Creatividad

Unos minutos

—Hola …, ¿cómo te va?
Fue el revulsivo de un conjunto de momentos, de largas charlas, interpretaciones personales, conclusiones por libre, versos sueltos en un margen ilusorio, cambiante.
Cogió el móvil, en un acto espontáneo, con las dudas de no saber quién contestaría. Presuponía que alguien conocido, pero tras muchos años cualquiera podría estar del otro lado, los números cambian de dueño, no es algo que tengas para toda la vida, están en tu posesión mientras puedas pagarlo.
Lo sabía porque cada cierto tiempo lo llamaban preguntando por un taller de coches, la primera vez le resultó llamativo, pero a partir de las constantes repeticiones se le hizo cansino, lo siento, número equivocado, solía decir, pero, por lo visto, no quedaba claro. En ocasiones llamaba alguien joven, otras un tipo mayor, con una voz desagradable y malos modos, esto le daba ideas, podría contactar con la empresa en cuestión y espetarle que no era su secretario, sería una buena idea, así como ofrecerse a coger las llamadas y anotarlas en una agenda, les haría un presupuesto ajustado a sus necesidades, no sería una mala idea, ahora que su economía no era boyante le podía salir a cuenta.
Podía situarse en diferentes escenarios, si le escuchaba una voz que difiriera de la esperada colgaría, diría, simplemente número equivocado o marqué por error, eso sería suficiente para salir del paso.
También pensó en lo que hablaría, después de tanto tiempo, sin saber nada, ¿qué preguntaría?, esto era lo peliagudo de llamar.
Si se sinceraba, consigo mismo, no tendría motivo alguno para contactar. Exhumar a ese muerto no valía la pena, ya que sería una acción con consecuencias, las cuales no sabía con exactitud. Sería como volver sobre sus pasos, desandar el camino hasta ese instante, si lo pensaba fríamente sería echar por tierra las lecciones interiorizadas.
A pesar de no tener muy claro el sentido de aquella decisión resolvió contactar, marcaría y dejaría todo en manos de la suerte.
Le hablaría de los cambios en su vida, las cosas que había aprendido. Estaba centrado, maduro, tenía una mejor perspectiva de ciertas cosas, ahora era más crítico con su posicionamiento, se enfocaba en el bosque, no solo en el árbol. Asimismo, era menos neurótico, estaba en manos de un especialista, progresaba.
Después de esa presentación, tal vez le pediría disculpas, o algo más, eso dependería del contexto.
En sus momentos de soledad había descubierto cosas de su personalidad que no eran tan buenas como creía, en parte fueron las culpables de que aquello no funcionara.
Si le reclamaba podía echarle la culpa a su ignorancia, a su juventud, al defecto de dejar todo para después.
Procrastinar se le daba fenomenal y lo aplicaba a todo, incluso a sus relaciones personales. Semejante tara, tenía solución en tanto tuviera relación con las actividades comunes, le bastaba con decir, lo olvidé (aunque no lo hubiera resuelto) y asunto arreglado, pero con lo segundo no era viable soltar la misma excusa, esto requería de una fórmula que apaciguara los ánimos.
Era un problema del que no se percató hasta mucho tiempo después, cuando leyó el mencionado vocablo y descubrió pertenecer al grupo de quienes lo padecían, esto hizo que le diera vueltas a hechos puntuales que degeneraron en aquel distanciamiento.
Así fue como descubrió que aquel vicio lo acompañó siempre, pero nunca cayó en ello, su renuencia a verlo fue un obstáculo, pero como darse cuenta de sufrir algo así si no lo conocía, luego siguió que todo formaba parte de sus excusas, se escudaba en la diferencia de carácteres, de formas de ver la vida, de sentirla o de recorrerla.
Cuando hablaron de dejarlo estaba convencido que todo se debía a las diferencias existentes, a las discusiones, a lo exasperante que podía ser una bronca cuando consideraba que no tenía razón de ser, momentos complicados los pasa cualquiera le dijeron y estuvo conforme con ello.
Acordaron que mantendrían la amistad, además no todo fue malo, se dijeron, en esta propuesta comulgaron, se llamarían de vez en cuando. Con el tiempo pasó a ser solo un contacto en una agenda, un nombre cualquiera almacenado en una memoria volátil, a expensas de ser borrado en un arrebato, de esos que suelen dar cuando se siente mellado el orgullo.
Al escuchar aquella voz, después de tanto tiempo, le resultaba extraña, le parecía tener del otro lado a un ser distinto al que había conocido en el pasado, esto tendría que ver con el distanciamiento y el olvido de lo que prometieron.
Sin saber que más decir continuó soltando lo que se le iba ocurriendo, su cabeza pensaba una cosa y sus labios decían otra, había una desconexión. Trató de salir airoso, preguntando por cosas personales, por la respuesta se dio cuenta que no tenía nada más para decir, mejor hubiera sido anotar todo en una hoja y no soltar aquella perorata, pero no, no se le ocurrió hacerlo.

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