Creatividad

Flipao

Aún estaba dándole vueltas al modo en el que haría la antología de su obra. Al inicio tenía planificado empezar por la de sus comienzos, porque está claro que se debe partir en orden —meditó—, luego, confiaría en su buen juicio para continuar con su selección personal.
Flipao

Aún estaba dándole vueltas al modo en el que haría la antología de su obra. Al inicio tenía planificado empezar por la de sus comienzos, porque está claro que se debe partir en orden —meditó—, luego, confiaría en su buen juicio para continuar con su selección personal.
Antes de decidirse, caminó en círculos, no estaba seguro si valdría la pena, pues conociendo a los grandes especialistas o los autodenominados así (estos últimos eran los peores, eran como los tontos motivados, se creían dueños de la verdad), siempre tenían la última palabra a la hora de dar validez a un texto.
Es así como, tras meditar en ese asuntillo, se le ocurrió la idea de tomar cartas en el asunto, ¿quién mejor que el autor para seleccionar sus imprescindibles?, era importante que hiciera los deberes.
Antes de continuar pensó en la necesidad de buscar a alguien que escribiera el prólogo, en el siguiente estilo: Cuando conocí a… ya se le veían modos de gran…
Luego podría continuar con un discurso hablando de su buena técnica, temas elegidos y, asimismo, su manera de plantear sus escritos, a esto le podría añadir una reseña de lo que le esperaba al lector, como en el Cancionero de Baena, explicando extractos, más destacados, y reseñándolos para que fueran el punto de partida hacía una aventura sin precedentes, condicionando la lectura del usuario, de este modo sería menos duro a la hora de valorar lo que tenía delante.
También sería factible que continuara con más epítetos, si era posible que se inventara una amistad de muchos años, todo valía para darle nivel a la producción.
Tras este efímero júbilo, cayó en que sería necesario que el redactor fuera experto en estas lides y, lamentablemente, no conocía a ninguno. Se le ocurrió que podría inventarse un colega erudito, nadie perdería el tiempo haciéndolo.
Tras elegir los textos del inicio, procedió a seleccionar los que continuarían, o de su juventud, podría escribir una pequeña introducción explicando los escritos de transición hacia la madurez, de ese modo se seguiría mejor su desarrollo literario y entenderían su evolución, porque era esencial para acompañar los temas que plasmaba en su obra, así dejaría para la posteridad una buena recopilación.
No obstante, a pesar de tener casi perfilado su proyecto, le entraron las dudas, ¿valdría la pena?, estaba claro que, al hacer una incursión de este estilo, se exponía a estar en el ojo de la tormenta, algunos lo tendrían entre ceja y ceja por ufanarse y elaborar el mismo su antología, pero quien mejor que él para entenderse.
Luego tendría que publicitar el libro, conversaría con sus colegas editores, de este modo estaría en boca de todos, ellos se pondrían en contacto con un especialista en marketing, elaborarían un programa para hacer popular su obra reunida.
De repente tendría que dar entrevistas y preparar discursos, en consecuencia, tendría que hacerse con un traje, especial para la ocasión, sin duda, sería necesario tener todo preparado. Se imaginaba delante de un espejo, estudiando sus gestos y miradas, con esto daría énfasis a sus palabras, llevaría las riendas de su lenguaje y conseguiría posicionarse, hacerse conocido.
En ese momento recordó que la selección de textos aún no la tenía cerrada, le faltaban los de su etapa más sustanciosa, en la que ya demostraba un estilo, quizás se la podía denominar como la de consolidación, además sería estupendo señalar las diferencias con la inicial, para que nadie se le adelantara, porque ese era su temor, que un tipo que no supiera nada de nada, se llenara los bolsillos elaborando críticas sobre su producción.
De ningún modo estaba dispuesto a que algo así ocurriera, él quería ser quien llevara por el buen camino su hacer, nadie podía poner en tela de juicio su validez, además al ser el autor, tenía el poder para beneficiarse de sus elaboraciones, en este sentido se jactaría por su buen juicio a la hora de hacer la elección de los textos.
Iba cogiendo forma su antología, ya tenía el prólogo, los escritos iniciales, los del medio y los de la madurez, sin embargo, le faltaba algo más, algo en lo que no había caído cuando se embarcó en su labor personal, si bien cada etapa estaba claramente diferenciada, notó se identificaban con una numeración caótica, por consiguiente, sería confuso para el lector no iniciado seguirle el paso. Tras meditarlo, cayó en que lo mejor era indicar con notas a pie de página, a qué etapa pertenecía, así como su génesis, danto apuntes de la forma en la que fueron concebidos, ideados, para luego ser plasmados, corregidos y reelaborados.
Podría entablar una charla con el lector, explicándole las partes oscuras de sus escritos, lo que significaban, lo que quería aportar al debate literario, algo semejante a lo que hacían algunos cantautores, que, entre canción y canción, comentaban como surgió cada uno de los temas que interpretaban, era un buen parangón, pero tendría que ser directo, no se podía permitir el caer en digresiones, ya que al no saber lo que pensaría el interlocutor, tendría que imaginárselo. El ideal sería aquel que se detuviera en sus notas a pie de página, teniendo una experiencia sustancial.
Asimismo, para darle más nivel, incluiría un colofón, una especie de texto laudatorio, con el que cerraría su gran selección, sería un buen final. Hasta aquí todo estaba bien, pero para hacer una antología, primero debería tener los poemas escritos y aún no lo estaban, su obra entera anidaba en su mente.

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