Creatividad
Fila tres
Usualmente cuando viajo no soy de los que se ponen tiquismiquis con el asiento, me da igual, al final, lo esencial es dirigirse al destino, no tanto el tiempo que se pasa en el aire.
En esta oportunidad tenía planificado tomarme unas cortas vacaciones. Tras varios meses, conseguí juntar unos días de descanso para poder hacerlos efectivos en cualquier momento.
Hablé con el encargado de recursos humanos y acordamos ese trato en tanto no hubiera alguna incidencia urgente, algo que no se pudiera solucionar sin la intervención de mi departamento, el de atención al cliente.
Imaginando que en cinco días no pasaría nada tan grave como para truncar mis planes, asentí.
La fecha acordada se acercaba. No existe nada peor que ver pasar el tiempo restante, pues por momentos se ralentiza y el reloj no avanza.
Salvando este impase, la fecha que tenía marcada en el calendario llegó y puse en marcha el dispositivo que había planificado.
Durante varios días estuve sopesando las mejores opciones de sitios para visitar, algunos por cuestiones presupuestarias se salían de mis planes, otros, por la temporada, ya que por estos meses estaban saturados de visitantes.
En esta tesitura estuve cuatro semanas, viendo que no sería una decisión sencilla, dejé que mi destino fuera elegido por una moneda.
Un colega me dijo: lanza la moneda y sí, mientras está en el aire, deseas con ansias que salga un destino determinado, significa que ese es el lugar al que deberías ir.
Esto me pareció una chorrada, se suponía que no tenía claro el lugar, por lo tanto, si pensaba en un sitio determinado al echarlo a la suerte, esto significaba que ya lo tenía elegido de antemano.
Para no perder una de las pocas amistades que conservaba, asentí y le dije que la pondría en práctica, si lo de elegir se ponía peliagudo.
Tiré la moneda y, obviamente, no tuve presente el consejo. Me daban igual las opciones, tras la criba quedaron las que consideraba más adecuadas y ajustadas a mi cartera.
Al tener dilucidado el destino me dispuse a coger los billetes. Durante el proceso de compra, hice el Check In desde la web de la aerolínea, no tenía pensando facturar equipaje, llevaría una maleta de mano que entraría fácilmente en cabina. El asiento que me tocó se ubicaba en la fila tres, sentí que, a pesar de dejar todo en manos de la suerte, esta estaba de mi parte.
A puertas de viajar, preparé la maleta. Puse cosas básicas, unas cuantas mudas de ropa, gafas, el portátil y poca cosa más. La fecha señalada, para llegar lo más rápido posible al aeropuerto, pedí un taxi a través de una APP.
Ya en la terminal, pasé los controles de seguridad y accedí a la puerta de embarque. Como me iba a sentar en la fila tres fui de los primeros en subir al avión. Una vez acomodado solo restaba que me llevara a mis vacaciones tan ansiadas.
Al sentarme noté que estaba cerca de la clase bussines, separada de la mía solamente por una cortina de tela, de soslayo noté que tenían trato especial.
Les ofrecían gratuitamente bebidas o comida, al resto de los usuarios, los que estábamos por detrás de la cortina, nos las cobraban.
Salvo esta diferencia, por lo demás, no consideraba que valiera la pena desembolsar el doble, si no el triple, de lo que pagué por ir en una clase superior.
Para que el viaje pasara pronto (duraría dos horas más o menos), cogí mi ordenador y me lo puse entre las piernas. Tenía planificado ver una película y me puse los cascos. Con esto tenía todo lo que necesitaba, así podría ir centrado en lo que me interesaba.
Sin embargo, no bien empecé a entretenerme, el asiento de delante comenzó a moverse, de tal modo que por momentos chocaba con mi portátil. Para evitar que se dañara lo alejé del asiento, por un momento pareció que la idea había sido buena, pero no por mucho.
El tipo que iba delante reclinó el asiento, esto hizo volar por los aires mi apaño, ahora era más incómoda mi situación.
Se me ocurrió, para paliar tal impase, hablar con uno de los azafatos y exponerle mi tormento, pero pronto noté que nadie estaba por la labor de escucharme, estaban a otra cosa.
Así, sin la posibilidad de divertirme, guardé todo e intenté descansar, pero esto tampoco era posible, ya que el tipo de bussines iba hablando fuerte, tenía alguien a su costado y se movía todo el rato, la escena era surrealista.
Si quería quedar con alguien que conoció en el vuelo, podía simplemente solicitarle el número de móvil y se solucionaba todo, incluso si me dejaba tranquilo, podía darle algunos consejos, pero no podía hacer nada, éramos de clases diferentes.
Al llegar a mi destino, no esperé demasiado para bajar. Antes de hacerlo miré de reojo a quien me tuvo pendiente de sus cotilleos y movimientos todo el vuelo, podía detenerlo y decirle que nadie tenía el menor interés por sus cosas, asimismo, si tenía algún problema, por el movimiento de culo constante, podía recomendarle un especialista, no era normal menearlo tanto, por más que quisiera ligar.
No obstante, aborté tal idea, no valía la pena darle importancia a un impresentable, cogí mi maleta.