Creatividad
Una llamada
El aburrimiento, ¿cómo es posible, que habiendo tantas cosas por hacer anide en nosotros? A pesar de elucubrar alguna respuesta, no quedó del todo convencido, se sentía así y no había nada que lo hiciera mudar de estado.
Para pasar el rato, decidió hacer algo. Su primera opción fue coger el teléfono y llamar, dar un toque inesperado a alguien y sorprenderlo, esperaba, de ese modo, tener una charla amena. Es así que comenzó a revisar su lista de contactos, se dio cuenta que tenía muchos números en la agenda, ¿cómo haría para seleccionar uno?
Comenzó a descartarlos de acuerdo a la clasificación que les había dado. Desechó los del trabajo, porque al pertenecer a gente que veía todos los días no deseaba contactar con ellos. Estaba convencido de que terminarían hablando de sus horarios y labores, algo que por más que estuviera hastiado, no le apetecía hacer, solo conseguiría tener la impresión de no estar descansando, sino teletrabajando —pensó.
Luego se topó con los de los excompañeros de escuela. Por casualidad, uno de esos días, mientras caminaba por la calle alguien le saludó, estaba pasando por la puerta de un bar y un espontáneo se le acercó, se detuvo más por miedo que por otra cosa. Al inicio pensó que era una equivocación, es más, antes de que soltara alguna frase, trató de detener la perorata, pero, por educación, dejó que hablara.
No recordaba de nada a su interlocutor, sintió la necesidad de preguntarle: ¿nos conocemos? —prefirió escuchar—. Este parloteaba como si hubieran hablado ayer. Así estuvo hasta que dijo algo que hizo a sus recuerdos aparecer, era cierto, lo conocía, pero recapitulando la información que rememoraba, lo que decía no tenía relación con ella, nunca fueron amigos, conocidos, sí, pero una relación de amistad, no. El tiempo que pasó ahí se le hizo eterno.
Más adelante, añadió, en el mismo tono afable.
Hace un mes, más o menos, me encontré con… ¿lo recuerdas?, era uno de la peña. Ese día estaba en el metro, yo salía y él entraba. Nos reconocimos, pero no pudimos hablar, cuando estaba a punto de darme su número de móvil el tren reanudó su marcha. Me lo dijo de voz, a causa de ello solo me fue posible apuntar los seis primeros. Los tres restantes me sonaban vagamente, el ruido que inundaba la estación no me permitió prestar atención, hubiera querido volver a subir al vagón; fue imposible. Era hora punta y subían tantos pasajeros como bajaban.
Durante el relato de la anécdota guardó silencio, tratando de que no se notara su poco interés, hasta que encontró el instante adecuado para disculparse e indicar que debía llegar a una reunión importante. Antes de despedirse, el que se asignaba el epíteto de colega, pidió su número, como una forma de sacárselo de encima se lo dio, luego le timbró, para que tengas el mío, le dijo. Siguió su camino y no supo más de ese tipo, solo de vez en cuando le mandaba algún mensaje, poco a poco le fue pasando números de personas que decía eran de la misma quinta. Por obvias razones descartó llamarlos.
Así siguió, discriminando números por la gente a la que pertenecían, hasta que cayó en uno de alguien que había conocido mucho tiempo atrás. Como suele suceder, se distanciaron, pudo haber algo, las circunstancias no se dieron. Esta afinidad aparente, le hizo caer en la posibilidad de volver a contactar, sería curiosa la forma, por azar, por la situación que atravesaba.
Existía la probabilidad de que, tal vez, a estas alturas fueran dos completos desconocidos, sopesó la situación y se dijo que no perdía nada.
No tenía la seguridad de que ese número siguiera perteneciendo a la persona que conocía, mas dejó de lado esa eventualidad y lo intentó de todos modos, marcó, dio señal. A pesar de su escepticismo inicial, había la leve posibilidad de que le contestara.
Así, a bote pronto elaboró un discurso para soltarle, ¿qué le diría?, claro está que empezaría con un: ¿cómo estás? Como si fuera una epifanía, se le pasó por la cabeza mandarle un mensaje, descartó esa opción, pues poner sobre aviso al receptor mataría el momento.
Sonó por primera vez.
En ese instante pensó en lo qué pasaría si le contestaba alguien que no fuera la persona con la que quería hablar. En esa tesitura se disculparía, me equivoqué de número argüiría, esta muletilla ayudaría a salir de esa situación incómoda, ¿Quién no se ha equivocado, alguna vez, al marcar los dígitos de un teléfono?, todo el mundo —se respondió—, todos hemos pasado por un trance así.
Sonó por segunda vez.
¿Y si le preguntaba a que se debía su llamada?, ¿qué le diría?, ¿sería sincero? Le comentaría que estaba aburrido y como no tenía nada mejor que hacer, le llamó, a ver si de ese modo se entretenía o, mejor aún, se inventaría una historia, en dónde declararía, a ver si colaba, que siempre pensaba en lo que fueron y en lo que pudieron haber sido. De todos modos, era mejor decir lo segundo que lo primero, así podía causar empatía.
Sonó por tercera vez.
En este punto, comenzó a dudar de continuar con la empresa. Siendo sinceros no sabía de qué hablarían, en todo ese tiempo de distanciamiento nunca contactaron, nunca recibió una llamada de ese número, quizá no deseaba hablar.
Sonó por cuarta vez.
También existía la posibilidad de que hubiera perdido el móvil (o se le hubiera estropeado) y no hubo posibilidad de contactar, ya sea porque no guardó la lista de contactos o no le hubiera dado tiempo para memorizar los más importantes. Esto sería factible, a mucha gente le ha pasado.
Sonó por quinta vez.
Ya puesto en el tema, mejor no planificaría nada, diría lo primero que le vendría a la mente, la espontaneidad hace más fresca una conversación, tener todo planificado al dedillo le quita gracia a lo que debería ser gratificante.
Sonó una sexta vez.
Estaba perdiendo la ilusión de hablar cuando, de repente escuchó una voz, saludó, pensó que habría respuesta del otro lado, sin embargo, pronto se dio cuenta de que era el contestador, este le dijo soy… deja tu mensaje después del tono… no lo hizo…
Mitchel Ríos