implicaba en la factura eléctrica, era mejor hacerlo manualmente, de este modo se ahorraba unas monedas para invertirlas en otros menesteres.
Disfrutaba del momento y del sonido de las gotas al rebotar en el suelo, cuando, de soslayo, notó que uno de los azulejos de la pared estaba a punto de caerse. Al verlo en ese estado lo contuvo, como aún no había terminado de ducharse, lo cogió y lo puso en un costado. Tras concluir y secarse, comenzó a analizar la situación.
Observó detenidamente la baldosa, parecía antigua y la poca masilla que tenía, por el aspecto, era igual de vetusta. Seguidamente se enfocó en el alicatado (se veía raro sin esa pieza), gracias a ese estudio, pudo notar que varias de sus juntas no tenían ningún elemento que las uniera, pero seguían en su lugar. Luego, de esa primera impresión, procedió a dar pequeños golpecitos en el mosaico para ver si cedía alguna más y así, más tarde, no encontrar restos desperdigados por el suelo.
Tendría que encontrarle una solución a este inconveniente, por eso planificó solventarlo durante el fin de semana, no podía dejar que pasara mucho tiempo, era importante resolverlo cuanto antes. Para tenerlo libre canceló una serie de compromisos.
El sábado a primera hora se acercó a un centro especializado, una ferretería que estaba a dos calles de su vivienda, y habló con el encargado.
Explicó lo que le había sucedido y preguntó cuál era el proceso para volver a colocar el azulejo. El dependiente —muy seguro de sí mismo, respondió que era sencillo, le dijo que lo esperara un momento, iría a por un producto llamado cemento cola, era lo único que necesitaba para ponerlo en su sitio. Cuando volvió puso una caja en el mostrador y le afirmó que siguiendo las instrucciones que en ella se detallaban tendría el material esencial para colocar la baldosa y después de veinticuatro horas el asunto estaría solucionado. Además, adjuntó una espátula, indispensable para restaurarla.
Antes de volver a su casa recordó lo de las juntas, se lo comentó al dependiente, el cual sostuvo que para eso también tenía un producto, lo buscó y se lo alcanzó, era masilla en tubo, esto se aplicaba entre ellas, el excedente se limpiaba con una esponja y, como era de secado rápido, quedaría listo en poco tiempo. Salió agradecido, confiaba en mejorar la vista del mosaico.
Una vez en el piso se puso manos a la obra. Efectivamente, era cierto lo que le dijo el experto, siguió a rajatabla las indicaciones. Echó mano de un recipiente viejo, incorporó una cantidad generosa del polvo mágico, le añadió un poco de agua y obtuvo una pasta, la repartió con cuidado en la baldosa, previamente la había dejado impoluta, cuando consideró que había aplicado suficiente cemento se centró en colocarla en su lugar, trató de encajarla con sumo cuidado cuando, por un desliz, hizo que se aflojara la de al lado. Viendo que la coyuntura podía ponerse chunga, dejó la que tenía en las manos y sostuvo la que había cedido, ahora tenía dos piezas fuera de lugar. Sin saber cómo reaccionar, trató de sosegarse y, tras unos minutos, de repente se inspiró, las cosas no le podían ir peor —pensó—. Limpió la nueva pieza, hizo más pasta y se la suministró. Las puso a ojo, evitando que cedieran más baldosas, se notaba su poca pericia en esas lides. Ahora tendría que esperar a que fraguara el material, esperaría el tiempo que se indicaba en el modo de empleo.
Al día siguiente se acercó para ver cómo había quedado su obra, a lo lejos se veía bien (mejor de lo que esperaba), pero al acercarse se podía comprobar que los dos azulejos recolocados sobresalían un poco, nada grave, los tocó y notó que habían pegado bien. Luego aplicó la masilla en las juntas y esperó a que secara, pronto descubrió que era mentira lo del secado rápido, tendría que esperar un par de horas más, cuando pasó ese lapso, la ducha quedó lista para ser usada, había salido airoso.
Esperaba que, por lo menos, su reparación (aunque no era profesional) aguantara el tiempo suficiente, el tiempo que estuviera viviendo en ese piso, no sabía cuánto demoraría en encontrar uno nuevo, rogaba para que se cayera cuando estuviera lejos de ahí, en ese momento, ya no le importaría, no era una actitud egoísta, pues consideraba que había hecho lo suficiente. Así, a lo tonto, esa chapuza estaba aguantando. A lo lejos miraba el azulejo, se acercaba, lo tocaba, se veía estable, no caería.

Mitchel Ríos

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