Creatividad

Distintas figuraciones

Nuevamente se habían estropeado las escaleras mecánicas —era lo común—, las reparaban por una temporada; al parecer no solucionaban el problema, los encargados efectuaban un apaño para unos cuantos días, a la profesión de dentista se debía agregar este oficio; siempre tenían trabajo. Encontrarse con este imprevisto era molesto, en especial cuando se estaba apurado.
—La vida condicionada por las escaleras podía ser un buen tema de conversación —pensó.
Había perdido la noción del tiempo, llevaba bajando desde hacía un buen rato, eso tiene caminar bajo tierra, se pierde toda referencia con el mundo exterior, podían ser la diez de la mañana o las diez de la noche, no existía diferencia, en tanto, seguía descendiendo, parecía ir en dirección al infierno —no lo conocía, pero se hacía una idea—, alguien encontró similitud a ese recorrido como el de bajar a la mina —se imaginó una de socavón; era necesario ingresar por galerías, construidas con maderas en lugar de paredes y unos puntales cumpliendo la función de evitar el derrumbe de los túneles. Estar en lugares así no le gustaría, podía venirse el techo encima y eso sería una tragedia, se sentía como Abraracúrcix—. Era más fácil bajar en el ascensor, evitando de ese modo lo complejo del trayecto, sin embargo, nunca estaba disponible.
En momentos así me gustaría sentarme a admirar la luna, en especial en los plenilunios estivales o, en su defecto, cuando cambiaba de color, fruto de los elementos químicos de la atmósfera, dejar de ver estas paredes, esta gran jungla de cemento, en la ciudad era difícil admirarla, para hacerlo era fundamental alejarse, salir a algún pueblo, dejar de lado la contaminación y ver en todo su esplendor ese paisaje —estabas así a causa del contratiempo en el trabajo, después de revisar por milésima vez la web, te decidiste a dejarla, no se podía acceder, algo fallaba. Al inicio dedicarse a lo técnico te reconfortaba, pero como todo, llegó a aburrirte, dejó de ser gratificante, los hobbies cuando se convierten en trabajo, dejan de ser agradables, existencias anodinas haciendo extraño el medio, quizás el distinto eres tú.
Durante el recorrido —hacia el infierno—, se fijó en un chico, aparentemente perdido, no sabía hacia donde dirigirse en aquel lugar, estaba preguntando a todo el mundo, pero nadie le contestaba, todos pasaban de él. Era una imagen patética, la representación del desinterés por los problemas ajenos. Estaba atento a la situación, probablemente el asunto recaía en el idioma, no lo comprendían, por eso nadie le prestaba ayuda. Se ponía en su situación, estar en un lugar en dónde no entendiera a nadie, sería una pesadilla —se dijo—, sentirse desamparado, ninguneado. Quizás hablaba el idioma, pero como suele suceder, hay días complicados, expresarse en otra lengua es pensar de otra forma, cuando uno no está centrado no es fácil entender, ya sea por nervios o porque se está enfocado en otros asuntos. De repente, la gente se arremolinó, cuando se despejó un poco, el tipo ya no estaba, a veces parecía haber más vida en este sitio en comparación con la superficie. Entre todo ese trajín comenzó a revisar sus bolsillos, cuando notó la billetera en su sitio, siguió caminando.
Un par de días antes le dieron un comprobante para recoger un documento, por descuido no lo dejó en casa. Había sacado turno con dos semanas de anticipación, el día pactado llegó pronto, entró en un edificio antiguo, se situó cerca de las ventanillas —era tedioso hacer esos quehaceres—, en ese espacio se sentía fuera de lugar, era como viajar a un mundo distinto. No tardaron en llamarlo, se acercó, le hicieron cumplimentar un formulario, lo entregó, le facilitaron una hoja, era importante leerla —le dijo la encargada—, debía revisarla y ver si estaban bien puestos sus datos. Después de releerla varias veces la devolvió. Al finalizar todo ese proceso le dieron una tarjeta, con ella debería regresar a la semana siguiente, si la perdía tendría problemas —añadieron al entregársela—.
Hoy llegaría pronto. Al salir de aquel lugar, aún no había amanecido, todo estaba oscuro. Al entrar en su despacho procedió a encender los servidores. Pronto notó una incidencia, la información no cargaba, debería de haber algún problema en la central, para solucionarlo era necesario llamar a los encargados del soporte, pero ellos no empezaban a trabajar hasta una hora después, por lo tanto, estaba obligado a encontrar una solución, un paliativo. Revisó por milésima vez la web, no hubo respuesta, entonces se dispuso a apagar todo, reiniciar —tal vez— sería la solución. Siguió todo el proceso, no solucionó nada, era necesario esperar, con este imprevisto era imposible empezar con la labor, se dio por vencido, se levantó, se sentó mirando hacia una ventana con vistas a la calle y se sumió en sus pensamientos.

Mitchel Ríos

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