Creatividad

Pasar el corte

Volvió a poner a prueba su escrito. Copió todas las líneas y las pegó en la ventana del software para que las analizara, esperaba pasar los filtros; presentar un texto, más o menos, decente.
Desde que se le dio por usar en su web un optimizador de contenidos para los motores de búsqueda, tenía problemas con los resultados. Por lo general sus redacciones eran calificadas con un llamativo puntito rojo. Con esto el SEO informaba del abuso de párrafos extensos (más de 300 palabras) que, al no estar separados por ningún subtitulo, hacían difícil su lectura. El análisis también indicaba que sus frases contenían demasiados caracteres, cuando lo recomendado era solo una tercera parte.
A primera vista no notaba esos errores, consideraba que escribía textos fluidos. Con este fin, cuando redactaba, evitaba colocar adornos innecesarios, para que su lectura fuera sencilla. Por eso ver los resultados le sentaba mal.
No era posible —se decía—. No entendía la afirmación de que su creación fuera de difícil lectura.
Para despejar sus dudas utilizó otro programa para que lo leyera en voz alta.
Al principio no lo utilizaba, le parecía que era innecesario (no valía la pena), con su lectura era más que suficiente. En tales circunstancias era reticente al uso de la inteligencia artificial para revisar sus escritos, pensaba en la intromisión que esta tendría en lo que escribía, ¿quién sería el autor?, ¿yo o el ordenador? —se inquiría—. Estas dudas le pasaron cientos de veces por la cabeza, no quería ser el amanuense de un portátil. Sin embargo, a veces, cuando revisaba lo que había escrito este no tenía la imagen acústica que había imaginado, más bien le sonaba de un modo distinto.
Estuvo en esta disquisición buen tiempo, pero un día se dijo que la probaría, no había nada de malo. Comenzó a echar mano de la IA en pequeñas dosis y tras ello, comprendió que era un buen complemento, le evitaba trabajos engorrosos y pérdidas de tiempo innecesarias. Era fácil notar los errores de puntuación, así como los sintácticos, solo bastaba con sentarse al ordenador, colocarse los cascos, seleccionar todo el texto y activar la opción hablar, de repente se escuchaba una voz que comenzaba a narrarle lo que había escrito. Aquí podía notar si era fluido o no, pues el algoritmo no se detenía en ninguna construcción. Cuando sucedía lo contrario corregía hasta solucionar el impase, la mayoría de las veces todo residía en reformular, sin embargo, algunos requerían mucho tiempo. Cuando pensaba en esto recordaba la vez en la que corrigió un escrito sobre un viaje.
En esa oportunidad quiso que fuera su texto más largo. Redactarlo no fue difícil, dejó volar la imaginación y rellenó varios folios. El problema surgió cuando se puso a quitar lo que era innecesario, notó que muchas partes no tenían sentido, faltaba cohesión, la historia se diluía en los errores y esto era un impase insalvable, ni usando el programa para escuchar el texto le fue posible. La solución fue reescribir el texto, manteniendo la idea central. Durante las horas que demoró, notó como el cuarto pasó de estar iluminado a estar en la más completa oscuridad.
Al final pudo reparar sus yerros, esto lo dejó aplanado, cansado, como si hubiera invertido toda su energía en esa labor.
Esa vez le sirvió para aprender e ir corrigiendo conforme iba elaborando sus borradores, era trabajar el doble, pero era mejor, así no tendría que devanarse los sesos, cuando, al día siguiente, lo tenía que corregir, pues al tener fresca la idea era más fácil utilizar términos sucedáneos.
Así fue sirviéndose de la tecnología, hasta que le hablaron de un programa más específico, esto —le arguyeron— era útil para publicar textos en la RED, le indicaron el nombre del software y le explicaron cómo debía instalarlo.
Conseguirlo no fue difícil, lo instaló (en su portátil), tendría que colocar sus escritos en la hoja en blanco que aparecía en ese programa y dar clic en la opción analizar. Tras unos minutos aparecería un informe de la calidad de su texto.
Cuando lo hizo por primera vez sintió nervios, muchas veces recibió juicios de seres humanos, pero nunca de un algoritmo. Tras la espera, el resultado no lo dejó satisfecho, no tenía en mente ninguna respuesta en particular, pero tampoco esperaba que le dijera que lo analizado estaba mal redactado, fue un varapalo.
Al comprobar ese texto probó, también, con otros, todos tenían el mismo resultado, sus escritos no eran adecuados para publicarlos en Internet, tendría que acortarlos, adaptar las expresiones y, si era posible, reescribir todo, solo así, en el mejor de los casos, el software le diría que eran buenos.

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