Creatividad

200 días

Por fin, alguien había revisado su currículo, veía en él un elemento productivo, esto lo reconfortó, tendría que asistir a una entrevista y, probablemente, lo contratarían.
El proceso no fue sencillo, había muchos aspirantes, le hicieron una entrevista grupal y se sintió cohibido, si hubiera sido personalizada, se habría sentido en su hábitat, habría soltado sus frases estudiadas y encandilado al de recursos humanos. Al terminar, sintió que podía haber hecho algo más. El encargado les agradeció su asistencia y dijo que les llamarían.
Tenía más dudas que certezas, por eso, cuando surgió la posibilidad de ser agente comercial se comprometió sin dudarlo, era mejor algo que nada, pero lamentó no haber obtenido el puesto que realmente le interesaba, en el que podía demostrar todas sus capacidades.
Era un trabajo difícil, de cara al público, tenía que ponerse delante de la gente, soltar unas palabras y esperar a que encajara la propuesta dentro de lo que requería el cliente.
A menudo la cortesía no era lo que le esperaba en las respuestas, siempre era en plan, no vuelva por aquí.
Esto le quitaba las ganas de seguir intentándolo, se desmoralizaba, comenzó a sentir que esa actividad se le daba mal, a pesar de que en el grupo motivacional dijeran que todo estaba en la mente, él ponía de su parte, se mentalizaba, pero la realidad no entendía de que todo estuviera en la mente, la realidad era la realidad y tenía otras reglas.
Se mantuvo en la empresa, quería mostrar que tenía carácter, por eso siguió aguantando malos tratos y los aires de superioridad de sus jefes.
A estos habría que decirles un par de palabras —se decía—, no tenían don de gentes, parecía que dirigían ganado en lugar de gente, solo sabían decir venga, a vender, no entendían que había días buenos y días malos.
Un día, después de terminar la jornada, salió a tomar algo con los compañeros. Confiado en que ellos entenderían la situación que atravesaba (también la vivían), comenzó a hablar de lo que le molestaba. Tomaron un par de copas y luego se retiraron.
Mientras volvía a casa sintió que le había venido bien desahogarse, al día siguiente iría a trabajar con mejores ánimos.
Sin embargo, en la mañana el delegado de zona quiso tener unas palabras con él, lo apartó del grupo y hablaron, le dijo escuetamente que, si no estaba a gusto con el trabajo, podía dejarlo, solo tenía que firmar la hoja de despido voluntario y acabaría su calvario.
—Venga, firma y te quitas este peso de encima −le espetó.
Aquella vez ya no pudo más, le vino un ataque de ansiedad y tuvo que acercarse al centro médico más cercano, lo atendió una señora muy amable. Viendo su rostro desencajado le hizo unas cuantas preguntas.
Aunque no tenía motivos para confiar en aquella extraña, sacó todo lo que le molestaba e incluso, por impotencia, soltó algunas lágrimas. La especialista le dijo que le echaría una mano y cursó su baja.
Cansado de las injusticias pensó que por fin la suerte se ponía de su parte, con doscientos días de baja podía planificar miles de cosas (aunque esto era exagerar) ahora, con sus necesidades cubiertas por la nómina que recibiría los siguientes meses, dejaría de lado las malas experiencias, por fin podría centrarse en él y en las cosas que le gustaban.
Aún con dudas miró su cuenta, efectivamente, le habían ingresado el sueldo íntegro, esto parecía mágico, en algún lado tenía un ángel de la guarda.
Esa fue una buena temporada, se despreocupó de todo y la ansiedad paso a ser algo del pasado, asimismo, recibió varias llamadas, pero no contestó a ninguna, ya no era necesario estar pendiente del móvil, se dedicaría a sus asuntos, le venía bien, daba igual si una de ellas era del puesto para el que estaba capacitado y que le gustaba, hasta no encontrarse consigo mismo no se pondría nuevamente en el mercado laboral.
Viviendo ese momento especial, salió a pasear un día, era curiosa la manera en la que la realidad se ve distinta cuando dejas de lado el agobio monetario —elucubró—. Se sentó en una terraza y pidió una cerveza y la carta, al terminar solicitó la cuenta, al momento de pagar notó que no era posible hacer efectivo el pago, ¿cómo era posible?, eran los primeros días del mes y tendrían que haberle ingresado la nómina. En tales circunstancias llamó al contable de la empresa y le expuso su caso, le indicó que le llamarían.
Efectivamente, al poco rato le contactaron y le pidieron que revisara su correo, en él debería estar su nómina. Entró y vio que la cantidad que en ella aparecía no era ni de cerca equivalente a la que le habían ingresado en un inicio.
Preguntó a qué se debía y le dijeron escuetamente que las enfermedades comunes no tenían el trato de alguna más intrincada. La seguridad social solicitaba unos días de trabajo mínimos para cubrir su parte, en su caso, no cumplía el requisito, por lo tanto, tendría que conformarse con recibir la parte que la empresa pagaba de la nómina, además le indicó que iría bajando conforme pasaran los meses.
Se sintió engañado, hablaría con algún sindicato o con un abogado, tendrían que solucionarle eso, sentía que era una maniobra de la empresa para aburrirlo y motivar su renuncia.
Se puso en contacto nuevamente con el administrativo de la empresa y le añadió que la nómina no la hacían ellos, la hacía una gestoría, en todo caso tendría que hablar con ellos. Pidió el número y se puso en contacto con los asesores, le explicaron lo mismo, pero añadieron que igual si no estaba conforme podía acercase a una delegación del estado, eso estaba fuera de sus manos.
Colgó, entre cabreado y desengañado, ¿qué haría?, como notó que sus argumentos, si no estaban sustentados por dinero no valían de nada, porque denunciar implicaba meterse en líos engorrosos.
Tras ver nuevamente el dinero que le ingresarían en cuenta, se resignó, no le apetecía romperse la cabeza con discusiones, tendría que olvidarse de la baja, lamentablemente las cosas no salieron como pensaba, si viviera en una sociedad justa otro gallo cantaría, pero eso era una utopía. Mientras tanto, la cuenta estaba sin pagar.

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