Reseña

Recargando energías

Los últimos días han sido de planificación, centrado en una sola idea, salir de vacaciones.
Las necesitaba con urgencia para recargar energías, ya que me sentía agobiado en el trabajo y superado por las tareas de mi puesto.
Tras revisar diferentes destinos, decidí tirar por uno que no estuviera demasiado lejos, había miles de opciones, por lo tanto, discriminé por precio, ya que no invertiría demasiado en el viaje. De este modo, la lista se disminuyó exponencialmente.
Al ver que la cantidad de nombres era más reducida, elegí uno que no conocía, en una zona en dónde los turistas suelen pasárselo bien, gastando poco. Es así como delineé más certeramente mi destino, ajustando el presupuesto a los parámetros de mi bolsillo. Me puse manos a la obra.
Empecé por reservar una habitación en un hotel céntrico, tenía buenas fotografías de sus interiores y vistas de la ciudad. Con ello solo quedaba ver los billetes de avión, esto fue más fácil de lo que había pensado, no fueron difíciles de conseguir, incluso me di el lujo de elegir el asiento, pagué un suplemento para ir en el sitio que yo quisiera y evitar que interviniera el azar en la elección.
El avión salía sobre las diez de la mañana, esto implicaba estar un par de horas antes en el aeropuerto. Como no era la primera vez que seguía esta rutina, salí temprano de casa, cogí un taxi, bajé en la terminal y me dirigí a los controles de seguridad. Tuve suerte, los pasé sin problemas, tampoco encontré colas, usualmente suelen ser un incordio.
Con todo cumplido, esperé a que me llamaran para el vuelo, cuando lo hicieron, presenté mi billete, subí a la aeronave y me ubiqué en mi asiento.
Mientras esperaba a que partiera el vuelo, pensé en las noticias de las últimas semanas sobre la gente que no está a gusto con el asiento que le toca y, en tal contexto, solicita que se lo cambien por otro.
Yo rogaba para que no sucediera algo así, no sé como me desenvolvería en una situación de ese tipo, ¿me levantaría?, ¿me daría igual cambiar de lugar? Por suerte no se dio el caso, a pesar de que el avión estaba lleno.
Al llegar, se me presentó un inconveniente, no me había informado sobre el idioma que hablaban en ese lugar, era algo en lo que debí haber caído desde el inicio, pues podía convertirse en un gran escollo. Pronto descubrí que hablaban en francés e inglés, confiaba en no tener problemas y entender a mis interlocutores.
Cuando me acerqué al control de pasaportes, me atendió un policía local. Me preguntó varias cosas, incluso a lo que me dedicaba y mi motivo del viaje. Tras concluir el interrogatorio (por lo visto mis respuestas fueron satisfactorias), puso un sello en mi pasaporte y me dejó pasar.
Salí del aeropuerto y me indicaron en dónde coger el bus para ir al centro histórico. Durante el trayecto me sentí alegre, oficialmente empezaban mis días de desconexión.