Creatividad
AROMA
Subí en la estación anterior y, al principio, no hallé asientos disponibles. Me quedé en pie hasta que se desocupe uno, en tal circunstancia me apresuré a sentarme, ya que, en esta jornada, particularmente, deseaba descansar durante el trayecto.
Abrí mi mochila y saqué mi e-book. Llevo días leyendo una novela que muestra las aventuras inverosímiles de un idiota, pero coherentes dentro de su narración. Lamentablemente el libro electrónico no encendió, probé un par de veces hasta que caí en que quizá tenía la batería descargada.
Sin nada más que hacer, lo guardé, renegando por no haberme fijado en ese detalle la noche anterior.
Al no tener nada que leer, tendría que conversar con mis ideas, de repente en esta ocasión nos pondríamos de acuerdo, últimamente van por libre y eso no me gusta, pero, como no quería enfadarme, decidí observar lo que pasaba a mi alrededor, como una forma de descubrir esas cosas que me perdía por ir centrado en la lectura.
El suelo del vagón se encontraba húmedo y la mayoría de las personas portaban paraguas, lo que me recordó que había dejado el mío en casa, junto a la puerta del baño. Consideré innecesario llevarlo, pero evidentemente cometí un error. Sin embargo, mantenía una leve esperanza de que la lluvia cesara de camino al trabajo.
Mientras reflexionaba al respecto, en una de las estaciones subió un joven vestido con un chándal negro. Estaba claro que había sido sorprendido por un chaparrón, ya que se encontraba empapado. Se ubicó a mi lado.
Seguí centrado en mis actividades cuando comencé a detectar un olor extraño. Al principio pensé que sería algo pasajero, pero con el tiempo se mantuvo. Discretamente, me pasaba la mano por la nariz, esperando mitigar la situación, pero fue inútil. El olor parecía rodearme y se hacía más intenso. Empecé a sentirme incómodo, miré a todos lados y di con el lugar de procedencia del aroma peculiar, se trataba del muchacho que, centrado en su móvil, probablemente no lo percibía.
Lo que más me preocupaba de esa situación era que las personas en el vagón pensaran que yo era quien despedía el mal olor. En ese momento, cavilé en cómo abordar la situación de manera adecuada. Se me ocurrieron un sinfín de cosas que decir, pero no me parecieron apropiadas, por eso me decanté por cambiarme de lugar para evitar malentendidos y estar cómodo hasta llegar a mi estación.
Tras varias paradas no encontré otro asiento, tuve que seguir soportando el hedor de aquel tipo. Parecía que venía del gimnasio o de correr y, debido a la lluvia, decidió tomar el transporte público, en ese caso lo había hecho por obligación, no porque quisiera.
Situaciones como esta no son raras en verano, sin embargo, resultaba inusual que ocurriera en invierno, cuando el frío predominaba y las personas no sudaban.
En tales circunstancias seguí mi viaje como si nada hubiera pasado hasta que bajé del tren, con la esperanza de que al llegar a la oficina mantuviera mi apariencia habitual, impecable y profesional.