Creatividad

El brasas

−¿Tienes un papel para apuntar? −le dijeron, casi ordenando, en la oficina y añadieron−, si no lo tienes busca uno y escribe lo siguiente.
Recordaba que así fue como le dieron el número de aquel tipo.
−Tienes que hablar con él, es el encargado de… nos tiene que dar unas…
Cuando lo escuchó, le extrañó la confianza con la que le hablaba para ser la primera vez. Se expresaba como si lo conociera de toda la vida e incluso le soltaba chascarrillos, con pausas en determinados instantes, le decía aquí en petit comité, como una forma de ponerlo sobre aviso para que no dijera nada de lo que comentaban.
Luego con la frase: hombre, tampoco es para tomárselo tan en serio, intentaba quitar formalidad al asunto.
Tal vez estaba acostumbrado a ese trato −se dijo−, hablar de ese modo hacía que la contraparte (en este caso él) empatizara, de forma que la conversación era más distendida y afable.
En confianza se podían soltar locuciones privadas, cosas que no se contarían de otro modo, pues, con esos gestos (campechanos), te hacía sentir cómodo.
El implicado en la situación no se daba cuenta inmediatamente, solo lo hacía cuando, al darle vueltas a lo verbalizado, notaba que se había ido de la lengua, soltando frases que no venían al caso.
La charla se extendió más de lo deseado.
Cuando llamó, pensó que solo sería para comentar lo referente a su servicio, y poco más, pero en este caso, se habló de más temas, se tocaron algunos sobre gustos personales, viajes y alguno más que por ser poco importante se olvidó rápidamente.
Era como si tratara de desviar la conversación en un sentido tal que no se tocara lo central, hablar de su….
Quizás no tenía la mínima intención de trabajar con ellos, solo estaba haciendo el paripé.
Luego le comentó que estaba siguiendo un curso, lo hizo por aburrimiento y por las exigencias del mercado. Se habían juntado varios motivos y era importante hacerles caso, por suerte −afirmaba− se podía dar el lujo de estar por las mañanas en casa, a pesar de las responsabilidades que tenía. No todos pueden permitírselo, pero ya ves, yo no soy todos, soy diferente, con un nombre fácil de memorizar, sin aspavientos, directo en todo y para todo.
Esto le pareció que no venía a cuento. La charla concluyó.
Desde aquella oportunidad cada vez que podía, evitaba contactar con aquel tipo, le parecía una pérdida de tiempo estar al teléfono treinta o más minutos hablando de temas irrelevantes. Le daba igual lo que tuviera que hacer o prometer, con tal de que otro lo hiciera, valía la pena.
No lo conocía en persona (tampoco tenía el menor interés), ya que se lo imaginaba como alguien pedante que impostaba la voz para generar empatía y sonsacar al tonto de turno, con la finalidad de obtener información personal.
No sabía cuál era su intención —le generaba dudas—, la gente con ese comportamiento no le parecía de fiar, así como los que siempre estaban riéndose o de buen humor, su instinto lo invitaba a ir con cuidado.
Durante varias jornadas estuvo posponiendo la charla y delegando funciones, hasta que su jefe le preguntó: ¿cómo va el tema?
Para sacárselo de encima, respondió que iba por buen curso, pronto llegaría la propuesta definitiva, usted no se preocupe −afirmó.
En tal tesitura tendría que cumplir con la tarea encomendada, era la persona de contacto de la empresa y era su deber efectuar su trabajo, más aún cuando nadie cubría sus espaldas.
Intentó escaquearse, no pudo. Todos en la oficina habían calado al tipo y nadie quería hablar con él.
No le quedaban más opciones que armarse de paciencia, centrarse, y prepararse para aguantar la retahíla, para no sentir que lo acribillaban, que le chupaban la energía.
Esto era lo central, sentir que se quedaba sin ganas de hacer las cosas, cansado, desanimado. ¿Cómo era posible?, solo era una puñetera llamada, no era intricado, igual si hacía un maratón no se sentiría así, debido a que el cansancio sería solo físico y no mental.
Por estas razones se fue mentalizando, tendría que tragar todo lo que le dijera, darle por buenas sus afirmaciones e incluso seguirle el juego, soltarle alguna frasecita que demostrara su interés, así como algún comentario más, todo en aras de obtener una respuesta pronto, para que no volviera a tener la obligación de estar en tal tesitura.
−Todo sea por la empresa −se dijo.
Por su esfuerzo tendrían que ponerlo en un pedestal, darle el premio al empleado del mes. No cualquiera estaría en la disposición de hacer tales sacrificios. Igual después de esto podría hablar con el jefe y dejar de posponer sus asuntos pendientes −pensó.
Tras prepararse, mentalmente, para adentrarse en el amargo compromiso, se dispuso a realizar la llamada.
Cogió el auricular —muy a su pesar.
¿Ahora con qué le saldría?, ¿le contaría una de sus historias o solo se centraría en darle la chapa?
No lo sabría hasta empezar a hablar.
¿De qué podrían conversar? Sí se sabía casi toda su vida o, por lo menos, lo que le contó, a saber, sí era verdad −se dijo.
Soltó un escueto hola, esperando, con resignación, una respuesta extensa y detallada.

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