Opinión

Un acto injusto

En una sala se reúne un jurado a dirimir si se declara culpable o inocente a un inculpado. Este juicio es mediático, ya que está siendo observado por todo el pueblo en dónde han tenido lugar los hechos. Tras las primeras deliberaciones no hay acuerdo, debido a que los argumentos a favor de declararlo culpable se enfrentan a la posibilidad de que sea inocente. De este modo el proceso se extiende, porque no hay unanimidad, en tales circunstancias el espectador descubre que uno de los miembros guarda un secreto que puede hacer volar el caso entero por los aires, trastocando con ello el proceso judicial.
De este modo la película «El jurado Nº 2» estrenada el pasado año 2024 y dirigida por Clint Eastwood, nos adentra en una historia en la que la ambigüedad moral de sus personajes queda patente en cada una de sus decisiones.
Así pues, conforme avanza la narración salen a relucir ciertos matices oscuros en el comportamiento de sus arquetipos, ya que sus ambiciones los llevan a utilizar de forma cuestionable las instituciones judiciales, aun a costa de permitir que un culpable salga indemne, ya que lo importante son las carreras profesionales y no el funcionamiento correcto del sistema, generando más dudas que certezas en su aplicación de las leyes. Además, dibuja a este ente como un entramado del que se sirven los poderosos para agrandar las injusticias.
En esta línea observamos que los escenarios han sido cuidadosamente elegidos, su fotografía y matices de colores destacan por sí solos, asimismo su ambientación nos lleva a creer que estamos dentro de un juicio real, a pesar de ciertos errores argumentales y de algunos diálogos insustanciales, consigue mantener la expectativa por saber en qué devendrá el proceso al que estamos asistiendo.
Nuestras decisiones a largo o corto plazo tienen consecuencias y debemos hacernos responsables de ellas, nosotros elegimos callar o hablar, mentir o decir la verdad, nadie nos obliga a expresar, o hacer, cosas que no sentimos.
Uno de sus puntos destacables es la dirección. El director hace gala de su maestría a la hora de mostrarnos su punto de vista y de soltar sutilmente algunos argumentos para que el espectador se entretenga y los pueda discutir, en consecuencia, da con la tecla a la hora de plasmar cada escena y de dirigir a los actores.
Al final la idea que queda sobrevolando en el ambiente es que no siempre las conclusiones son felices, no siempre el culpable es arrestado y condenado, en ocasiones se sale con la suya, demostrando que el sistema judicial no es infalible, ya que al ser controlado por seres imperfectos existe la posibilidad de que se equivoque. En definitiva, en esta realización se relata la forma en la que un ciudadano correcto, por no llamarlo modelo, no escatima esfuerzos para no ser declarado culpable, mostrando su lado más oscuro a la hora de esconder las pruebas que lo pueden imputar, ya que su egoísmo es más fuerte que el amor hacia su prójimo.

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