Creatividad

A través de un cristal

Aquel día la lluvia era incesante, al salir de la terminal, no le fue posible andar más de dos bloques.
Desde su ubicación veía a la gente pasear, le parecían simples figurantes en una gran obra, cuya labor consistía en recorrer las vías sin un destino aparente.
El clima cambiante era un sinsentido, era el condicionante fundamental del comportamiento de sus habitantes.
Le parecían espectros sin alma, sin emociones, caminantes en un sendero que últimamente le mostraba su rostro más oscuro.
Por la mañana, al salir, no vio la necesidad de coger el paraguas. Habían pronosticado lluvias toda la semana, pero estaba cerca de terminar y no cayó gota alguna, en tal tesitura, pensó que no valía la pena ir demasiado cargado, dejaría en casa el chubasquero.
Observaba la ciudad, su gente. Últimamente se había planteado cambiar de aires, irse a un lugar diferente.
En ese instante no supo si decantarse por dejarlo era la mejor elección.
Llevaba varios años viviendo en el mismo lugar, ¿cuánto tiempo estaría ahí?, se había acostumbrado a la comodidad, algo malo si quería tener ideas que dieran pie a buenas creaciones.
Viendo que no podría seguir avanzando, entró en el primer bar que pudo, se sentó en el sitio más próximo a la puerta, no tenía la intención de consumir, quería esperar ahí hasta que el aguacero escampara.
Su intención era la de cambiar cada lustro de piso. Durante un tiempo lo cumplió.
Hasta que las condiciones mejoraran.
En sus años de universidad vivió a su antojo y en donde quiso, pero esta temporada no le fue fácil, la culpa la tenían los precios de los alquileres y los requisitos desproporcionados, afirmaba.
Un haz de luz en ese cielo sombrío.
De este modo dejó de lado esa costumbre y tuvo que resignarse a seguir en aquel espacio.
El sitio tenía buenas vistas, sus grandes ventanales permitían que se observara todo lo que pasaba fuera. Le pareció que había hecho una buena elección, podría saber si la lluvia paraba.
Cada cierto tiempo se decía que buscaría otras opciones, pero eso se quedaba solo en propósitos, le daba pereza buscar, pues debía armarse de paciencia y luego concertar alguna entrevista.
En otras circunstancias podría hacer un pedido, un café cortado y algo para picar, pero en ese momento no le apetecía, tenía las ganas justas para esperar.
Quizás eso les pasaba a las personas que deambulaban por ahí, no se sentían en su lugar, no consideraban que el suelo que pisaban era el sitio en el que pasarían el resto de sus vidas.
Una vez en la cita sentía que lo analizaban, como si el que le mostraba el piso estuviera rellenando una ficha con su comportamiento, le resultaba incomodo.
Era una sensación que aparecía y no lo dejaba, lo distraía y empujaba a darle vueltas a la cabeza, a plantearse, la mayoría de las veces, tonterías, a buscarle sinrazones a todo lo que pasaba a su alrededor, a autocompadecerse, a pensar que todo el mundo estaba en su contra, que era una víctima del medio.
Intentaba actuar tranquilo y responder a las preguntas que le formulara, tratar de sonar amigable, no quería que tuvieran una imagen equivocada, una que no le cerrara puertas, aunque resultara hipócrita, por momentos sonreía, en otros destacaba las bondades del lugar que le mostraban.
Le costaba crear nexos, conocía a la gente porque los veía todos los días, pero no por ser social.
A veces no podía soportarlo más, hacía el ademan de recibir una llamada y se disculpaba, salía lo más raudo posible.
De repente, se fijó en alguien que hablaba solo, iba discutiendo con una voz mágica, era una disputa acalorada, hacía gestos, se enfadaba, solo él sabría el sentido de su pantomima.
Igual podía plantar cara, pero eso sería en vano, el mundo seguía unas normas y tenía que ceñirse a ellas, hacer lo contrario significaría convertirse en un paria a los ojos de quienes podían facilitarle las cosas.
Se acercó el camarero y preguntó si ya sabía lo que iba a pedir, respondió que aún no lo tenía claro.
La idea de no poder elegir en donde vivir, sino, más bien, tener que conformarse con esperar a la buena voluntad de alguien que adaptara sus precios a sus pretensiones, le hacía sentir que los negocios estaban antes que el bienestar general, ¿en qué momento la sociedad solo se centraba en el dinero?, se preguntó.
En otras circunstancias, repitió.
Le hubiera gustado tener una respuesta, pero, le era imposible, el egoísmo imperante lo estaba arrinconando, empujando a tomar decisiones que no había planificado y surgirían conforme lo apretaran las necesidades.
Las calles del barrio parecían otras cuando prestaba atención, cuando las miraba a través de un cristal. Ese alejamiento, momentáneo, le servía para tener una mejor perspectiva de aquel lugar frío, deshumanizado, que devoraba a diario sus sueños.
Esa actitud lo venía asfixiando, pero no podía decirles que pararan, solo podía llevarse a cuestas su mal sabor de boca. Entretanto, la lluvia no menguaba, por tal motivo fue maquinando la siguiente excusa que le diría al camarero cuando se le acercara nuevamente y preguntara si ya sabía lo que iba a pedir.

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