Creatividad

Un refrigerio

Sentado, aguardaba a que me trajeran la carta del restaurante, en ese momento me fijé en un par de comensales, hablaban elevando la voz, no llegaban a gritar, pero sus palabras se entendían claramente.
Por momentos se detenían, dejaban de charlar y se volvían con sus copas de tinto.
No frecuentaba este sitio, me parecía que tenían precios elevados, fungía de exclusivo, solo se podía ir con reserva, sin embargo, tenían una buena carta, era el típico sitio al que se va de vez en cuando, porqué, muy probablemente, si se va varios días a la semana, genere un hueco financiero en el bolsillo del asistente.
Al no acercarse nadie a atenderme, me percaté de otra pareja ubicada en una mesa cerca de la pared, hacían gestos raros, imaginé que tendrían problemas o ese día estaban de aniversario —a saber.
Una de las partes se quedó en silencio y la otra, al parecer, daba un sermón, no sería nada grato lo que le decía, la cara del interlocutor era un poema, no obstante, trataba de hacerse el gracioso, quitarle seriedad al asunto, pero aquel instante no era el más acertado para ponerse en ese plan, ¿qué esperaba conseguir? —me dije.
Hay momentos en los que es mejor cerrar la boca, quedarse callado, dejar que la otra parte se canse, porque es un proceso normal, tras un estado de excitación viene uno de sosiego, en el que todo lo dicho pasa a un segundo plano, en tanto no haya sido nada hiriente.
La discusión, o juego, no tenía visos de ir a más, probablemente se habían quedado sin argumentos, no tenían más que decir o, en su defecto, se contuvieron para no decir nada de lo que podrían arrepentirse después.
Mientras tanto, seguía esperando a ser atendido, con el tiempo invertido ya estaría terminando el primer plato, a la espera del segundo.
En otro momento, uno de los encargados pasó llevando un postre y lo dejó en una mesa contigua a dónde estaba ubicada la mía, sin embargo, no era del gusto de quienes estaban sentados en ella, al parecer habían pedido una tarta de queso, con toques de Roquefort.
Cuando escuché esto no estaba seguro si esa mezcla encajaba, sin embargo, recordé que alguna vez degusté wasabi con chocolate y resultó exquisito, el dulce del chocolate resaltaba por encima de lo demás.
Seguí esperando para hacer el pedido, por probar, quizás, pediría el mismo postre.
De repente, volví a escuchar a los tipos del inicio, su charla era aún más clara, hablaban de política y concordaban en que el país estaba jodido. La culpa era del jefe de estado, se dedicaba a delinquir y cobrar impuestos, era lo mejor que se le daba, a la clase trabajadora, porque eso era lo que tenían esos comunistas, quitarle al que tiene para que el mundo fuera más justo —expresó uno.
Era risible escucharlos, se dedicaban a despotricar, entonando un discursito que, soltado por medios de dudosa reputación, había calado en ciertos estratos: el gobierno se llena los bolsillos con los impuestos
La realidad era distinta, pero cómo decirles lo contrario, si creían a pie juntillas en lo que decían, es más, si se tenía un intercambio dialéctico, añadirían un dato desfasado para justificar su posición, aunque fuera un bulo, por sustentar sus palabras, valía todo.
En espacios como este era común encontrarse gente así, gente que se consideraba dueña del cortijo y cualquier cambio iba en contra de sus intereses.
Cuando el camarero me trajo la carta le dije:
—Por fin. Me teníais abandonado.
—Hoy somos pocos, es lunes —replicó.
—Igual deberíais de tener más cuidado, yo esperé porque os conozco, otro en mi lugar…
—Lo entiendo.
—¿Qué me recomiendas?
—Hoy tenemos fuera de carta…
—Suena bien…
En ese momento me fijé que los colegas pagaban con tarjeta, se levantaban de la mesa, se despedían y en la puerta, cada uno tomaba un camino distinto.

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