Creatividad

Pausa

Me senté a una mesa a pasar el rato; era un día tranquilo, por eso era propicio para salir a tomar algo y distraerse. Mientras me encontraba en ese lugar me llamó la atención un tipo apoyado en la barra. Como solo había un camarero tardó en atenderlo, al acercarse comenzaron a charlar. Desde la distancia podía elucubrar cientos de suposiciones sobre las palabras que intercambiaban. Al parecer, por sus gestos, se conocían o, por lo menos, no era la primera vez que iba por ahí.
—Sírveme un café —el camarero no le prestó atención—, un café —repitió y mostró unas monedas.
—Un momento, en un instante lo atiendo —junto a ese trabajador estaba el que parecía el jefe, pero esté no se dio por enterado, pasarían unos cuantos minutos hasta que hiciera efectivo el pedido. Al ser época de verano, la mayoría de los camareros estaban de vacaciones, en otra temporada no hubieran demorado en atender su pedido.
—Uno para llevar —lo dijo en voz baja, solo se dio por enterado él.
De vez en cuando observaba la escena —se me hacía llamativa—, por momentos parecía que no estaba en su ambiente. A mí también me incomodaba debido a las conversaciones que circulaban y hacían de él un nido de grillos.
Las charlas eran variadas, sin embargo, era necesario centrarse en ellas para saber de lo que iban; no me gusta ser cotilla, si hay algo que detesto es a los que pegan la oreja a lo que no es de su incumbencia. En una de las mesas había una pareja con una pequeña, podía deducir que era su hija; en otra, un par de amigos, uno de ellos tenía un casco de motero sobre las piernas; hice un barrido visual por el aparcamiento para encontrar su moto. Me gustaba ver los distintos modelos, aunque no era un especialista en ellas, las apreciaba y flipaba con algunas, parecían la perfección del diseño. Cuando salía de viaje, en algunas ocasiones solía cruzarme con ellas; me daba pánico ver al conductor, se protegía la cabeza y poco más; si tenía la mala suerte de tener un accidente, lo más probable era que palmara. No, no podía soportar pensar en ello.
—Un café para llevar.
—Ahora ya estoy libre, me pillaste en un mal momento.
—No te preocupes.
—¿Quieres un capuchino o un moca?
—¿Cuál me recomiendas?
—Yo lo prefiero el moca, pero eso queda en cada uno.
—Me dejaré llevar por tu consejo.
—No acepto devoluciones, si no te gusta… —soltó una sonrisa.
—No tengo planeado devolverlo.
En la calle había un tipo que pedía dinero, toqué mi bolsillo y noté unas cuantas monedas, si se me acercaba le daría la calderilla; rápidamente me di cuenta que no era dinero lo que requería. Se acercó a un grupo de personas que estaban tomando una bebida en la terraza, les dijo unas palabras y uno del grupo cogió una cajetilla de cigarros; procedió a sacar uno, pero al chico no le apetecían esos, señaló otra que estaba al lado. Pensé que mejor hubiera sido recibir lo que le ofrecían, por pedir los de la otra marca se exponía a que no le dieran nada. Quise ver en qué desencadenaba esa situación, a pesar del buen rollo que demostraban, la exigencia podía quitarles las ganas de satisfacer su requerimiento. El dueño de la cajetilla la cogió y le dio unos golpecitos en el culo, hizo salir uno y se lo entregó. No sé si dio las gracias; no se lo encendieron, lo llevó apagado
—Me puedes dar un par de monedas.
—Aquí no se puede pedir, lo siento.
—Solo un par.
—Ten cuidado, si te ve el dueño podemos en problemas —sacó un euro de la caja registradora y se la dio— ahora haz como si no te hubiera dado nada —de soslayo le indicó quien era el dueño, sigue rondando por las mesas, puede pasar por un comensal más.
—Me iré.
El ruido disminuyó, la terraza se comenzó a despejar. Cuando quise seguir prestando atención a lo que estaba pasando en la barra… no había nadie. La niña de la pareja jugaba a sentarse en todas las sillas, era un trasto juguetón, pero con sus gestos se ganaba a todos, tenía unos gestos que podían hacer sonreír al más serio.
No encendió el cigarrillo allí mismo; quería tomar el café antes y luego empezar con el vicio, buscaría el lugar que le gustaba, un banco que se encontraba a tres bloques de ahí. Protegía bien la bebida que llevaba, de vez en cuando tapaba mejor el envase, esperaba no rociar nada al acelerar el paso.
El tiempo de descanso estaba terminando, no era el único que estaba ahí por lo mismo; yo aún esperaba el postre, después tomaría un café y me iría.

Mitchel Ríos

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