Creatividad
Iluso
Los días previos me sirvieron para ir pasándote cada una de las anotaciones con las que avanzaba mi trabajo, tu juicio me permitía saber si iba por buen camino. Fueron jornadas de doblar codos, revisar textos para darle forma a un tema que había escogido al azar. No lo conocía, pensé que así me podría empapar de algo que, de otro modo, no sería posible.
Me dijiste que era un tonto, mejor hubiera sido escoger un tema que dominara, así sería más fácil, no centrarme en uno desconocido. Ante eso argüí que no era para tanto, ¿qué podría pasar?, además, nadie quiso cogerlo, yo quería demostrar que no era tan difícil como parecía.
Seguimos en esa constante, anotar, copiar, redactar, todo iba según lo planificado.
Seguí mostrándote mis avances, hasta que llegó el momento de darle los toques finales.
Te resultó entretenido, pero afirmaste que le faltaba la chispa de siempre.
Después de revisar la copia final siguió sin convencerte, no estaba mal, se podía mejorar −expresaste−, sin embargo, el tiempo ya no era el del inicio, por eso acordamos que quedaría así, a pesar de los fallos que, según tu apreciación, existían.
Un par de horas antes de realizar la exposición, buscamos una clase vacía, querías ver como la había preparado. Tras el ensayo −por tu gesto− deduje que no estuvo del todo bien. Notaste que no había profundizado en lo importante.
Me recalcaste que habría sido mejor un tema más sencillo.
La exposición fue mejor de lo que había pensado, a pesar de tus dudas −creo que me desempeñé bien−. Pensé que esto sería un punto a mi favor, ya que los demás no tendrían ni puñetera idea, por eso mismo al concluir dejaría que hicieran preguntas, me sentía seguro de mi mismo, daría alcances de valor.
Tú no las tenías todas contigo, me hiciste un gesto, como si me hubiera equivocado en algo, no supe a que te referías. Sin saberlo seguí contestando, intenté salir airoso, no obstante, hubiera sido mejor desentrañar la significación de tu seña.
Me preguntaron hasta que me quedé sin respuestas, pensé que solo sería una exposición más, pero me estaban poniendo a prueba.
Te hubiera hecho caso, tendría que haber sido más humilde con mis planteamientos, de tal modo que no hubiera dado pie a malinterpretaciones y tampoco hubiera generado la envidia de quienes estaban plácidamente en su sitio escuchando lo que decía.
En mi mundo ideal las preguntas tendrían que ir centradas en lo que había explicado, podría dar una breve disertación, podría usar mis propias palabras, siendo espontáneo daría una buena impresión.
El error fue pensar que podía hacerle frente a cualquier planteamiento y que estaba lo suficientemente preparado.
Las preguntas eran rebuscadas, centradas en hacer quedar mal al ponente, pues quien las formulaba sabía cuáles eran las respuestas. Con el tiempo aprendí que era normal hacer quedar mal al ponente −una premisa tonta del estudiantado−, sin embargo, si hubiera sido consciente de las normas que se manejaban ahí, no hubiera caído tan inocentemente en las redes de las rencillas intelectuales.
Pequé de confiado —todos lo hemos hecho alguna vez—.
Las preguntas iban y venían, algunas no tenían demasiado sentido, se salían del tema, pero el moderador permitió que soltaran lo que quisieran.
Al inicio logré aclarar algunas dudas, me sentí optimista.
El problema fue —tras darle vueltas a lo que sucedió— soltar la frase: Pregunten lo que quieran −confiaba en mis limitados conocimientos.
Me puse nervioso, no encontré las palabras pertinentes, las que a menudo salían en mi ayuda. Mis explicaciones no satisficieron las dudas del público.
Te hubiera hecho caso, limitarme a hablar y luego despedirme.
El tiempo parecía correr lentamente, como si mi destino fuese quedarme ahí, de pie, sin poder soltar sonido alguno.
No prestarme a que otros se ufanaran a mi costa.
Como la hora de la clase estaba por cumplirse, el encargado dejó que me fuera a mi sitio, una vez ahí seguí dándole vueltas a lo que había pasado, de cómo todo se había salido de mis manos.
Recordaba nuestras charlas, tendría que haber tomado más en cuenta tus apreciaciones, pero las obvié como muchas cosas más.
Salí de ahí con la sensación de haber metido la pata, lamentando no haberme preparado mejor, a pesar de aquel impase me esperaste. Ese día no dijimos nada, solo nos acompañamos en silencio.