Creatividad
Acrecentado
No estabas del todo contento —dijiste—, no sabía a qué te referías, como siempre, entrabas en un bucle, no hice caso. Me centré en mis tareas; así pasaba el rato y era la mejor manera de sobrellevarte. Después de varios minutos, repetiste la misma frase. Si no estabas contento, podías salir a dar una vuelta —pensé—, no era complicado, todo consistía en abrir la puerta e iniciar la faena, en tú caso, la extraña experiencia de empatizar con el mundo. Con lo poco que te conocía, deduje que, con el pasar del tiempo, volverías a tu estado normal —si se le podía llamar normal; eras un caso aparte—.
Quizás estaba así porque fue a echar el currículo. Lo preparó pormenorizadamente, leyó que cuanto más detallado estuviera, era más probable ser tomado en cuenta —no sé de dónde lo copió, pero lo llevó a cabo al pie de la letra—. Si su hoja de vida era de un folio, él completó cuatro, los llenó con pura literatura, con ello —pensaba— accedería al mercado laboral, más, desde la entrega de su perfil, hasta el primer contacto, podían pasar varios días o semanas. Algunas veces lo notaba desanimado, pero, contra todo pronóstico, sacaba fuerzas de flaqueza.
Por sus gestos sabía si las cosas iban bien o mal, no quiero decir que lo conociera al ciento por ciento. En algunas situaciones era demasiado previsible. A veces, soltaba una carcajada llena de sorna, cuando hacía eso, me daba cuenta que no estaba bien, en ese momento debía actuar.
En circunstancias así lo invitaba a salir, para que se distrajera, no podía dejar que se viniera abajo, de algún modo tenía que poner de mi parte, si no, ¿qué tipo de compañero demostraría ser?, si solo velaba por mis intereses sería cualquier otra cosa, no tenía por qué echar más leña al fuego.
Era intrincado hacerle cambiar de idea, prefería quedarse en la soledad, lamentando su mala suerte. No le gustaba dar lástima en público, consideraba que, demostrar debilidades, era peligroso, era mejor llevar siempre la cabeza levantada, aunque por dentro estuviera destrozado, yo le aconsejaba que llorar no estaba mal, además, si comentaba conmigo la causa de su enfado, no se estaba quejando, más bien, se estaba desahogando —esta parte nunca la entendió—.
A mí no me parecía que fuera de víctima, simplemente se agobiaba, veía todo de color hormiga, aunque, después, con cabeza fría, todo tuviera solución.
Era necesario detenerlo en el momento preciso para que no se hiciera daño, no quería que terminara dándole vueltas a lo que le molestaba.
Salíamos, a pesar de su resistencia, durante trayecto era complicado entablar una charla. Mientras recorríamos las calles nuestras distancias se acortaban; volvía todo a su cauce normal. Poco a poco las palabras salían de sus labios, soltando algún comentario sarcástico, a veces eran de mal gusto, pero, por lo menos, servía para que su cabeza estuviera ocupada.
—Mira el lado bueno de las cosas, ahora tienes una buena hoja de vida, un buen currículo, has puesto todo lo que hiciste y lo que harás.
—He puesto lo que hay, ni más ni menos, no he buscado engañar a nadie.
—Si estás enfadado te doy una opción.
—¿Cuál?
—Te doy cinco minutos para que me digas todo lo que te jode, todo, si tienes ganas de lanzar tonterías, te escucho.
—Y si digo algo que no te siente bien.
—Ya te diré si es así.
—Luego nos enfadaremos por eso.
—No tenemos por qué hacerlo.
—Todo puede suceder.
—Tómalo como un comodín, pero de un solo uso.
—Lo guardaré para otra ocasión.
—Esa es tu decisión, no te voy a obligar.
Esbozabas una sonrisa, en ese instante me di cuenta que el ambiente se estaba apaciguando, simplemente era cosa del momento. No podías sentirte mal, pasaste varias horas preparándote. Durante la redacción de tu C.V., de reojo observé cómo tecleabas y, al pasar por detrás de tu asiento, de soslayo, leí alguno de los términos que utilizaste; una de las fórmulas que me causó gracia fue esa de tener «don de gente» —¿Cuál era la guía que leíste para dar realce a ese papel? —. También te definías como alguien proactivo, acostumbrado a desenvolverte en ambientes con presión, no tenías problemas de relacionarte y tampoco por trabajar en grupo. Todo era por llenar la vista del que leyera esas hojas, el fin supremo de esa redacción era convencer al encargado de revisarlo de que eras la mejor opción, después de ti no había nada, eras el más capacitado.
—Un comodín, ¿son acumulables?
—Es uno solo, no tendrás más.
—Entonces, con mucha mayor razón, lo guardaré.
—Haz lo que consideres adecuado.
Una vez te llamaron, estabas contento, te pasaste todo un día arreglándote. Fuiste a hacerte un corte de pelo a uno de esas barberías que se establecieron por el barrio, era sorprendente la cantidad de tipos que asistían a esos lugares. Unos iban a por un corte, otros a hacerse arreglar la barba. Yo no era mucho de esos lugares, prefería hacerlo en casa, sin necesidad de despilfarrar el dinero, aunque, por curiosidad en algún momento iría, pero solo por curiosidad. Regresaste emocionado, te miraste en el espejo y te sentiste a gusto con tu aspecto, valió la pena —dijiste—, te quedaste tranquilo.
No estaba del todo correcto —dijiste—. En ese momento no quisiste hablar, esperé a que te sosegaras. Una vez calmado, me explicaste que te pedían referencias, y, si era posible, documentar parte de la información que consignabas en tu currículo. Estaba bien llenar la hoja, pero a ti se te fue la mano —pensé.
Mitchel Ríos