Creatividad

Una salida

Recorriendo la ciudad, en una ocasión, nos decidimos por visitar sitios nuevos. Es así como nos detuvimos en uno gracioso (fue la frase que soltó mi acompañante), esta cualidad se debía a su fachada orlada.
Nos fijamos en el menú, pegado en un cartel, sus precios eran prohibitivos, tuvimos que abortar lo planificado, fuimos al lugar de siempre, a por unas cañas. Sin embargo, nos prometimos que iríamos a ese lugar el día en que las cosas nos comenzaran a ir mejor.
—De vez en cuando, un caprichito no viene mal —argüimos. Después de decirlo soltamos unas risas (era cómico hablar en diminutivo). Nos despedimos, no sin antes darnos la mano y cerrar el acuerdo.
La víspera de hacer realidad nuestro trato, llamé al sitio e hice una reserva, tenían mesas libres a partir de las cuatro de la tarde (no dudé y dije que esa hora estaba bien). Proporcioné datos personales, nombre, apellido y, también, un número de teléfono (me contactarían si surgía algún problema).
Fuimos puntuales, habíamos cumplido una meta, la primera de muchas, esperábamos que se hiciera costumbre.
Cuando entró con su esposa y sus dos hijos se ubicaron en una mesa situada cerca de la barra, se aproximó el encargado y tomó su pedido. Después de ver el menú se decantaron por un solo plato para compartir y unos refrescos con hielo, quien los atendió anotó todo, con la idea de que racaneaban con la comida.
Solicitamos la carta de bebidas, nos fijamos en la variedad de esta, tenían distintos precios, debido a la calidad de la oferta.
El tipo se sentó, se apoyó contra la pared, se fijaba en las mesas y en los comensales.
Seguimos con nuestra charla, yo, sin dudarlo pedí una cerveza y ella solicitó consejo a quien nos atendió.
—¿Qué me recomiendas? —preguntó, bosquejando una sonrisa.
—Para lo que habéis pedido viene bien un vino blanco.
—No se diga más —espetó— tráeme el mejor blanco que tengas.
El encargado se retiró y nos quedamos solos.
—¿Tú qué opinas?
—A mí no me sacas de la cerveza, para mí pega con todo.
—¿Me prometes que probarás un poco?
—No sé, siempre me ha resultado soso.
—No sabes lo que te pierdes.
—Seguro.
Para comer pedimos una pasta vegetal, una bandeja de quesos, una ensalada, algo ligero.
El camarero les trajo sus pedidos, los pequeños, por el modo en el que tomaron las gaseosas, parecían sedientos, aún tendrían que esperar por la comida.
Mientras estábamos comiendo, de repente, se escucharon gritos.
—Si no me traes la cerveza me voy —se impacientó y sin dar opción al camarero añadió—, ¡menuda mierda de servicio!
Tras proferir estas palabras se puso en pie, el resto de los comensales no se inmutó, su gesto dejaba claro que algo iba a suceder. A pesar de las palabras de su esposa —tenemos que pagar lo que hemos consumido—, hizo oídos sordos y su familia tuvo que seguirlo.
Antes de que alguien reaccionara, salió del local y se encaminó raudo hacia una de las calles transversales, de tal modo que, cuando los encargados espabilaron, fue imposible dar con ellos.
No podíamos sacarnos la imagen de la cabeza, el tipo aquel era un jeta, escenificando un enfado que no tenía razón de ser.
Lo más preocupante era la imagen que daba a sus hijos, unos simples críos.
Durante un par de minutos no dijimos nada, la escena parecía irreal, sacada de un libro de necios. Cuando reaccionamos nos miramos las caras y decidimos dejar más propina de lo que pensamos en un inicio, por lo menos unos diez euros, de ese modo el camarero sentiría menos la espantada que le habían hecho.
—Menuda primera vez (sentencié).

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