Creatividad

Un objetivo

El taxista, en lugar de ir en silencio, comenzó a hablar de las cosas que se podían visitar en la ciudad. Me invitó a coger uno de los folletines que llevaba detrás de su asiento. No quería resultar borde, le di las gracias —el trayecto se haría más largo de lo esperado.
Explicaba las bondades de la isla y soltaba todos los argumentos que hacían de ella un destino paradisiaco.
Pensaba en lo que me costaría el servicio, ya que me estaba haciendo un recorrido hablado, lo más probable era que al llegar esperara una generosa propina.
Seguí sin interesarme en lo que comentaba aquel pseudo guía turístico, por eso me centré en los planes que tenía, solo quería visitar la tumba del gran bardo que muchos años antes estuvo en aquella tierra.
Desde que había leído en un artículo en dónde estaba enterrado, me prometí que lo iría a conocer (en aquella época no sabía de distancias). Con el tiempo descubrí que estaba al otro lado del mundo —a un océano de distancia—, a pesar de ello, no me desanimé, confiaba en que ese día llegaría.
Hubiera sido ideal recorrer los mismos lugares por los que había pasado aquel escritor —pensé—, pero desde su periplo por aquel lugar a la actualidad, habían transcurrido muchísimos años, sería imposible seguir al dedillo su rastro. Por eso estaba enfocado en ir exclusivamente a su tumba. Con ello en mente cogí un hotel situado cerca del cementerio, para no perder tiempo encontrándolo.
Estaba en aquella cavilación cuando fui interrumpido por la voz del taxista.
—Eso que ve ahí es la torre más famosa que tenemos, seguro la habrá visto en fotografías —afirmaba—, sí echa un vistazo al folleto, verá que es lo más anunciado. Dicen, no estoy seguro, que es mejor coger las entradas desde la aplicación —se detuvo un instante y añadió— en el móvil.
Cuando calló nuevamente volví sobre mi soliloquio.
Este famoso dejó el testimonio de todo lo que había conocido en varios escritos, aunque conocido y alabado por su poesía, también se le daba bien la prosa, escribió diversos ensayos sobre sus experiencias en aquel espacio tan alejado de su tierra, a la que esperaba volver pronto, pero por cuestiones diversas, al final no pudo, murió en el exilio.
Me imaginaba la tristeza que habría sentido al estar alejado de los suyos, rodeado de tanta historia, pero que, probablemente, para él no significaban nada al lado de sus recuerdos, los recuerdos de su gente, de lo que tenía algún significado para él.
Al pasar por una plaza, me llamó la atención su disposición, quise preguntar su nombre, pero no lo hice, no quería darle charla al pesado que me llevaba al hotel, probablemente eso haría que su perorata se extendiera, solo le dije un par de palabras al pagar y bajar de su vehículo.
El lugar en el que me hospedé resultó más cómodo de lo que pensaba. Me instalé rápidamente y me dispuse a descansar, para estar lo más fresco a la hora de empezar mi recorrido.
Al día siguiente, durante la mañana, intenté situarme pronto para llegar fácilmente al emplazamiento en donde se encontraba el escritor al que iba a visitar.
Por todo lo que había leído esperaba que su tumba fuera la más orlada y fácil de encontrar, en mi ignorancia consideraba que sería el personaje más famoso que alojaría aquel recinto.
Al ingresar, había distintos letreros que indicaban las diferentes zonas en las que estaba dividido el cementerio, parecía una urbe en miniatura, también había una lista de los distintos autores que allí se encontraban —me sorprendió su extensión—, la leí detalladamente y di con el nombre del autor al que buscaba. El letrero indicaba que estaba en el pabellón J, tendría que recorrer un largo trecho.
Durante el recorrido me topé con diversos personajes conocidos, pero no les presté demasiada atención, iba a tiro fijo.
Al llegar al pabellón indicado, no fue fácil dar con lo que buscaba, estuve caminando en círculos, al ser sepulturas en tierra, no había una señal que me diera una pista, solo llamó mi atención una botella de licor de una marca conocida —para todos los que veníamos de allende los mares—. Esta era la pista que necesitaba, estaba en el sitio correcto, sin embargo, no podía creer que, en aquel lugar, algún borrachín hubiese dejado un envase de esas características.
¡Qué forma tan torpe de expresar la admiración por alguien! −me dije−, como era un poeta pensarían que era un bohemio más.
No podía dejar impune tal vileza, por eso la deposité en un basurero.
Al acercarme, observé sus detalles, lo característico era el color de su lápida, negro, en ella tenía escritos algunos de sus versos, también había una imagen conmemorativa, y una leyenda en la que se apuntaba que la embajada de nuestra patria era la encargada de mantenerla en buenas condiciones.
Cogí mi agenda y anoté un par de ideas que me surgieron, tenía la intención de escribir una pequeña guía para aquellos que quisieran recorrer esos lares.
Seguí admirándola durante un buen rato, a pesar de que me la suponía más ostentosa, la tumba resultaba sobria y adecuada para el poeta. Antes de concluir mi pequeño homenaje expresé un par de palabras, con esto finalicé mi visita.
De salida recorrí distintos lugares señalizados, los nombres que aparecían eran de más personajes famosos, a todos los conocía de haberlos leído, no obstante, no sabía que los habían enterrado ahí.
Me topé con filósofos, novelistas, cada cual más conocido que el anterior —no me imaginé que un lugar así pudiera reunir a toda esa pléyade—. Pensaba en lo genial que hubiera sido conocerlos en vida, hacerles algunas consultas y que me explicaran sus propuestas, sin duda, habría sido interesante y sustancial, a pesar de mi poca formación, algo les diría. Para mis adentros esperaba que el estar ahí me sirviera para empaparme de algo de la genialidad que se respiraba.
Seguí anotando y eché un último vistazo al camino que había recorrido.
Salí de ahí con una sensación extraña —difícil de explicar—, imaginé tantas veces ese viaje que, al haberlo cumplido, significaba que había llegado a la meta, ahora me preguntaba cuál sería mi siguiente objetivo, no lo tenía claro, tal vez no tendría ninguno más en la vida.
Había estado, metafóricamente hablando, al lado de grandes luminarias, hice un par de últimos apuntes en mi agenda. De repente, cualquier cosa que pudiera hacer en el futuro no podría superarlo.
Cogí nuevamente un taxi para ir al aeropuerto, esperaba que, esta vez, el viaje fuera en silencio, quería ordenar mis ideas, quería tomar conciencia de lo que había vivido.

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