Creatividad
El reflejo
Solo un correo, ¿lo puedes creer?, me fui de cara con la realidad —la maldita realidad—, no todo lo que parece funcionar para unos, vale para todos.
—¿Estás de coña?
—Me gustaría. Pero es la verdad. ¿Tú qué harías?
—Pasar página, ella nos pierde.
—Es fácil hacer juicios, el asunto es tomar las decisiones desde dentro, sopesar si nos perjudica o no. ¿Cómo puedes tener la certeza de que estás haciendo lo correcto?
Estaba inaugurando una etapa nueva en nuestra vida. Las palabras fueron el pilar de todo, conversaciones, intercambio de pareceres, nada del otro mundo. En otras circunstancias estas acciones resultarían sosas, pero, para nuestra suerte, todo es cuestión de perspectiva.
Hubo feeling desde el primer momento —menudo término—, era consciente de que estaba mal utilizado, debería utilizar el vocablo empatía, mas, esa dicción inglesa, le daba realce a su discurso y envolvía sus intenciones en un halo de buena voluntad.
—Le sorprendió lo metódicos que demostrábamos ser, incluso nos preguntó de forma directa sí éramos así en todo.
—Ese fue el primer aspecto de nuestra personalidad que conoció, el único que mostramos esa primera vez.
—Quizás ese era nuestro atractivo, mostrarnos de ese modo, por una vez, en nuestra vida, podíamos girar las tornas hacia nuevos horizontes.
—Dicen que las cosas llegan cuando no se buscan, ¿estás seguro de ello?
—No sé si es verdad, implícitamente buscábamos algo, no sabíamos qué, pero siempre estamos en una constante búsqueda.
—¿Lo das por hecho?
—Sí, y aquel que dice: No busco nada, está mintiendo.
—¿Qué te lleva a hacer esa suposición?
—Me gusta observar, me considero bueno, he visto muchas veces repetirse la misma escena, nadie se busca, sin embargo, termina encontrándose.
—Es una forma de expresarlo, tampoco te lo tomes al pie de la letra.
—No me lo tomo de ese modo, simplemente, los sueños de hadas no existen.
—Te estás volviendo un amargado.
—Nos estamos volviendo unos amargados.
Las cosas fluyeron, nos fuimos tratando más, como suelen decir: dejamos que entrara en nuestra vida. Le abrimos las puertas de par en par, una vez dentro, parecía sentirse bien, sus gestos lo exteriorizaban. Sus frases lo denotaban, el tono de sus expresiones.
—Hablas desde nuestra perspectiva.
—¿Nosotros qué buscábamos?
—Llenar el vacío que teníamos —está de más que te lo explique, lo conoces, al igual que yo.
—Lo conozco, pero parece que lo vivimos de distinto modo.
—¿No te pasa que dices no volveré a hacer algo y terminas repitiéndolo?
—A eso le llaman tropezar con la misma piedra.
—Una piedra que siempre está molestando, ese es el problema.
No voy a decir que todo fue mágico, pero, el poco tiempo que pasamos, solo nos dio pie a conocernos de forma superficial, por eso el recuerdo se mantuvo inalterable durante mucho tiempo.
—Nos dejó un correo ¿Lo puedes creer?
—Siempre fue enemiga de usar el móvil. Creía en esas historias de conspiraciones, en donde se sostiene que a todos nos espían. Gracias a ellos nos tienen localizados, saben cuándo salimos de casa, hasta cuando estamos en el baño —en esta parte creo que exageraba, nadie puede saber eso con exactitud—. Si les da la gana graban tus conversaciones, con esa información realizan una base de datos y, si te sales de los parámetros que las autoridades controlan, lo usaran en tu contra. Por eso prefería ir así, desconectada, en cierto modo era su forma de protestar. Solo tenía un correo electrónico. Lo poseía porque la universidad se lo había creado, para bien o para mal tenía que consultarlo a menudo, ahí mandaban las tareas, los cronogramas de exámenes y las calificaciones.
—Yo no decía nada.
—Nos quería hacer partícipes de ese pensamiento, pero más de una vez le dijimos que no podíamos dejar de lado el teléfono, debíamos estar pendiente de él por el trabajo, por la familia, estos argumentos no eran una excusa, era la verdad.
—Por diversas cuestiones el sistema nos empuja a ser sus cómplices.
Cuando se fue, lo hizo sin decir nada. Un día estábamos y al día siguiente todo se acabó, regresamos al inicio, a un estado pretérito, al que no pensábamos volver. Ese día, antes de la despedida, conversamos de lo mejor, no hicimos nada como para que sucediera, fue un encuentro al que presté poca atención en ese momento, pero al que le he dado vueltas más de una vez. Lo tengo tan presente que puedo describirla, pero sigo sin encontrar una respuesta, sigo en ese ciclo de darle vueltas y más vueltas, rememoro nuestras conversaciones, en algunas noto desidia, pero, para eso se debía estar sumamente atento. Era un diálogo cualquiera, nadie está atento, pasa sin más.
—A veces no percibimos las señales, dejamos que las cosas sucedan y cuando queremos reaccionar estamos con el agua hasta el cuello, en ese contexto tenemos poco margen de reacción.
Solo un e-mail, traté de contactar, no sé cuántos mensajes envié, llegué a la conclusión que podía hacer poca cosa, sin embargo, durante largas temporadas, no dejaba de escribir, se convirtió en una especie de diario, le contaba mis días, ese espacio me servía para conversar con ella, con una idea que tenía de ella.
Me quedé con ese correo, un par de recuerdos y destrozado, con todo, rehíce el camino.
—Pero nunca dejamos de pensar en ella.
—El sonido de su voz aún retumbaba en mi cabeza, el rastro que dejó se fue haciendo más fuerte, era un imaginario que estaba presente.
—¿Hoy volviste a escribirle?
—La esperanza es lo último que se pierde.
Podíamos haberla buscado, presentarnos en la puerta de su escuela y decirle hola ¿qué pasó?, ¿hice algo? Sin embargo, eso podía hacer que todo terminara para siempre, por lo menos, dejando mensajes no invado su espacio, es muy celosa de él. No quiero que se pierda cualquier oportunidad, si es que la hay.
Dejó de observase en el espejo, se fue.
Mitchel Ríos