Creatividad
Un papel arrugado
Por casualidad encontré un papel doblado en la acera (parecía una carta), al inicio fui reticente, era un trozo de basura que se le habría caído a alguien o lo habría tirado, en el suelo ya no tenía valor, sin embargo, mi curiosidad pudo más.
Aparentemente, si se analizaba por encima, parecía contener garabatos, pero una vez que se lograba dar con lo que venía escrito (se hacía legible), noté que venía la frase: La felicidad te espera…, así sin más, este conjunto de palabras quería expresar un buen deseo, debajo, además, venía una dirección que quedaba a pocos bloques.
Cuando era chaval creía que el mundo era un sitio que desbordaba felicidad. Crecí con los imaginarios del esfuerzo, recalcaban que solo fracasaban los que no daban un palo al agua. También con los dibujos que solían echar por la televisión, por la tarde, para que nos distrajéramos después de clases, en dónde siempre había un final feliz, siempre ganaban los buenos (tu destino estaba en tus manos).
En la escuela teníamos un catequista (aparentaba ser un buen tipo) que se preocupaba por ofrecernos una buena educación, nos hablaba del plan divino del Salvador y de las directrices que debíamos seguir, nos explicaba que vivíamos en un entorno en dónde todos éramos tratados de forma digna. Se preocupaba por inculcarnos los valores cristianos, a menudo solía repetirnos que éramos el futuro y que de nosotros dependía (y de nuestra fe) hacer realidad esos buenos deseos.
A menudo nos llevaba a escuchar misa, era una experiencia, de grupo, interesante. Todos seguíamos a rajatabla lo que nos indicaban, ya que sí no era así, sabíamos que nos podían castigar, el encargado para esto era el asistente del director, quien se dedicaba a observar atentamente a quienes se salían de la norma.
Usualmente sucedía cuando alguien no dejaba de hablar durante la eucaristía, era una falta de respeto no estar en silencio en la casa Dios, como este lo veía todo se disgustaba por el mal comportamiento de su rebaño.
En esas circunstancias era común que nos llevaran a una pequeña aula y que nos pusieran de espaldas mirando hacia la pared, si no decíamos quien había sido el culpable todos recibíamos un tirón de orejas de manera preventiva, si seguíamos en nuestra renuencia, el castigo aumentaba, con el paso de los minutos todo empeoraba, podían llamar a nuestros padres, pero esto casi nunca pasó, ya que siempre había alguno que delataba al culpable, el cual se quedaba a solas con el encargado de impartir justicia, a los inocentes los retiraban, no querían testigos, solo debían estar el censor y el infractor, era por su bien, tenía que aprender a no ser irrespetuoso.
Esto era lo habitual, si te portabas mal merecías un castigo porque te lo habías ganado, solo tú eras el culpable de lo que te pasaba.
Se me ocurrió que podría ir a devolver el papel e indicar en dónde lo había encontrado, podía cotillear un poco y enterarme si el mensaje fue lanzado, al mar de cemento, deliberadamente o se le había caído por algún descuido, hacer una buena obra siempre venía bien, podría alegrar a alguien.
Con el tiempo se me cayó la venda de los ojos, el mundo no era perfecto, existía el clasismo, el racismo, la aporofobia, la envidia…
Asimismo, descubrí que la cultura del esfuerzo era una mentira, lo importante para salir adelante era estar bien relacionado, tener contactos, pues de una manera u otra te podían hacer más sencillo sobrevivir.
Solo basta con ver las noticias o leer el periódico, el mundo está cada vez más jodido, es como si en algún punto, todos los buenos deseos de los hombres del pasado (especulo con que tenían buenos deseos, tal vez esté equivocado) se hubieran esfumado gracias a los poderosos. Es frustrante ver cómo el fascismo campa a sus anchas y el sistema, como tal, no hace nada, al contrario, se adhiere a su odio, persiguiendo a quienes no piensan como ellos, más bien están preparados para señalar al disidente y escupirle, confiando en el respaldo de algunas instituciones.
A pesar de esto, los medios de comunicación te dicen que todo va bien (hay esperanza) y dan voz a los eruditos que mezclan las churras con las merinas, simplifican todos los temas para que su discurso tenga sentido, explicando que todos somos iguales, buenos y malos somos harina del mismo costal, esta estupidez cala en algunos y los convencen para que dejen de confiar en el cambio, detallándoles que es en vano creer en un futuro halagüeño.
En definitiva, aquí está el infierno y el cielo, es inútil esperar o creer que hay un más allá, ya que es una invención de los que nos controlan para que confiemos que esta vida es de paso.
Esa primera intención la dejé de lado, me parecía un sinsentido hacer de buen samaritano, no valía la pena. Volví a dejar el papel en su sitio cogiendo polvo, no era para mí.