Creatividad
A la espera…
¿Me vas a mirar o pasas de todo?, tú, sí, tú, el que tanto habla, ¡te he dicho que son … y eso es lo que me vas a cobrar! No levantes la vista, bájala, continúa con tu trabajo. ¡Te estoy hablando! o ¿eres tonto?, haz como si no pasara nada, maneja la situación, el problema lo tiene él.
¿Hoy qué vamos a comer?, no tengo muchas ganas de cocinar, la casa ha quedado en completo desorden; entre limpiar y poner todo en su sitio, mejor compramos algo, ¿qué tipo de comida te apetece?, elige tú, escojamos el primer restaurante con el que nos encontremos, de acuerdo, mientras no sea uno de comida…, no soy muy afín a ese tipo de cocina, lo sabes, sé que no sabes apreciar una comida de…, sé valorar, la presentación es rara, a pesar de las buenas intenciones. Los ingredientes extraños la hacen distinta, ¿el sabor?, no sé qué palabras usar para no sonar mal, déjalo en un «no me gusta», ¿te parece?, ¿tengo otra opción?, ¿Ahora respondes una pregunta con otra?, soy buen alumno, para algunas cosas lo eres, llevo años intentando enseñarte y te da igual, te dedicas a cualquier cosa menos a lo importante, eso demuestra que no eres buen alumno, no he dicho que lo sea en todo, soy para ciertas cosas. ¿Te parece bien ese restaurante de ahí?, ¿mejor aquel en donde puedes ver el menú en sus carteles?, ¿entramos?, ¿es mejor qué el otro?, no lo conozco, hace tiempo que no cenamos en un lugar así, tiene que ser para llevar, ¿take away?, ¡para llevar he dicho!
Al entrar había dos tipos sentados cerca de la puerta de salida, ¿esperaban su pedido?, su gesto era serio, ¿estarían demasiado tiempo?, ¿el servicio no era bueno?, se situaron cerca de las mesas vacías. ¿Te parece si comemos…?, no tiene buena pinta, mejor pedimos…, viene con una bebida, lo que tú digas.
Todas las mesas están vacías, pensé encontrarlo lleno, es raro siendo hora punta, no parece un lugar caro, los únicos clientes somos nosotros y los dos de ahí, ¿te das cuenta?, en este caso ni eso, nos llevaríamos la comida, no ocuparíamos ninguno de esos sitios, nos iríamos, el restaurante quedaría igual de desierto cuando nos sirvieran. El local no se veía mal, las raciones eran abundantes. De las mesas pasó a fijarse las paredes, siguió haciendo un barrido con la mirada, vió una cámara de seguridad, estaba cerca de una televisión sujetada al techo, era de color blanco, la típica cámara que ponían en esos lugares, pero se dio cuenta que no era de esas que tenían visión periférica, solamente se centraba en enfocar la puerta de entrada, por un momento pensó que no era tal, parecía de juguete porque se confundía con el color del techo; por eso se puso a analizarla atentamente, vio una luz verde parpadeando, eso le confirmó que era real. ¿Qué opinas?, ¿Pedimos…?
Uno de sus juegos preferidos era descubrir en donde estaban las cámaras de seguridad, verlas no lo hacía sentir más seguro, pero sí más espiado. La pregunta de siempre era saber si funcionaban o estaban ahí para disuadir y asustar a los malhechores. En principio estaban destinadas a proteger a los civiles, luego se comenzó a rumorear que servían para inmiscuirse en la intimidad de las personas, no sabía si era verdad. Su juego era entretenido, no se aburría cuando acompañaba a alguien a hacer compras; todos los comercios las tenían, las usaban de distintos colores con el fin de confundir la vista del no acostumbrado, se lo pasaba bien. Era incomodo saber que cada uno de tus pasos era observado, sentirte acechado en pos de tu protección, lo mejor, en este caso, era pasar desapercibido, hacerles creer el desconocimiento de su funcionamiento. Una vez contó más de diez en una tienda de ropa, abarcaban todos los ángulos de visión y movimiento posible, para cincuenta metros cuadrados le parecía un exceso.
Al final: ¿por qué te has decidido?, ¿me vuelves a preguntar?, estaba distraído, me dijiste: si te gusta bien, entonces ¿cuál es tu decisión?, ya te dije, el de las bebidas.
Su pedido, ya tardaba, échale picante, pero solo un poco, no todos son amigos de él, así nada más.
Mejor pedimos eso que está llevando, no lo veo en el menú, me parece que es ese, no creo, ahí dice…, no tiene la pinta, ahí veo más carne, en esa imagen veo más verduras, es una foto, no te fijes tanto, podemos decirle que nos haga uno especial, cincuenta y cincuenta, claro, también pídele que te eche eso de ahí, no, eso no me gusta, quizás tomate, pero lo otro no, eso lo pediré para mí.
Tienes que cobrarme…, te he dicho tanto, sí, mírame, ¡tú que tanto hablas!
¡Qué manera de ponerse!, se le da bien golpear el vidrio e irá en aumento su enfado, observa su cara, para suerte del que atiende está esa protección, mira sus modos desafiantes, romperá el vidrio, qué mal rollo, ¿cuánto de más le está cobrando?, déjame ver los precios… solo son cincuenta céntimos, va de chulo, ¿se pone así solamente por cincuenta céntimos?, ¿tú te pondrías…?, no, no me parece lo correcto. ¿Qué es lo correcto?, si siento que me cobran de más: consulto el precio, veo el cambio y lo cuento, luego le pregunto si el pedido vale tanto, si con ello aún insiste, salgo y no vuelvo a comprar más en este lugar, perderían un cliente. La violencia gratuita no me parece lo mejor, eso será para ti, para mí y para la gran mayoría, pero ya se va, se va haciendo gestos, pues menuda gente, dan mal rollo, lo vuelvo a repetir, será parte de su idiosincrasia, es su forma de ser, esa reacción va por otro lado, es un mal educado.
Mitchel Ríos