Creatividad
Coloquio
Se preparó desde temprano. Tenía la fecha marcada en el calendario y una alarma programada en la agenda del móvil. Automáticamente se iban tachando los días, cada vez quedaba menos para ir al centro de convenciones.
Preparó tres libros para llevar a la charla.
Como en broma se anotó en varias Newsletter, gracias a ello le llegaban invitaciones para una serie de eventos. Sin embargo, sus horarios de trabajo no se adecuaban, tenía una hora fija de entrada, pero no una de salida, era difícil estar disponible porque, casi siempre, programaban esos acontecimientos por la tarde.
Hasta que, cansado de ese poco tiempo para distraerse, llegó el día en el que se dijo: Iré sí o sí, cuando intervenga un autor al que profese admiración. Trataría, para esa oportunidad, de arreglar todo y, de ese modo, desocuparse pronto.
Llevaba unos años siguiéndole la pista a ese literato, no era un obseso, pero estaba pendiente de sus desplazamientos; a veces, se presentaba en tal club, otras, en tal centro cultural. Usualmente en ciudades alejadas de la suya. Tenía muchos de sus libros; podía declamar párrafos enteros, su buena memoria le ayudaba, aunque, era más para jactarse delante de los colegas cuando salía a tomar unas copas. Demostraba que, a pesar de dedicarse a realizar actividades anodinas, sus capacidades estaban intactas. Solo era una mala temporada, esperaba la oportunidad para dedicarse de cuerpo entero a sus aficiones.
En ciertos momentos revisaba sus mensajes, solía despistarse y podía pasar días sin verlos, de repente, cuando se daba cuenta, tenía cientos, era un arduo trajín ordenarlos. Primero se fijaba en los que eran importantes, los extraños eran eliminados inmediatamente, luego, borraba los no deseados, para concluir, continuaba con el spam. Después de la selección se enfocaba en los rescatados.
Un día su admirado estaba en la ciudad de…. Leía las reseñas y los artículos que generaba su periplo. Le fascinaba su incansable trabajo. Presentaba nuevas obras constantemente. Le parecía un trabajo arduo. En una ocasión quiso dedicarse a escribir textos literarios, mas, en poco tiempo, se dio cuenta que no era lo suyo, pese al empeño que invirtió. Se le daba mejor redactar críticas, aunque sus amigos tildaran a los críticos de sanguijuelas. Desde su postura no pasaban de ser seres sin una pizca de talento, como no podían crear, se dedicaban a buscarle tres pies al gato.
Comenzaba a darse cuenta que al estar distraído en labores diferentes a su vocación, le provocaban inconvenientes a la hora de elaborar ensayos, no recordaba a ciencia cierta los textos que podían darle solidez a sus propuestas. Las distracciones, la poca comodidad, el contexto inadecuado. Trabajo y ambiente, para él, mezclados (de mala forma), eran los causantes de su estancamiento.
Podía emular a los buenos críticos que existieron, y se agarraba a la idea de que para escribir era necesario tener talento, no era sencillo poder hacerlo sin tener algo especial.
Cambio su horario, pudo salir antes, aunque tuviera que estar al día siguiente las veinticuatro horas trabajando.
Se dirigió al sitio indicado, durante el trayecto sintió nervios, pensó en Emmet Ray, ¿reaccionaría igual que él, al estar delante de su admirado Django Reinhardt?, sería un serio inconveniente, pero no podría saberlo hasta hacer la prueba y plantarse delante de su querido autor, solo así corroboraría si era posible sufrir lo mismo que el guitarrista. Nunca se lo perdonaría.
Otra duda tonta que le surgió era la fecha del evento, ¿era jueves o viernes?, no lo tenía muy claro. Lo peor de todo es que estaba cerca del lugar —y si no era ese día, se llevaría un disgusto, pero se consoló diciéndose que por lo menos había salido a caminar y a tomar un poco el aire.
Enseguida sabría si había acertado con el día porque habría una cola inmensa para poder acceder al centro. La calidad del personaje lo merecía, las personas estarían ansiosas por entrar, sin embargo, no había nadie en la puerta, eso, en un primer instante, le preocupó, pero pronto le volvió el alma al cuerpo, cuando, no bien pasó por una gran puerta de vidrio, se encontró con uno de los organizadores, lo reconoció porque llevaba una tarjeta que lo identificaba, y le indicó el salón al que debía entrar.
Se sentó en uno de los últimos sitios, desde ahí comprobó que tenía una buena vista —se tranquilizó—, podría estar a gusto, a pesar de tener a su lado a una periodista redactando en un ordenador una reseña de la presentación. ¿Qué sentido tiene no prestar atención?, quizás tenía que publicar una nota esa misma tarde, a eso se debía la premura —se dijo—, estaba convencido que esa forma de trabajar solo podría traer consigo un mal desempeño.
Acariciaba los libros que tenía colocados en las piernas, tendría que buscar el momento oportuno para acercarse y hacerlos firmar, no le importaba si se formaba una fila, estaba entrenado en esas lides gracias a la feria del libro.
Durante la exposición hubo palabras grandilocuentes, grandes expresiones literarias, la gran mayoría basadas en anécdotas, los asistentes vitoreaban todo lo que se comentaba, muchos tomaban fotografías, querían guardar imágenes para la posteridad, aunque en el proceso incomodaran al resto.
El tiempo voló; el autor comenzó a despedirse, la gente se levantó de sus asientos, él se apresuró para acercarse. Al final no pudo hacerlo, estuvo a punto, a un par de metros, pero la gente se arremolinó alrededor de su admirado, no pudo hacer nada, fue en vano, guardó los libros y se retiró.
Mitchel Ríos