Creatividad
Consigo mismo
El ordenador estaba encendido; en cualquier momento se conectaría, diría buenos días y seguiría el rito de siempre. A partir de esa frase, para nada novedosa, y usada por millones de personas, cada uno en diferentes espacios, inmiscuidos en sus fantasías, iniciarían el intercambio de palabras. Era mejor dejar de lado la soledad y vivir de una probabilidad.
El dolor en el brazo se estaba acrecentando, empezó como un incómodo cosquilleo, no le prestó atención, dejó que pasara el tiempo, se esfumaría como otras molestias, sin embargo, para su mala suerte, el malestar iba en aumento. No estaba seguro como fue, tuvo que darse algún golpe, a veces solía ser un poco bruto, le daba igual, no tenía cuidado. Entre menos se detuviera a pensar, dentro de su razonamiento, más rápido se pasaría, pero en esta ocasión todo se torció, tendría que ir al doctor, solicitar una cita.
Observó la pantalla mientras esperaba; para pasar el rato comenzó a charlar con la pared, le gustaba hacerlo, sentía que hablaba con alguien más, porque las palabras volvían. Se permitía esa teatralización como una forma de prepararse para ingresar dentro del entorno virtual.
No era usual, pero les daba igual lo que sucediera a su alrededor, a fin de cuentas, no vale nada lo externo, en tanto no nos condicione la vida.
Una vez escuchó que considerar como pareja a alguien que no podía tocar era como creer en Dios, bajo esa argumentación, al ser una entelequia, daba la impresión de estar confiando los sentimientos a un ente que, tal vez, no existía. Cuando escuchó estas palabras no las tomó de buen modo, además, ¿qué sentido tenían?, la persona que formuló esa aseveración no entendía nada, porque para poder entender la situación tendría que vivirla.
El malestar lograba hacerlo sentir incómodo, quizás había dormido mal y eso asentó el dolor, le preocupaba porque esas pequeñeces suelen desencadenar en peores escenarios. No quería pensar en nada malo, todo pasaría como siempre o, en su defecto, le darían un calmante, no sería grave, confiaba en ello, no podía decaer su ánimo; todas sus suposiciones se verían corroboradas o echadas por tierra por el especialista, era algo sencillo, no tenía demasiada ciencia.
No entenderían —pensó—, tampoco quería que lo hicieran. Era importante que ambos creyeran, a partir de ahí se podían dar distintas eventualidades. Todo era positivo desde su perspectiva, detestaba pensar lo contrario. Ficcionaba como si estuviera hablando con alguien más, era consciente de ese comportamiento cuando se oía. Se daba consejos, actuaba como si fuera un desconocido. Ese juego tenía lugar en su cabeza, en el mismo contenedor se encontraban esas voces.
Ambas debatían, discutían, se colocaban en argumentarios disímiles, defendían con ahínco su postura, sino llegaban a más sus diferencias era porque formaban parte de la misma persona, esa voz se entrometía en sus ideas. Sus voces eran dispositivos surgidos a causa de su vida distante.
No podía ser a cualquier hora, cuanto más tarde fuera, para él mejor, le permitiría terminar de trabajar, dejar todo preparado y, de ese modo, iría tranquilo, sin el apuro de dejar cosas inacabadas, no era su forma de proceder.
De repente sonó la alarma, se sentó delante de la pantalla, buscó una posición cómoda, se saludaron; las palabras discurrían de forma fluida. La preparación era detallada, todo tenía que salir bien, para no perder el tiempo en elementos baladís.
No quería preocuparse, pero como suele suceder cuando no quieres hacer algo, terminas haciéndolo. Era sencillo de prever, consideraba que reaccionando así la situación sería más leve. Cinco minutos duraba el encuentro. No necesitaban extender las charlas, eso les permitía evitar palabras innecesarias, así como adentrarse en situaciones difíciles. Tal vez vivían una mentira, pero era mejor a la verdad (realidad), de vez en cuando era bueno dejarse llevar y aparcar las certezas. Solo eran cinco minutos, trescientos segundos de calidad difíciles de imitar.
Llegó a la consulta, había muchas personas esperando, de distintas edades, para no estar con cara de memo, cogió el móvil y se puso a trastear, solo así pudo pasar desapercibido.
La charla giró en torno a su día, soltaron un par de chascarrillos, luego se anunciaron buenas nuevas, pero todo estaba condicionado por sus distancias.
Los pacientes ingresaban cuando el doctor los llamaba, la espera le hacía sentir que demoraba una eternidad, no quería pensar en ello, volvió a enfocarse en el móvil.
Se despidieron, esa sensación de sentirse acompañados dio paso al aislamiento, su imaginación se truncaba, despertaban de un sueño, de un evento efímero, y debían reaccionar ante lo que les rodeaba, cada uno por su lado, cada uno en su mundo.
Mitchel Ríos