Creatividad
Viaje sin retorno
Era el recién llegado al barrio, todo era nuevo, las casas, las calles —le costó varias semanas aprender a ubicarse—. A las pocas horas tomó consciencia del cambio que daría al establecerse. Arreglar sus cosas fue lo de menos, consistía en sacarlas de las maletas y colocarlas en otro espacio, no era difícil, es más, le resultó agradable. El frenesí del momento era apabullante, el medio parecía girar más rápido sin reparar en su cansancio.
El viaje fue largo, se inició en un lugar recóndito —ahora que lo pienso, parece que fue ayer—. La sensación de estar haciendo algo trascendente no se apartaba. Llevé muchos días meditando sobre el tema, con la proximidad de la partida, quería hacer un esfuerzo y ver el futuro, la pregunta constante era: ¿Cómo sería la vida ahí? Las cosas que imaginaba se basaban en suposiciones, es difícil pensar en cómo serán en un espacio en el que nunca se ha estado.
Cuando cogió el taxi y acomodó las maletas, el sonido del cierre de las puertas fue el desencadenante de ese momento esperado con ansias y temor a la vez. El chófer fue amable, durante el trayecto se puso a hablar, yo iba pensando en facturar el equipaje y ubicarme en una zona cómoda hasta la salida del avión.
—¿Su primer viaje?
—En estas circunstancias sí.
—¿Por estudios o trabajo?
—En principio por estudios —Respondía mecánicamente, no prestaba demasiada atención.
—Tengo una hermana que vive por esas tierras, le va muy bien, suele llamarme, cuando lo hace hablamos largo y tendido, al despedirnos siempre me pregunta: ¿por qué no me voy, ella podría darme casa y conseguirme un trabajo, pero la situación no es tan sencilla. Saqué el pasaporte exclusivamente para viajar, pensé que con eso bastaba, dicen que la ignorancia es atrevida; es cierto, con ese papel me acerqué a las oficinas donde expiden los permisos de entrada, sin embargo, no fue posible, tenían que mandarme unos documentos y agregar unas firmas.
Recuerdo que estuve haciendo una cola muy larga, conversaba con los que iban a hacer el mismo trámite, después de una hora —no estoy muy seguro— llegué a ventanilla. No fue posible, el encargado me recibió de forma displicente —hay gente que te hace sentir incómodo—, por los gestos supe que ese día no sería, tuve que regresar por donde vine. Varias veces me he acercado al consulado, siempre pasa lo mismo, me falta algún documento, espero que llegue el día en que tenga todo y, de una vez por todas, pueda viajar, mientras tanto, de algún modo tengo que sobrevivir. Dicen que es bueno ponerse metas, entonces, yo me he puesto esa, espero dejar este trabajo, no me da satisfacciones, únicamente me aparta de las cosas que son importantes para mí. Nunca antes me dediqué a realizar una actividad tan anodina, pero al final de cuentas es dinero, cada vez que enciendo este coche y salgo a trabajar tengo presente el dinero que ganaré, solo así, el pensar en ello, me hace seguir. Eso sí, en este tiempo, me he hecho amigo de varios trabajadores de aquel lugar, pero sus servicios se salen de mi presupuesto, son unos sacacuartos.
—Todos tienen derecho a ganarse la vida de algún modo.
—Es cierto, pero que no abusen. Tengo que echar combustible, tienes que bajarte, no entiendo por qué, si se diera una explosión nadie sobreviviría… en fin… cosas de las normas.
Tras varias vueltas llegamos al aeropuerto, estaba descolocado, no supe dar con la puerta de ingreso, mientras deambulaba me encontré con una señora —tenía cara de buena persona—, me acerqué y le pregunté por dónde debía entrar.
—Es la puerta de ahí —señalando una de la izquierda—. ¿Es la primera vez que viajas?
—Sí, es el primer viaje de muchos.
—No confíes en nadie, cuida tus cosas, la gente es muy mala.
La experiencia no fue tan traumática —por lo menos no como me la pintaron—. Todo fue bien, hasta llegar a la zona en la que se tenían que presentar los documentos.
—¿Es su primera visita?
Estaba centrado en otros pensamientos, en ese momento recordé un programa de televisión que me gustaba sobre las aduanas de los aeropuertos. Solían darlo en un canal de señal abierta. En un escenario así, al pasar ese control, se me acercaría un agente de la policía, me diría que me hiciera a un lado y abriera mi maleta de mano, luego comenzaría a interrogarme, tratando de indagar el motivo de mi viaje y las razones que me llevaban a esta tierra tan alejada. Luego, me conduciría a una sala en donde habría más agentes, tendrían una actitud inquisitoria, después de retenerme durante varias horas, me informarían que todo estaba siendo grabado, bromearía y les preguntaría: ¿Pondrán las grabaciones en algún canal?
—¿Es tu primera visita?
La situación fue distinta, llegué, cogí mis cosas y me guiaron para tomar el tren e ir al apartamento en el que me hospedaría.
Era extraño, parecía otro planeta, estaba y no estaba aquí, vuelvo a repetir, era extraño. Crucé calles, recorrí bloques, llegué al piso y me instalé. Después salí a pasear por la ciudad, fui a la plaza, me senté en uno de los bancos, tras la sorpresa y el cansancio del viaje, me fijé en el ambiente, nadie me conocía y podía hacerme una buena fama.
Di inicio a mi proceso de integración; si este iba a ser mi hogar, de ahora en adelante, debería hacer amigos, por eso comencé a asistir al club, el deporte sería el medio para lograr ese fin.
Al inicio solo me acercaba y observaba los juegos de los chicos, cuando me hice notar, me invitaron a participar. Era divertido, hasta que, en un momento, uno de los jugadores se acercó y, sin venir a cuento, me quitó el balón de forma agresiva, hizo uso desmedido de la fuerza, no me lo esperaba, por eso terminé yéndome de bruces. Me puse de pie y reclamé por la manera de jugar.
—Aquí jugamos así, estas son nuestras reglas, si no te gusta, ya sabes lo que puedes hacer.
Comprendió que estaba lejos…
Mitchel Ríos