Creatividad

APP

Miró en la aplicación de su móvil, como cualquier otro día, pensó que aparecería en la pantalla lo que llevaba esperando, la notificación para ir a recoger un pedido y llevarlo a su destino.
Se encontraba en la plaza que aún mantenía sus bancos, la moda, impuesta por el Ayuntamiento, era quitarlas, el fin, luchar contra la vagancia. Era un lugar atemporal, lo confirmaban las dos estatuas de escritores, uno de inicios del siglo XX y el otro, del siglo de Oro.
¿Cuántas veces se cruzó con ellas?
Seguramente más de las que pudiera recordar.
No hacía mucho le habían recomendado una forma sencilla de ganarse la vida, bastaba con instalar un sencillo software para llevar pedidos por la ciudad, dependiendo de la distancia, podían ser más suculentas las retribuciones.
Si todo era como se lo habían contado, resultaría sencillo ganarse una pasta.
El grupo formado en aquel reducto lo recibió de buen agrado, conformado por personajes que llevaban a sus espaldas historias particulares. El ambiente amistoso era un aliciente para levantarse de buen ánimo.
Su rutina, al empezar el día, era ir a por un café, planificaban sus rutas y zonas, lo tenían delimitado al gusto de los usuarios.
Gracias a los anuncios en los diferentes medios, la plataforma creció y aumentó el número de sus usuarios.
Se promocionaba como la mejor forma de trabajar, sé tú propio jefe —sostenía—, ten todo el tiempo libre que quieras, tú eliges tus turnos, que nadie te de órdenes.
Con el tiempo, el tráfico masivo en su red generó un cuello de botella, los encargados de velar por su correcto funcionamiento informaron del problema que tenían entre manos, era necesario, si no se aumentaba la capacidad de los servidores, limitar el número de usuarios, solo así se podría garantizar un funcionamiento correcto. Pero los que decidían estaban enfocados en obtener beneficios.
Para no perder su cuota de mercado se les ocurrió rebajar el precio de sus planes, así, demostrarían su compromiso con la clase trabajadora. Un cinco por ciento al plan pro, un dos por ciento al premium, la cuestión era convencer a sus usuarios. A pesar de estas medidas su popularidad no decayó, su hacer demagógico sirvió para frenar las posibles quejas.
Asimismo, con el mejor de los planes ofrecerían la posibilidad de tener solicitudes ilimitadas, como si querían trabajar las veinticuatro horas del día, los límites los ponía el interesado.
Cuando empezó nadie le informó de los pagos por el uso de la plataforma, decepcionado quiso dejar el trabajo, pero sus colegas lo animaron a continuar, incluso le recomendaron hacerse premium.
—Si le pillas el truco a la APP, puedes conseguir buenos dividendos —y añadieron— es la mejor opción para llegar a los mínimos.
Salvando este inconveniente, logró acostumbrarse al ritmo de trabajo. Le dedicaba doce horas diarias, planificaba sus días en torno a su nueva actividad.
Con el transcurrir de las jornadas y, al pasar constantemente al lado de las dos estatuas, se preguntaba sobre la cantidad de gente que por ahí paseaba, ¿cuántos podían ser?, lamentablemente eran mudos vigilantes de la urbe.
A pesar de las contrariedades, el aumento de la competencia, y el mal funcionamiento de la plataforma, lo importante era sacarse unas monedas. No valía la pena agobiarse o desencantarse, comprendió que no todos valían para eso.
Revisó el móvil, le saltó un aviso, tenía que hacer un trabajito, cogió su bici y se dirigió raudo a la dirección que indicaba.

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300

Dos