Creatividad
Día blanco
La primera vez que vi caer una nevada fue hace un lustro durante la temporada más fría que se recuerda en estos lares, aunque los mayores argumentaban que no era para tanto y añadían: frío el de sus tiempos.
La experiencia de ver al levantarme todo cubierto con un manto blanco fue atrayente, incluso me dediqué a tomar fotos.
Las calles, otrora tristes y aburridas, ese día tenían un toque especial.
Al salir y caminar por los lugares de costumbre vi a muchas personas disfrutando del momento, se lo estaban pasando bien, como era algo inusual, no se querían perder nada.
Envalentonado por el paisaje quise correr por esos caminos que parecían de algodón, como lo hacían en las películas que emitían en navidad, en las que varios grupos de chavales hacían muñecos y jugaban a tirarse bolas de nieve, pero la situación no fue como la había imaginado, ya que me fui de bruces, con tan mala suerte que mi frente fue la que más sufrió al chocar con una placa de hielo, en ese momento descubrí, en mis carnes, lo que sucedía con la nieve al caer al suelo.
En tales circunstancias me encontraba ahí tumbado con la cabeza abierta, salía tal cantidad de sangre que pensé que no pararía hasta teñir de rojo aquel lugar, en ese momento, guardando las distancias, pensé en el cuento de la chica que llevaba un dedo sangrando, su final era triste. Como yo no quería tener un destino así, hice presión en la herida con un gorro que me dejó una señora hasta que llegó la ambulancia que un buen samaritano llamó, cuando me colocaron en la camilla y me subieron al vehículo me recomendaron que me mantuviera quieto, cuanto menos me meneara mejor, me dijo un enfermero. Nos dirigimos hacia el centro de salud.
Al no tener gran cosa que hacer durante el trayecto me puse a darle vueltas a la cabeza. Como es de curiosa la vida, aquel día que había empezado tan chulo, se había tornado de color granate, así, de improviso, todo por hacer el tonto.
Al llegar me llevaron a una sala y me informaron que me pondrían puntos, creo que fueron trece. Mientras me cosía el doctor me preguntó si me gustaba caminar por la nieve, le respondí que sí y continué diciéndole, pero, eso sí, no volvería a correr, por el modo en el que lo dije soltó una carcajada.
Después de aquello me hicieron unas placas, querían saber si tenía algún traumatismo.
Todos los estudios salieron bien, no tenía nada, salvo la contusión en la frente, sin embargo, aquel día, por seguridad y porque era la normativa de aquel centro, afirmó el especialista, me hicieron quedar en observación, y añadió que tenía suerte, había visto otros casos en los que el cráneo sufría tal daño que era necesario colocar una placa metálica, para paliar el daño sufrido, me explicó.
Así concluyó esa primera nevada, durmiendo en la cama de un hospital.
Aún tengo huellas de aquel hecho, la herida no cicatrizó bien, de vez en cuando me la veo en el espejo y me trae el recuerdo de aquel día gélido.