Creatividad

Aquello que nos gustaba

Durante la espera nos quedábamos en pie, detrás de las sillas, observando cómo se divertían los chavales hasta que terminaba su turno.
Usualmente no teníamos problemas por esperar, nos poníamos a charlar un rato o, en su defecto, a observar cómo iba el enfrentamiento que tenía lugar entre los contendientes que ocupaban la máquina.
Las novedades que trajo al barrio aquel negocio hicieron que poco a poco muchos se fueran interesando por las consolas.
A mi peña, al inicio, poco o nada, le interesaban esos trastos, nosotros preferíamos ir al complejo deportivo, pasar las tardes, echando unas pachangas, en las que nos dejábamos la piel y algo más, porque al ser un campo de cemento, en más de una ocasión nos llevábamos de recuerdo rasguños en las piernas que, a la postre, devenían en cicatrices. Cada vez que las mirábamos nos sentíamos orgullosos, eso demostraba el compromiso que cada compañero tenía a la hora de participar en los encuentros.
Solíamos quedar después de salir de la escuela, por eso íbamos preparados, en la mochila metíamos unos pantalones cortos, una camiseta y unas deportivas, con eso nos bastaba para disfrutar de nuestros encuentros. Al terminar, independientemente del resultado, todos nos íbamos reconfortados a nuestras casas.
Durante el trayecto charlábamos, haciendo una especie de resumen de nuestras mejores jugadas, alguno imitaba la voz del locutor de moda que se oía en la radio nacional, resaltando con humor el juego desplegado por cada uno de los equipos.
Nos emocionaba haber emulado alguna de las jugadas que veíamos en la televisión. Queríamos ser como aquellos jugadores que salían en las portadas de los diarios, por ese motivo, teníamos sus posters pegados en las paredes de nuestros cuartos.
La afición de desgastar las zapatillas se convirtió en nuestro ritual, ritual que cumplíamos a rajatabla y aunque no fuera un trato explícito, los integrantes lo cumplíamos, le dábamos con ello el valor que requería, pues para nosotros tenía una gran significación, la que nos hacía parte de algo, estar en un equipo nos otorgaba la sensación de pertenencia, la de sentirnos en nuestro espacio, en donde tenía lugar todo lo que nos gustaba.

Pero con el discurrir del tiempo, poco a poco, se fueron interesando los del barrio por la novedad, esto significó que lo que al inicio era un local vacío pasara a estar lleno, siendo difícil encontrar alguien con el cual salir en dirección al campo deportivo.
No me entraba en la cabeza que fuera tan sustancial estar sentado delante de un televisor moviendo unos muñecos (tendría que comprobar si realmente valía la pena). A pesar de que mí no me parecía gratificante, hablé con un colega que era asiduo, tenía en mente que me diera algunas pautas para poder entender lo esencial de aquel pasatiempo.
No entendía el tener que esperar para coger un lugar, confiaba en que mi grupo lo iría dejando poco a poco, era cuestión de esperar, pero por lo pronto quería descubrir lo que ofrecía para dejar de lado las costumbres del barrio.

Estábamos esperando a que se desocupara alguna de las máquinas, observando cómo se entretenían los que estaban sentados. Los chavales cogían un mando y apretaban indistintamente sus botones, incluso algunos hablaban solos, echando la culpa de sus fallos a los muñecos que estaban en la pantalla. La escena era risible, parecían tontos, en ese momento hubiera sido gracioso grabarlos para rememorar sus actitudes pueriles.

Tras concluir su turno, ahora nos tocó a mi colega y a mí. Nos sentamos, cogimos los mandos y comenzó a indicarme como se utilizaban los controles, eran un poco liosos.
A mí lado unos chavales discutían porque no estaban conformes con el resultado.
Conforme pasaba el tiempo mi colega demostraba su pericia, era muy bueno.
Seguí fijándome en lo que acontecía a mi lado, no todos terminaban discutiendo, algunos pagaban y salían de ahí con la satisfacción de haber pasado un buen rato, un momento de entretenimiento.

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