Creatividad

Interino

Cada vez que escuchaba aquel disco el violín sonaba mejor, le llamaba la atención —se emocionaba—, sus matices le permitían transportarse a ese momento, revivía distintas escenas, cómo fue que estuvo ahí con sus compañeros, lo que demoró en ser publicado el álbum, las horas que tuvieron que invertir —suspiraba.
Si algo agradecía a las nuevas tecnologías era el poder recuperar el buen sonido, les devolvía esa vivacidad que, por cuestiones temporales, iba desapareciendo.
Durante sus inicios le daba igual el lugar en dónde tocaba, lo esencial era ser escuchado, sin embargo, se encontró con un escollo, no había trabajo en lo suyo. No era un cabezota, pero tenía claro lo que quería.
No era un virtuoso, pero no se le daba mal tocar, cogía su instrumento y resultaba agradable al oído, por este motivo comenzó a hacerse con un círculo de amigos, lo que le abrió distintas posibilidades, uno de ellos le informó que estaban haciendo pruebas para contratar músicos de sesión.
No le parecía una mala idea, se presentó, no fue difícil que lo cogieran y que pasara a formar parte de aquel estudio, no era un trabajo fijo, ya que no siempre grababan, pero le servía para mejorar su estilo.
De este modo lo tenían en cuenta para diversos trabajos. Su labor consistía en interpretar la melodía que le pusieran delante, repetirla hasta que el productor estuviera satisfecho y, listo, su intervención concluía, se retiraba. A veces, por cuestiones creativas, durante la mezcla, el ingeniero de sonido quitaba partes de su participación, pero a él le daba igual, sabía perfectamente lo que implicaba el tocar por encargo, no se encariñaba con ninguna interpretación.
Si bien era una buena manera de ganar experiencia, el lapso entre grabación y grabación podía ser largo, pensado en este inconveniente, ideó alguna solución, gracias a su ingenio, y a la colaboración de gente cercana, le surgieron planes cada cual más interesante y factibles. Sopesándolos, se decantó por incursionar durante una época en el teatro —algo nuevo que le podría generar alegrías.
No se tenía como un buen intérprete delante del público, es más, al imaginarse frente a mucha gente y a sus miradas, se agobiaba, pese a ese temor tiró por ahí, se dijo que en algún momento debería plantar cara a sus taras.
Con unos colegas elaboró un número que, gracias a sus buenas relaciones, fue producido por un músico de renombre —al que solía cruzarse cuando iba por la plaza a por un café—. Las funciones eran los lunes, martes y viernes, empezaban a las diecinueve horas y realizaban dos funciones por día, a pesar de que no había demasiada asistencia, quedaban satisfechos.
El acto consistía en hacer un recorrido por diferentes obras, desde las clásicas hasta las modernas, pero con un toque personal, en la que hacían gala de sus dotes, demostrando su versatilidad en las lides instrumentales. Asimismo, conseguían que el público interactuara, aunque esto no gustaba a algunos asistentes, no cambiaron su desenvolvimiento, lo mantuvieron tal cual, hasta la última función.
Lamentó no seguir con esto, pero todo tenía un proceso, un tiempo, a pesar de que le resultara fácil, era hora de buscar nuevos rumbos, nuevas ideas que dieran pie a una carrera en la ciudad.
Con el paso de los años comprendió que sería intrincado, era mejor dedicarse a lo que le daba oportunidades, por este motivo se aferró a ser un musico de sesión, intentaría dar la talla, estar a la altura de los trabajos que se le pusieran por delante, con esto en mente, siguió ensayando.
Recordaba que no fue un trabajo fácil, horas de repeticiones, de cambios de notas, adecuaciones y una ebullición creativa que les permitía a los músicos el aportar su creatividad. Fue la primera vez en la que se sintió algo más que un simple músico de estudio y estaba creando algo que trascendería —se respiraba en el ambiente—, por eso ponían su entusiasmo al servicio del trabajo que estaban realizando. El tiempo invertido era lo de menos, lo resaltante era que todos los músicos encajaran a la perfección.
Cuando concluyeron las grabaciones a todos les dieron una copia del disco, como testimonio de su participación —dijeron los productores—.
Conservaba con cariño ese obsequio, aun cuando con el paso del tiempo se fue desvencijando.
Si no fuera porque se pusieron de moda, nuevamente, los vinilos, las distintas marcas no hubieran comenzado a sacar a la venta reproductores que destacaban por su nitidez.
Al descubrir tales inventos, no se lo pensó mucho, se hizo con uno y comenzó a hacer un recorrido por su colección, la cual podía satisfacer a cualquier melómano, tenía ejemplares que, tal vez, ya no se vendían.
Terminó de escuchar el disco, había sido su mejor trabajo. Sin embargo, el nombre del violinista no aparecía por ningún lado, sólo el de la orquesta, una de las mejores.

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