Creatividad
Atrapado
Los muros variopintos de aquel centro me empujaban a no tener grandes expectativas, a resignarme y a esperar que el tiempo pasara rápidamente. Su imponencia llamaba la atención no bien se traspasaba su puerta de entrada. Para mí se semejaba a un lugar engañabobos, en la que aleccionaban a su alumnado haciéndoles creer que la meritocracia movía al mundo.
No bien ingresé, sentí que había descendido a los infiernos porque la clase en la que me recluyeron se encontraba adornada por colores cutres y con unos carteles malamente manufacturados.
Estaba ahí por cuestiones particulares (circunstanciales), confiaba en volver al año siguiente a mi escuela.
Durante los primeros días intenté ser agradable, era un mundo nuevo, con sus normas, como no era tan tonto como para no reconocer mi papel del nuevo, lo sobrellevé intentando pasar desapercibido, ocultando mis capacidades. No quería terminar siendo el sabihondo —el pesado que llamaba la atención—, por eso, cuando hablaban los educadores, me quedaba callado, no hacía ni el menor intento por intervenir, cosa que no me gustaba, pero era el precio que debía pagar por no haber dado la talla en el otro lugar.
Si hubiera podido regresar el tiempo, habría cambiado algunas cosas, hubiera sido más dedicado en los estudios, por este motivo era consciente de que sólo en mí recaía la razón de que estuviera ahí, tenía que apañármelas como pudiera, hacer uso de mi inteligencia social.
Por aquel entonces estaba de moda un comic y no se dejaba de hablar de él en todas partes, este centro no era la excepción, sin embargo, en lugar de comprar las ediciones originales, la gran mayoría se había agenciado de una fotocopia, fotocopia que se vendía a un módico precio, el encargado de ofrecerla estaba conchabado con una copistería cercana —me confesó, tras una charla, que le caían unas cuantas monedas por la venta de cada número—. Motivado por la novedad, también compré una copia, el precio era irrisorio, se leía bien a pesar de lo mal fotocopiado que estaba. Sopesé la posibilidad de denunciar a la copistería por infringir los derechos de autor, pero lo dejé pasar, ya que me generaría enemistades.
Con el tiempo hice amistad con varios chavales, comencé a creer que no todo estaba mal, solo era cuestión de acostumbrarse, pero, durante la clase de informática volví a mi triste realidad: ese espacio nunca llegaría a gustarme.
El profesor encargado de brindar aquella clase nos llevó a su taller, yo esperaba que cada alumno tuviera su propio ordenador, mientras recorríamos el pasillo pensaba en como estaría distribuido. Sin embargo, mi sorpresa fue ver que no había varios ordenadores, solo uno y muy antiguo —de los años ochenta.
Ante tal panorama ni pregunté la forma en la que nos turnaríamos para usarlo, suponía que algunos no podrían. Conforme fui estudiando el panorama, este no mejoraba al ver que su sistema operativo era prehistórico, tan desfasado que necesitaba de un disquete para inicializarse, un sistema innovador en su momento, aunque no para aquella época.
Las siguientes clases fueron un calvario, no estaba aprendiendo nada, más bien estaba volviendo sobre contenidos que había tocado muchos años atrás. Al no ser novedosa la educación que brindaban, perdí todo el interés pasado unos meses.
Los maestros hacían su mejor esfuerzo, con el poco material que contaban intentaban dictar clases medianamente entretenidas, pero las limitaciones de las herramientas con las que contaban hacían que todo fuera en vano, su esfuerzo se chocaba con los muros de hormigón de aquel centro.
Por lo demás, el centro no tenía la infraestructura adecuada para dar una correcta formación, hacían como si se diera una capacitación acorde a los tiempos modernos, sin embargo, la realidad distaba mucho de serlo.
Durante aquella temporada no me pasó nada reseñable, quizá lo mejor fueron las amistades que hice.
No sé qué será de la vida de aquellos compañeros, con una educación que, probablemente, no les aportó nada esencial, más bien les hizo creer en un futuro que no alcanzarían.