Creatividad
Una buena memoria
A menudo, cuando la escuchaba, no me entraba en la cabeza que siempre le pasaran cosas malas, que todo el mundo se centrara en ella y se las hiciera pasar canutas.
No suelo caracterizarme por ser positivo, constantemente a mí es al que tienen que hacerle ver el lado bueno de las cosas, pero ante sus afirmaciones me colocaba en una posición peliaguda. Me costaba encontrar frases que fueran pertinentes. Era difícil de carácter, especial, pero la tenía en buena estima, quería ayudarla.
Con eso en mente la invitaba a salir, a pasar de todo y disfrutar juntos de sus fantasmas.
Nos conocimos cuando nos preparábamos para presentarnos a unas oposiciones. Lo primero que me sorprendió de ella era su buena memoria, se sabía al dedillo las leyes y normas, cada vez que hacía alarde de sus conocimientos le soltaba la frase: Tú serías una buena abogada, pero argüía que le interesaba tener un trabajo con un sueldo fijo para toda la vida, las quimeras no eran lo suyo, el único que le aseguraba un puesto con estas características era el estado, sí conseguía la plaza a la que postulaba tendría un porvenir perfecto. Incluso tenía planificado lo que haría con el dinero, como lo invertiría, el barrio al que se mudaría y la casa que compraría.
Me daba pavor ese tipo de proyecciones, yo me consideraba pragmático, prefería concebir mi devenir teniendo una base sólida, no tomando como punto de partida, simples ocurrencias.
Tras un tiempo dejamos de vernos. Nuestras vidas siguieron.
Un día, antes de un viaje importante, recibí una llamada suya, me habló como si no hubieran pasado años desde la última vez que coincidimos.
De esta forma contactamos nuevamente, volvimos a quedar, comenzó a narrarme las cosas que le habían pasado, me sentí en desventaja, en todo ese lapso a mí no me había pasado nada interesante.
Comentaba que tenía la sensación de haber echado a perder su futuro al tomar decisiones erradas.
Desde esa vez, cada nuevo encuentro pasaba lo mismo, se quejaba de lo mal que estaba, no comprendía como a estas alturas de su vida había vuelto a vivir con sus padres, sus planes se habían ido al traste
A pesar de haberlos cumplido parcialmente, le jodía vivir de contrato en contrato, no llegó a obtener la plaza fija que ansiaba, tuvo que conformarse con ser interina. Cada cierto tiempo la empresa que llevaba el estudio para el que trabajaba, cambiaba, esto llenaba de temor a la plantilla, las noticias de despidos no se hacían esperar, los que permanecían lo hacían renunciando a derechos, era la única forma de seguir, era mejor eso que nada —argumentaba.
A mí las cosas no me habían ido mal, no hacía lo que quería, pero tampoco tenía problemas económicos.
La misma escena se repetía en cada salida, ella hablaba, yo solo escuchaba, no atinaba a expresar mi opinión en ese momento, esperaba la ocasión propicia para hacerlo, pero nunca se dio.
Pensaba decirle que su problema era ella, pues vivía aguardando que su ideal, lo que añoraba, su sueño, se hiciera realidad, pero era solo eso, un sueño.
Era duro de explicar, pues en todas las situaciones en las que me imaginaba diciéndolo, me resultaba chocante, ya que, por mi empatía, a mí no me gustaría que intentaran desmontar las cosas en las que creía.
Mientras no se aclarara seguiría tomando las peores decisiones y pensando que la culpa era de los demás, no suya, y que la vida no tenía sentido, que nadie la estimaba, que todo el mundo pasaba de ella, que sobraba.
No se daba cuenta que lo mejor era detenerse y centrarse en sus prioridades, no era necesario que siguiera lamentándose, además por su actitud se notaba que iba a piñón fijo y que cerraba sus oídos a las palabras que no iban en la línea de lo que quería escuchar, sería como chocarse con una pared.
A pesar de lo que opinaba, no me iba, me quedaba a su lado, tenía la confianza de que en algún momento se daría cuenta de su error, que cogería todos sus pedazos, los uniría y a partir de ello pensaría en el futuro, pues por estar pendiente del pasado, lo que le había dañado, no podía disfrutar de su presente.