Creatividad

En manos de un algoritmo

No suelo usar las aplicaciones de citas, me parecen que son un despropósito, ya que algo que debería ser parte de la convivencia social, se reduce a revisar unos perfiles y, según lo que en ellos aparece, elegir cual es el más adecuado. Además —y esto es lo que me chirría—, para usar las funciones premium es necesario hacer pagos, con ello se sube de nivel y te permiten usar características que, de otro modo, no sería posible —el modo gratuito, apesta.
Alguna vez instalé una en el móvil —con fines educativos—, trasteé un rato, me pareció llamativa la cantidad de gente que se exponía a ser juzgada por extraños.
No llegué a contar la cantidad de usuarios, pero en su publicidad afirmaban que era la más popular y dónde había más probabilidades de conocer gente interesante —no sé sí esos datos eran inventados por razones propagandísticas.
Estaba en esa tesitura, cuando noté que me exigían completar mi perfil con una imagen verificada, resultaba excesivo, no quería pasar a formar parte de toda esa jungla de exhibicionistas. Al percatarme de esto mi aventura en aquellos territorios concluyó, no pensaba seguir perdiendo el tiempo.
Otra de los motivos por el cual no le encontraba mucho sentido, era por la cuestión de no saber a quién tenías al otro lado, solo se tenía que confiar en la foto que se observaba, no te proporcionaban un número de contacto —aunque probablemente al ser información sensible se la guardaban para ellos.
También, por más que se hablara con una persona, se podían maquillar ciertas cosas en las charlas, por lo tanto, mientras no se la mirara a los ojos, no sabrías si te estaba mintiendo o no. Todo esto para devenir en una cita a ciegas, en la que se podía realizar lo planificado o, simplemente, se interrumpía algo que nació sin mucho futuro.
Esto último daba mucho juego, era gracioso ver a las parejitas unidas por el algoritmo, en los bares se las podía descubrir fácilmente, a mí me divertía hacerlo, usualmente mi olfato no fallaba. Las parejas demasiado habladoras encajaban, recién se habían conocido físicamente, como era la novedad intentaban quedar bien, a diferencia de los que llevaban tiempo saliendo. Por experiencia sabía que cuando estás con alguien un largo periodo, se acaban los temas de conversación, se llega a vivir una monotonía en la que lo interesante se echa de menos, ocasionando un distanciamiento insalvable.
Lo más curioso que vi, una de tantas veces, fue a un tipo con dos platos de comida, cualquiera diría que su acompañante habría ido al baño —eso pensé cuando me fijé en él.
La escena era sugestiva, en ambos estaba servido lo mismo, imaginaba que en algún momento habría estado con alguien, si no, qué sentido tenía tener dos. Era sencillo elucubrar, habría quedado, pero su cita se desencantó al instante y lo dejó solo, aunque esto era factible, también era una forma maleducada de irse, otra opción era que su soledad fuera fruto de una discusión. Al final no supe en que terminó todo, tuve que irme, sin embargo, me hubiera gustado ver el desenlace —lo cotilla lo llevaba en vena.
Así pasaba el rato cuando estaba por esos reductos, siendo un observador, pero al verme solo, uno de tantos colegas que por ahí pululaban, se preocupó por mi situación, de un día para otro, me aconsejó usar una aplicación de citas en particular, porque merecía ser feliz —afirmó—, daba por hecho que conocer a alguien te mejoraba la vida, como si estar emparejado fuera lo mejor que me podía pasar. no obstante, tendría que darle unas cuantas vueltas a la forma en la que me veían en ese lugar, yo me creía el más listo, pero, por lo visto me tenían como un tipo solitario al que se le debía dar consejos para conseguir pareja sí o sí.
Siguió con su recomendación, según su experiencia era la mejor, afirmaba, poniéndose de ejemplo, que funcionaba. A pesar de mis argumentos en contra, su insistencia pudo más, como no quería que siguiera con la matraca de usarla, le dije que le daría una oportunidad, pregunté el nombre, lo anoté y, una vez que se despistó, lo borré.

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