Creatividad
Medio cerebro
El profesor lo apartó de la fila, ¿sabes muy bien por qué lo hago o no? —espetó en un tono serio—.
Los rezagos de los gobiernos militarizados eran evidentes, por eso la educación se vio impregnada por sus costumbres marciales. Si no querías que te observaran con malos ojos, era necesario acatar las reglas, aquel que se saliera de las mismas, estaba condenado al ostracismo. Implícitamente se aleccionaba a los alumnos, en las clases se les inculcaba la fe ciega en los preceptos para ser buenos ciudadanos y, como decían, serlo era el fin supremo, por algo sus padres los mandaban a estudiar.
Era habitual llevar el mismo uniforme y colocarse insignias en el pecho, hacerlo era una señal de clase, permitiendo a sus poseedores encumbrarse sobre los demás. En ese momento era una especie de juego, pero que, grosso modo, mostraba los mecanismos que hacían girar la maquinaria llamada sistema.
No era muy amigo de llevar el cabello corto, le gustaba más su estilo, sin embargo, este gesto le costaba continuas llamadas de atención, pero ¿qué podría pasar?, ¿lo expulsarían?, estaba convencido de que no era más que una pantomima.
No pasa nada si te lo cortas, volverá a crecer —le recalcaban—, el respondía ¿qué pasa si se resiente y no vuelve a salir? —mirando la calva de su interlocutor—. No digas gilipolleces, el resentido pareces tú que buscas cualquier pretexto para desacatar las ordenes, conozco tus problemas para adaptarte, pero por una tontería como esta, no, por ahí no paso, suficientes veces has pasado de una escuela a otra, como para que ahora vengas con que tienes problemas con el….
Tú problema es leer esos folletines en donde arguyen que la desobediencia civil es un derecho, venga ya, y como está de moda hacerlo te has empeñado en desobedecer. En mi época esas tonterías se cortaban de raíz, nada de saltarte las ordenes, sin embargo, perteneces a una generación con más libertades y deberías valorarlo, si tantos peros le pones a seguir los reglamentos, lo hubieras pensado antes de enemistarte con los directores de los otros centro, así que, para no perder el año, no te queda otra opción que tragar, es necesario que te calmes y, por una vez en tu vida, te quedes callado, no es difícil, pero parece que te mueres si no replicas.
En determinadas circunstancias es necesario apechugar y mirar a otro lado, eso no te ni más, ni menos valiente. Llámale hipocresía, pero el sistema se maneja así, mejor es pensarlo que decirlo, mejor es acatar que levantarse, mejor es hacer todo lo que te ordenan y, como en tu caso, si estás en esa institución tendrás que comportarte de acuerdo a sus preceptos, tú solo tienes la culpa.
Sin embargo, no solo era por ese tema, desde el inicio, desde aquella vez que su tutor entró al aula (interrumpiendo los minutos de recreo previos al cambio de hora) para presentarlo, soltando unas palabras del estilo: este es un alumno nuevo, espero vuestra comprensión, traten de conocerle, es un buen chico, no os defraudará —sus intenciones eran las mejores, pero hizo que calaran al chaval como un pringado, hijito de mamá—.
En los colegios militares los alumnos estaban aislados del mundo, solo les permitían salir los fines de semana. Sus profesores eran militares de carrera, no los mejores, porque esos estaban sirviendo en otros estamentos.
Era como estar en el ejército, pero, a diferencia de este, aquí pagaban los padres una mensualidad, no cualquiera podía ingresar en ella, se solicitaban una serie de requisitos, todo ello para mantener su estatus.
Los que inscribían a sus hijos ahí, tenían la confianza de que formaran a los críos en la disciplina, amor a la patria, respeto a los símbolos de la nación y demás valores necesarios para que el país avanzara.
Los muchachos se quedaron boquiabiertos, no era usuales este tipo de prolegómenos ante la llegada de un nuevo alumno. Al concluir el discurso confirmaron su primera impresión, un tonto más.
Los estudiantes consideraban que pertenecían a un organismo de prestigio que les daba las herramientas necesarias para mirar con desdén al resto, por algo pasaban por pruebas difíciles de superar.
Acojonado por las palabras previas, se sentó en el único espacio libre, un pupitre situado al final de la clase.
Se sentían soldados con carta libre para todo, en especial los de años superiores, los que estaban en el punto de decidirse por la vida castrense o la civil, hacían descalabros.
Ese nuevo mundo por descubrir se le hizo imposible, demasiado ruido, demasiado de todo, pero de gente afín a él, nada. Comenzó a padecer la soledad, no sentía empatía por nadie. Si hubiera empezado de otra forma, esa sensación no tendría razón de ser, pero todo eso eran suposiciones, no había vuelta atrás.
Los fines de semana arrasaban con todo, hacían botellones en dónde les daba la gana, hacerlo era de hombres, eso les inculcaban.
Comenzó a sentir que lo analizaban, tal vez los expedicionarios se sentían igual al toparse con los naturales de sitios desconocidos —pensó— era un trance innecesario, pero debía pasarlo, era el nuevo y, como tal, tenía que seguir los hábitos de los demás. Miraba a todas partes para toparse con Viernes.
Sin remilgos, lo hicieron salir de las filas. Los que se resistían eran llevados por algunos compañeros alineados con la causa del mandamás. Los hicieron subir unos escalones, sentarse en unas sillas (colocadas ahí para los indisciplinados). Fueron avisados, por lo tanto, no podían alegar desconocimiento, tenían que ubicarse sin chistar.
En aquellos centros seguían una serie de ritos: saludaban a la bandera, hacían fila y se ordenaban tomando en cuenta la altura (del más bajo al más alto), el director iba de un lado a otro haciendo una especie de marcha, la diatriba que soltaba iba en favor de los intereses generales que, como buen guía, el conocía y los compartía con todos.
Su primer mote, El nuevo, al poco tiempo, pasó a ser Medio Cerebro (consideraban que la poca adaptación que había demostrado le hacía merecedor de ese apelativo). No se enteró del mismo hasta que se hizo popular; cuando fue consciente de la marca, era muy tarde (no hubo costra ni nada), se había convertido en una cicatriz que llevaría a todas partes, pero, para su buena suerte, solo le condicionaba dentro de ese espacio, fuera de sus fronteras, sería el mismo de siempre, el chico del cerebro completo.
Cuando salía de aquel reducto era como si se desdoblara en dos personalidades, una delante de sus padres y otra en el colegio, el enfado inicial hizo que comenzara a pasar de todo (en el infierno no te fijas en nada), le daba igual ocho que ochenta, total, con hacer el mínimo esfuerzo terminaría pasando de año, para muestra de su afirmación estaba lo que pasó en la clase de letras, el profesor había propuesto leer a Goethe y él fue el único que supo responder las preguntas.
Contaba los días para salir de ese sitio. Una vez cumplida la expiación podría ser readmitido, tenía responsables encargándose de esas gestiones.
La manera de formular la interrogante (y de medir el intelecto de los chicos) era de lo más particular, cogía el libro (que había dejado para estudiar) y lo entreabría en cualquier página, una vez elegida preguntaba de acuerdo al contenido de sus renglones.
Esa vez estuvo bien, porque era una sus asignaturas preferidas, pero, en otra ocasión, cuando le hicieron preguntas de ciencias y no supo qué decir, se escuchó un murmullo, confirmado: Medio cerebro.
Era como si esperaran el más mínimo de sus errores para recordarle el porqué del apodo.
Sus botellones acostumbraban a celebrarse en los campos deportivos, ahí, en las gradas se sentaban y consumían lo que podían permitirse. En ciertas oportunidades eran intervenidos, pero al mostrar sus carnés les trataban con mano blanda.
Algunos mentían a sus padres, les soltaban la excusa de que estaban castigados, por eso el fin de semana no saldrían, la cuestión era no pisar la casa, porque hacerlo implicaba perder libertades.
De vez en cuando el auxiliar le recalcaba lo del pelo, pero él no quería ser parte de una mansedumbre que no servía para nada bueno, él no era un pusilánime, seguía a rajatabla su instinto, su estilo era parte de su personalidad, cambiarlo significaría rendirse y no pensaba deponer las armas. Salía del paso, con cualquier excusa.
En ocasiones se le hacía difícil entender el humor de los otros muchachos, se reían de cualquier tontería. Cuando no acudía profesor, el payaso de turno comenzaba a hacer sus gracias, casi todos lo celebraban, sin embargo, sus desplantes lo hacían antipático a ojos de los demás, ese poco apego a seguirlos reafirmaba el sobrenombre.
Las amenazas se hicieron más insistentes, habría una cacería de brujas, de eso el encargado habló en uno de sus tantos sermones matutinos, ya que no quisieron hacer caso por las buenas, ahora se verían sometidos a un proceso que le dolería más al ejecutante que al ejecutado, pero era por su bien, su actitud rebelde los había empujado a pasar por ese penoso proceso. Él (el director) sabía lo que era bueno para su rebaño.
No quería ser un producto hecho en serie, tenía sus propias ideas y su propia forma de ver al mundo, no podían obligarle a hacer lo que no quería, tenía sus derechos.
Un encargado tenía en sus manos una maquinilla, sin miramientos comenzó a hacer volar por los aires los mechones, hasta que no quedó ninguno, de esta forma se cumplieron las amenazas, y les serviría de lección a los demás, no podían evadir sus deberes u otros los llevarían a cabo en su lugar. De nada serviría quejarse, sus padres dieron el visto bueno a cualquier acción de ese estilo desde el primer día, por lo tanto, para otra oportunidad lo mejor era subordinarse.
En casa, al inicio, las preguntas de lo que hacía en el centro eran frecuentes, sin embargo, el interés fue decayendo con el paso del tiempo, era mejor dejarlo a su bola, así no le agobiaban.
Pensaban que eran los más listos, lo más espabilados, sin embargo, él, al no captar el sentido, era un pelele (no podía ser más ingenuo), pensaba que estaba en su anterior escuela y no era así, por eso se empeñaron en hacerle ver que no pertenecía a ese lugar. Además, oírle hablar y que se extendiera en sus afirmaciones era aburrido, no querían que se ufanara tanto, a ellos no les interesaba, insistir en lo mismo demostraba tontería.
Sus modos de niño bien lo demostraban, venga ya, esto no es una burbuja, es la vida real, aquí se siguen unos parámetros, esto quedó demostrado en una oportunidad, cuando fue el único que presentó la tarea, esto no es Jauja ¿lo sabes?
Esas libertades eran un aire de esperanza para muchos. Algunos estaban ahí para seguir la costumbre familiar, otros, estaban por castigo. Estos últimos eran los que sufrían esa rectitud, pero con el tiempo descubrieron que todo era una fachada (su idiosincrasia era similar a la de otras instituciones privadas), en especial durante las salidas. Estaban más controlados, era cierto, pero podían vivir a su ritmo, en tanto, eso sí, fueran mansos. Les enseñaban a utilizar armas, cada fin de mes iban de campamento o de entrenamiento, con todo eso, cuando surgían imprevistos, nunca trascendían, todo empezaba y terminaba en ese lugar.
Lo siento mucho, pero vosotros os lo buscasteis. Con gesto de pocos amigos volvieron a sus lugares. Él, mientras se retiraba, en voz baja, fue diciendo: se joderá, lo tendré corto por poco tiempo, me lo mojaré, si es posible, a cada rato, así crecerá rápido. A ver si tiene los huevos como para actuar del mismo modo —pensó mientras se pasaba la mano por la cabeza—.
Mitchel Ríos