Creatividad

Cuestión de gustos

Desde hacía un tiempo me habían recomendado ver una serie. Mis colegas no dejaban de hablar de ella, la tenían como la mejor jamás hecha: una ficción total moderna —una definición tan rimbombante como desmedida.
Al oír esto me pareció que exageraban, probablemente aupados por la propaganda con la que eran bombardeados y los grandes carteles de esta que se veían en la plaza principal de la ciudad —los productores no se cortaban a la hora de invertir en publicidad.
Incluso los distintos sitios especializados le daban buenas puntuaciones.
Una de las webs que tenía como mi vademécum cinematográfico, —gracias a ella pude conocer la existencia de auténticas joyas—, se sumó a la moda y la tenía en el top de las mejores, en su foro, uno de los más visitados, los comentarios a favor estaban por todas partes —en vano busqué alguna opinión desfavorable.
Era como si el mundo entero se hubiera confabulado para empujarme a este tipo de realizaciones.
Este pensamiento único me hacía dudar, pero era parte de mi forma de ver el mundo, igual, si esta vez me dejaba llevar no vendría mal, no siempre tenía que ir a contracorriente. Era el espectador absurdo —un Sísifo de tantos.

Tras unos años reticente, un día se me dio por verla, total, para pasar el rato, cualquier cosa vale —había pasado el revuelo propagandístico que la metía en vena.
Me puse con ella y me di cuenta, desde el principio, que sería un hueso duro de roer. Me resultó densa, en ese primer intentó no le pillé la gracia. Más adelante —en otras circunstancias— lo volví a intentar, pero no pude pasar del primer episodio, así estuve durante una temporada repitiendo la misma situación, parecía un tira y afloja en toda ley, probablemente no estaba del todo predispuesto —de soslayo me estaba negando a verla.

Durante las charlas con mis amigos, de vez en cuando salía el tema, la recordaban como una obra fundamental a la hora de entender la evolución de ese género, hablaban maravillas —me resultaba ilógico estar entrampado en su inicio—, alguno la reveía cada vez que podía. Cuando tocaban ese tema, me sentía distante —no tenía nada que aportar solo escuchaba.
No era un grupo de eruditos, pero entre ellos enriquecían sus apreciaciones, destacando partes que para algunos pasaban desapercibidas, mediante la dialéctica llegaban a conclusiones sustanciales.

Con esfuerzo logré avanzar más allá de la barrera del primer episodio —mi Rubicón— lo que inicialmente me resultó pesado no fue mejorando con el paso de los episodios —no me resultaba tan buena como decían—, incluso se me hacía predecible, los guionistas no se habían esforzado, iba por la tercera temporada y seguía en la misma línea, si bien, tenía momentos interesantes, estos no eran la norma, esperaba que en las siguientes todo mejorara, que elevara el nivel y así pudiera estar, o no, de acuerdo con mis compañeros.

A menudo reviso distintos foros, sus temas son variados: videojuegos, deportes, cine, arte, música y literatura, no suelen defraudarme, me dejan ideas rondando, me gusta estar al tanto de lo que se cuece en las redes sociales.
Me encontraba un día en esa tesitura cuando me topé con un post que versaba sobre los mejores finales de series, en su lista incluían la que estaba viendo. Comencé a revisarlo pensando que solo harían una enumeración, sin ahondar en el tema, pero cuando noté que las destripaban, aparqué su lectura.
Durante unos minutos tuve una pequeña disputa interior, por un lado, quería saber si el final era tan bueno como para seguir visionándola y por el otro, era mejor no saberlo, ser paciente con los episodios que me faltaban y seguir así hasta su conclusión.
Al finalizar mi deliberación me decanté por satisfacer mi curiosidad, aun a costa de no volver a ver la serie que, hasta ahora, no me aportaba nada y para muchos era la mejor.

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