Creatividad

Intenciones

Tenía planificado llegar antes de que saliera, esperaba escaquearme de la escuela, así tendría la posibilidad de darle una sorpresa, esperaba que se lo tomara a bien.
Sin embargo, el panorama era impredecible, llevábamos sin hablar varios días o, mejor dicho, me dejó de hablar durante varios días, no me dio explicaciones, sólo sé que al llamar no se ponía al teléfono, incluso llegué a pensar que me había bloqueado.
Quería dar el paso, decirle, lo siento, me equivoqué, reconociéndolo no perdía nada, más bien daría buena impresión. En mi imaginario esto era plausible, pero no tenía toda la certeza al llevarla a la práctica.
Con los colegas, temprano, nos gustaba cruzar el rio, lo hacíamos por el puente, con nombre de héroe. En ese momento no teníamos los conocimientos como para saber de quien se trataba, pero, más adelante, conversando con un historiador, me explicó los entresijos de aquella obra que, en sus palabras, tenía un valor cultural incalculable.
Cuando escuché tal afirmación me pareció exagerada, toda mi vida pasando por aquel sitio y no sabía el suelo que pisaba.
Resulta que, para mí, como para mis acompañantes, era lo más normal, un lugar cualquiera de la ciudad, que tenía buenas vistas, pero sin nada llamativo.
Se llevaría una sorpresa, me pondría delante de su camino y le diría: hola, ¿me esperabas? no obstante, tendría que darle un par de vueltas a lo que le diría, ya que, si no era directo, lo más probable era que se enfadara aún más.
Cerca, a unos cuantos bloques, se hallaba el club más renombrado de la localidad, comentaban que fue cuna de grandes deportistas, pero yo no conocía a ninguno.
Me resultaba extraño y obsceno, además de exclusivo, debido a que no dejaban ingresar a cualquiera, era necesario estar apadrinado, eso lo supe porque me lo explicaron en casa, había muchos en lista de espera y nosotros éramos unos de esos.
A pesar del desconocimiento del motivo de su enfado, estaba decidido a disculparme. Más adelante, cuando se le pasara el mal genio, podría preguntarle a qué se debía su estado.
No sabíamos a cabalidad que número teníamos en la lista de espera, no solían publicarla, solo estábamos al corriente de que engrosábamos una lista larga e ingente.
Supe de la popularidad del club cuando mis amigos se reunían para alentarlo, se juntaban en grupos e iban a coger entradas. Se acercaban a una de las calles perpendiculares, a la espera de que se abrieran las puertas, una vez que eran atendidos, se ordenaban en una fila e iban acercándose uno a uno a las ventanillas, dependiendo del lugar al que querían acceder.
Con más dudas que certezas, seguí caminando, intentando desentrañar la razón para encontrarme en esta encrucijada.
A veces, yo también solía ir, era toda una experiencia edulcorada por estar al lado de gente que sentía los mismos colores.
Mientras recorríamos la calle caminábamos haciendo el tonto, en realidad, lo veíamos como un pasatiempo, un momento de catarsis, de distracción, en el cual nos dedicábamos a entonar himnos. Para nosotros era imprescindible llevar a cabo ese rito, nos sentíamos parte de una comunidad especial.
Un par de vueltas —me repetí—, necesitaba repensar lo que diría, no unas simples palabras huecas, de repente sería necesario sorprender con unas frases rimbombantes.
Llevábamos banderas que colgábamos cerca de nuestros asientos, nos gustaba sentarnos en los laterales del campo, de ese modo, veíamos las anotaciones desde el mejor plano. En ocasiones silbábamos a los rivales, nos gustaba incomodarlos, como buenos seguidores debíamos ayudar al equipo.
Una cosa era lo que pensaba y otra, lo que pasaría, me imaginaba una situación ideal, expresando lo que sentía, causando las sensaciones esperadas y, por consiguiente, teniendo los resultados anhelados.
Cuando volvíamos, teníamos que cruzar obligadamente el puente, intentábamos ir lo más rápido posible, ya que a determinadas horas los coches hacían temblar todo a su paso y como este era pequeño, sentíamos el temor de terminar cayendo al vacío y con suerte, al agua.
Me ubicaría a un lado de la reja, cerca del hospital.
Como sabíamos el peligro al que nos exponíamos, intentábamos desperdiciar la menor cantidad de tiempo, no queríamos tener la misma suerte que alguno de los desgraciados que luego tenían que ser rescatados por los bomberos.
¿Me habría bloqueado?, ¿por qué no quería hablar conmigo?, Era insistente e intenté que me contestara, marcaba cada minuto su número, llegando a perder la cuenta de las veces que lo hacía, suponía que, aun estando en su lista negra, le llegaría un mensaje informándole que quería ponerme en contacto con ella.
Alguno del grupo, el más gamberro, marcaba el sitio por el que pasábamos, dejaba pintarrajeada de color rojo la fecha, creíamos que, al pasar nuevamente por ahí, esta nos traería buenos recuerdos, nos retrotraería a esta fecha especial, a pesar del tiempo que pasara.
Cuando intentaba contactar tenía claro lo que pensaba decir, pero conforme pasaban las tentativas, esto comenzaba a oscurecerse, un manto cubría lo que inicialmente estaba despejado, de tal modo que, al estar en el intento x, no tenía ni idea de mis intenciones.
Sin embargo, al volver unos días después, misteriosamente las marcas desaparecían, esto nos desanimaba, pues, estropeaba, en cierto modo, nuestros planes. Quizás había un vigilante que se encargaba de que el ornato no sufriera daños, no bien nos veía, nos dejaba ir y se apuraba en borrar nuestra huella, no quería que fuéramos recordados por las generaciones futuras.
Cuando me ubiqué, miré la hora y había llegado a tiempo, faltaban pocos minutos para que saliera. Durante la espera me puse a repasar mi discurso mentalmente, esperaba ser lo más preciso y veraz posible. Me decantaría por menos palabras, resumiría el mensaje, dejaría de lado lo elaborado en aras de ser diáfano, pero eso no lo sabría hasta estar delante de…

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