Creatividad

Errados

La idea de vivir en un mundo distópico le rompía la cabeza, aunque decía que eran tonterías, para quitarle importancia, dedicaba tiempo a darle vueltas.
De repente todo esto era solo el inicio, más adelante comenzaría a desplegarse el plan dominador.
No se lo había contado nadie, él se había dado cuenta solo, de tal modo que tenía sus propias teorías, las comentó en su espacio, algunos estuvieron conformes. Únicamente bastaba con ver como iban las cosas, marchaban al caos.
Había señales, pero los tontos no se daban cuenta.
Su formulación estaba correcta, pero le faltaba algo más, para que fuera una teoría certera, tendría que enriquecerla con los consejos de su grupo, unos anónimos que no buscaban reconocimiento solo buscaban compartir su sapiencia.
Las noticias eran desmoralizantes, cataclismos por todas partes, el mundo se estaba yendo a la mierda y nadie hacía nada por salvarlo. No había nadie con poder de decisión que se plantara y dijera hasta aquí, tenemos que hacer lo posible por lograr que las cosas vayan mejor. Tenemos que empujar el coche en la misma dirección, olvidarnos de las ideologías. Al final eso solo consigue dividirnos, es por el bien común.
En el entorno en el que le tocó vivir, era improbable que alguno de los políticos hiciera algo así, solo velaban por sus intereses y estos no entraban en ellos.
Por eso detestaba la política, querían inculcar que era importante para la vida del hombre, pero él no sentía que sirviera para nada, personalmente, consideraba que esos grupúsculos eran una piedra en el zapato para el estado.
Siguió pensando, a eso se dedicaba en su tiempo libre, a pensar, y le servía para ver desde otros enfoques su realidad, entre los extremos ultras, prefería estar en un punto intermedio, uno que no estuviera contaminado por las idioteces de aquellos que veían problemas por todas partes, luego se manifestaban y solo servían para hacer perder el tiempo.
Sin ir muy lejos −recordaba−, hace un par de días un grupo de chavales colapsó una de las calles, sus gritos eran un amasijo de ruidos esperpénticos, por eso tuvo que cambiar de ruta, todo en aras de no cruzarse con mensajes con los que no comulgaba. Si los supuestos adalides no azuzaran a las masas no habría nadie saliendo a protestar, pero no, el caso era que todos salían a la calle.
Ver las noticias era una pérdida de tiempo −se dijo−, solo servía para deprimirse más y comprender que vivía en un mundo de mierda.
Tras estas palabras hacía lo de siempre, apagar la televisión y centrarse en otras cuestiones más importantes, hablar con gente que compartía algo de sus ideas, por los cuales se sentía respaldado, lástima que no quedaran en persona, todas esas mentes aisladas, cada una en su espacio, si se reunieran podrían hacerle frente a ese sistema que los asfixiaba.
Por eso prefería entrar en lugares en los que imbuían ideas novedosas, ideas que se alejaban del establishment, de tal modo que los participantes no daban señales claras de su ubicación.
Cuando iba por la calle se sentía reconfortado de pertenecer a un grupo de idealistas.
Entre tantas discusiones se plantearon la cuestión de ser alfa o épsilon, sin dudarlo, todos los participantes sabían que eran alfas, gente con dotes de mando.
En su sociedad ideal ellos mandarían, serían quienes dieran las pautas para que las cosas funcionaran, por eso cuando pensaban en los que estaban en la base de la pirámide se llenaban de congoja, les daba pena pensar en esos seres serviles que no aspiraban a nada más, vivían centrados en satisfacer las necesidades de quienes mandaban y no se detenían a pensar en lo que les tocaba vivir.
Era una pena, pero tenían que ser tolerantes, si eran felices así, tendrían que respetar su forma de ser, no serían ellos los que cambiarían su manera de comportarse, no obstante, mientras continuaban con sus discusiones, asimilaban que era bueno tener burros de carga, eran una clase necesaria, ya que sostendrían el sistema, nutrirían la sociedad ideal a la que aspiraban.
Tras debatir sobre los pros y contras de esa división, concordaron en que era necesario contar con ellos, luego de decir esto aplaudieron, era lo más lógico.
Estos debates eran lo mejor de compartir sus impresiones, siempre sacaban buenas cosas, nuevas ideas a las que agarrarse. Sus parlamentos se complementaban, podían cambiar al mundo, pero, por ahora, tenían que hacerlo en silencio, si alguien se enteraba de sus encuentros desbaratarían sus reuniones, no podían permitírselo. En ese espacio eran libres, eran intelectuales hablando del futuro, de lo que vendría si las cosas seguían igual, se estaban adelantando a los hechos, por eso era mejor guardar perfil bajo, no mostrar sus habilidades, tampoco ostentar sus idearios.
Al despedirse todos convenían en que lo mejor era callar, no hacer nada, por ahora, a pesar de que los demás estuvieran errados y no vieran el problema en el que estaban sumidos.
Siguió pensando en la distopía, él se había dado cuenta, su grupo también, ¿cómo los demás no?, serían tan imbéciles como para no percatarse de que todo iba a peor, que no había un atisbo de algún cambio a mejor.
No había nada que hacer, el mundo se iría a la mierda, pero el vulgo no se daba cuenta, seguía cumpliendo su labor, quizás por eso no veían más allá de sus narices, estaban castrados intelectualmente, no aspiraban a mejores condiciones, querían que todo siguiera igual.
Se acostó con las mismas ideas, mañana se despertaría y el mundo seguiría igual, no habría cambiado, tendría los mismos problemas, mientras tanto, puso el despertador para madrugar, debía estar temprano en el trabajo, un lugar en donde no tenían cabida los librepensadores, solo aquellos que servían para mantener la maquinaria funcionando, uno de tantos que se esforzaba por sobrevivir.

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