Creatividad
Veraneo
Las fiestas locales se celebraban a lo grande. Solían durar tres días, había comida y bebida al gusto, todo pagado, eso sí, gracias a la colaboración de los vecinos. El dinero aportado variaba, pero existía un mínimo, a partir de ahí cualquier contribución era bien recibida.
La costumbre de hacer las celebraciones de ese modo era de larga data, impulsada por los primeros pobladores que buscaban la unidad y la confraternización entre todos, era una forma de conocerse. En aquella época todo aquel que se mudaba a esa zona tenía en mente echar raíces y no solo ir a veranear.
El espíritu de las festividades se mantenía inalterado gracias a los organizadores, su labor era encomiable y dura —en algunas temporadas—, pues sabían que era la única forma de continuar con el legado heredado.
Cuando la recaudación era alta, tenían la posibilidad de traer artistas de caché, esos que eran conocidos por todos y que solían llenar los recintos en los que se presentaban. Aunque llegar a ponerse de acuerdo con sus representantes era peliagudo, ya que sus exigencias solían ser desproporcionadas, en tales circunstancias no se rompían la cabeza y se decantaban por los que les aseguraban varias horas continuas de celebración con un repertorio que mezclaba ritmos lentos con movidos, los primeros celebrados por las parejas y los segundos, por los jóvenes entusiastas, que ansiaban sudar.
Sin embargo, no todos estaban de acuerdo con estas celebraciones, algunos las consideraban innecesarias, un despropósito creado para justificar los excesos.
Y razón no les faltaba, la mezcla de alcohol y alguna cosa más, ocasionaba escenas vergonzantes, los borrachos, pensando que nadie los observaba, actuaban obscenamente, ya sea solos o con sus parejas, para ellos la celebración no había concluido y continuaría hasta que quisieran, el límite lo ponía su aguante.
También se quejaban del ruido, al no participar del jolgorio solo percibían los sonidos que entraban por sus ventanas, sonidos que no les permitían dormir plácidamente e interrumpían su estadía estival.
A estos díscolos los tenían calados, eran un grupo que aparecía durante el verano y luego desaparecía. Tenían al pueblo como su segunda residencia, por eso sus argumentos no tenían asidero.
Pero esto no los amilanaba, seguían en su posición, podían soportar los excesos, pues de esos no se enteraban, pero lo de no poder dormir, no.
Estaba claro que algo se debía hacer, pues si estaban ahí, durante esa temporada, era para descansar y no para pasarse las noches en vela, sufriendo en sus carnes, las celebraciones pueblerinas del resto.
A pesar de la reticencia de los organizadores tenían que prestar atención a las quejas, así no lo quisieran las reuniones estaban abiertas a todos los dueños, no obstante, alguno tenía la idea de cambiar aquella normativa, para asistir e intervenir sería necesario vivir de forma continua y no solo aparecer durante las vacaciones. Pronto, los promotores de esta propuesta se dieron cuenta de que sería un error, pues el apoyo sería nimio, ya que esto iba en contra de la idea de confraternizar.
Con esto aclarado, todo quedaría igual, seguirían reuniéndose, todos tendrían la oportunidad de hablar, pero las decisiones serían tomadas por el grupo de siempre, los más longevos de la localidad, ahí estaba el meollo del asunto, mientras los miembros del comité compartieran la idea de conservar las tradiciones, nadie podría ponerles piedras en el camino.
Pero nada les aseguraba que esto se mantendría inalterable, probablemente, en un futuro próximo, las tornas cambiarían, aumentarían los veraneantes, en desmedro de los habitantes de toda la vida, cambiando el panorama y, con ello, los integrantes de las diferentes comisiones, dejando en el olvido lo que hacía interesante vivir ahí, pero para eso aun tendrían que pasar muchos años, por el momento, todo iría como siempre, los festejos de tres días, a pesar de los excesos, continuarían.