Creatividad

Una anotación

Cogí uno libro en la biblioteca después de mucho tiempo.
Mi lectura detallada me jugó una mala pasada; no pude devolver las obras dentro del plazo señalado, no soy lento leyendo, simplemente los analizo a más no poder, eso, por consiguiente, me ocasiona penalizaciones constantes; en pocas palabras, debería estar acostumbrado, sin embargo, en esta oportunidad me excedí más de la cuenta.
El día que me acerqué a devolverlos, le entregué mi carné y los ejemplares al encargado; los recibió sin hacer gesto alguno, mas, cuando vio la fecha de entrega, soltó un par de palabras aduciendo que debían haber sido entregados hacía un par de meses —argüí que era cierto, pero las lecturas que elegí eran pesadas —no solo por el volumen— y respondió que si no tenía un buen ritmo de lectura lo mejor que podía hacer era no sacar tantos —eran aproximadamente 6—. Al escuchar estas palabras me dije que, si lo hacía o no, era mi problema no el suyo, sin embargo, en cierto modo, tenía razón, no leía rápido.
Eso quedó demostrado cuando me metí con Crimen y castigo, me costó encontrarle el gusto y avanzar en sus páginas. Tenía una amiga que me molestaba por ese asunto, fisgoneaba constantemente cuanto había avanzado.
—Se nota que vas a toda velocidad con la lectura.
—Voy por la segunda lectura, la primera fue tan rápida que me quedaron algunas partes sin esclarecer, por eso decidí leerlo nuevamente —luego solté el rollo de que los buenos libros nos dejan cosas buenas en cada lectura, pues, su magia no se agota.
—Este no será tan bueno si te cuesta tanto —me tenía calado, sabía con certeza si le mentía o no, aun así, hacía como si se tragara el cuento—.
—Lo bueno cuesta.
—Terminarás siendo un especialista en literatura rusa.
—No, seré especialista de un solo libro, pero conociéndome, no bien lo termine, lo olvidaré; ya sabes, mi memoria de pez no falla.
—Échale la culpa a tu memoria.
—Es lo que hay.
—Por lo menos algo quedará, no dicen: Lee, lee, que algo queda…
—¿Estás segura?
—No, pero por ahí va el tema.
—No hay tema y si lo hay, es meterte con mi memoria.
—Tú la nombraste.
—Sí, la nombré, pero no esperaba que te metieras con ella.
—Me lo pones a huevo, yo la cojo y la suelto. ¿Cuándo termines la segunda lectura, volverás a releer el libro?
—No sé, tal vez, no estoy seguro…
—Mejor di no…
El encargado siguió sumando parlamentos para concluir con que estaría varios meses sin poder retirar textos, yo había realizado, más o menos, mis cálculos, estaría un año y medio castigado. Al concluir el bibliotecario con su retahíla de reproches, señaló la fecha en la que estaría habilitado. Mi previsión falló por un mes, dijo textualmente que sería en junio del próximo año —yo evalué que sería en julio—, ingresó unos datos en su ordenador, me devolvió la acreditación y concluyó diciendo: Nos vemos en esa fecha.
Durante el camino hacia mi casa no dejé de pensar en los meses que faltaban para volver a ser un lector completo. No bien entre en el piso apunté la fecha exacta en la mejor agenda que tenía, mi pizarra, la usaba a menudo para registrar eventos importantes, era un método que me ayudaba a no olvidar nada, cuando la compré tenía mis dudas, pero con el uso constante me di cuenta que era un buen soporte para recordatorios de direcciones y, sobre todo, para escribir los datos de las entrevistas de trabajo. Al hacer anotaciones cotidianamente se llenaba pronto y tenía que limpiarla, las primeras veces utilicé un paño húmedo, las siguientes, un borrador que adquirí en una papelería, aunque antes de llegar a este, que me brindaba buenos resultados, compré uno en una tienda de chinos; es probable que no eligiera bien, porque cuando fui a limpiar la superficie, las palabras anotadas quedaban exactamente igual, al parecer fue una mala compra, lo único para lo que sirvió fue para decorar el tablero.
Cuando comencé a anotar la fecha pensé en la cantidad de meses que faltaban, no estaba seguro de estar vivo para esa…
Pasaban los días, era un sufrimiento tener que esperar tanto para coger nuevos ejemplares, lamentablemente mi economía no estaba como para comprarlos. Para no pensar en ello comencé a dedicarme a hacer otras actividades, la misión era estar ocupado.
El tiempo pasó, la pena caducó y pude volver a la biblioteca. Tenía una lista de varios libros que quería sacar, cuando estuve delante de los estantes cogí el primero, no me hice con más, porque no quería volver a pasar por el trance que tanto malestar me causó; se lo entregué al encargado, puso un sello en la primera hoja con la fecha en la que debía devolverlo y me lo entregó.
Me apuré en regresar a casa, una vez en el sofá, mientras lo estaba revisando, al pasar las páginas me encontré con una hoja que tenía el número de un móvil anotado. Al inicio se me ocurrió llamar, pero pronto me di cuenta que era una locura, sin embargo, no dejé de pensar en hacerlo, podía ser una forma extraña de conocer a alguien, en ese momento surgieron interrogantes: ¿De qué forma me presentaría?, ¿por quién preguntaría?, y la más importante, ¿qué respondería si me preguntaba cómo conseguí el número?
Podía ser sincero e indicar que lo encontré dentro de un texto: Te llamé porque me pareció interesante, es la primera vez que me sucede algo así —quizá para ese momento ya hubiera cortado y bloqueado mi número—.
Se me ocurrían cientos de posibilidades. Tenía delante la opción de conocer a un ser con un gusto similar al mío; tal vez sería una persona interesante, por eso comenzaríamos a hablar más a menudo y luego, tras el primer contacto, quedaríamos, nos conoceríamos mejor.
Me acomodé en el asiento, recostando más la cabeza, estaba cansado. También existía el riesgo de que los hechos no salieran como yo pensaba, de repente era una broma que me estaban haciendo, pero deseché ese pensamiento.
¿Cómo sabrían qué libro iba a coger?, no sé, las dudas se hicieron presentes, era consciente de los problemas que me podía ocasionar el llamar a un extraño, la sensación era rara. Así estuve dándole vueltas al tema hasta que me dormí.
Durante la siesta soñé que realizaba la llamada.

Mitchel Ríos

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