Creatividad
Un homenaje
El encargado de dar el discurso de honor se presentó con media hora de retraso. Los asistentes se preguntaban si era una broma de mal gusto o una muestra de su ineptitud (por ser condescendientes). No era posible que un ciudadano de a pie se diera la molestia de estar puntual y quien se suponía que debía dar el ejemplo (cobrando por estar ahí) no fuera diligente.
Estos desplantes eran cada vez más continuos, era como si el dirigente pasara de los ciudadanos. Ante las continuas protestas debido a sus malas decisiones, solo atinaba a decir que eran malos perdedores, ellos habían ganado las elecciones, por lo tanto, harían lo que les viniera en gana, o como ellos le llamaban, instrumentalizarían su plan de gobierno, por eso cuando alguien daba una opinión distinta, tachaban la intervención de ideológica. Últimamente ese apelativo se convirtió en el caballito de batalla de sus correligionarios, si algo no les gustaba atacaban, fue tal el desgaste del vocablo ideológico que comenzó a perder la significación con la que originalmente se acuñó.
Sus asesores le recomendaban matizar ciertos comportamientos, pero él argüía que era así, tal cual, ya era hora de mostrar a esos opositores que había otra manera de gobernar, la suya, por lo tanto, les tocaba tragar, como ellos lo hicieron, cuando intentaron hacerse con el poder durante varias legislaturas.
Pensé que sobraría tiempo, pero (tonto yo) no tuve en cuenta ciertos imprevistos, lamentablemente, como suele suceder (sin caer en el tópico), las circunstancias comenzaron a jugarme en contra. Me enteré del evento por un colega, estarían presentes personajes destacados, el entusiasmo mostrado al contármelo, me generó interés.
En un comunicado, que salió en los principales medios de comunicación, se indicaba la hora de inicio de la ceremonia.
No estaba seguro si lo había leído en alguna de las redes sociales, en un cartel en la calle o en la radio, era aficionado a escuchar las noticias mientras se dirigía al trabajo, la radio de su coche siempre estaba sintonizada en una emisora local con un grupo de periodistas que se jactaban de ser objetivos, pero, a la hora de la hora, se les notaba su color político.
Mientras estaba en el vehículo se fijó en los asistentes, no observó ninguna cara conocida, tendría que hacer el ademán de estar a gusto y guardar las formas.
Sería ese mismo fin de semana, no faltaban demasiados días, tendría lugar sobre las…, a unos diez minutos de su casa.
Muchas personas comenzaron a murmurar, ya estaba bien, antes de dar inicio a cualquier prolegómeno, le exigirían una disculpa. Bajó del coche y, obnubilado por el séquito que lo rodeaba, pasó de todo, hizo como si no escuchara nada, eso, sumado a sus escoltas que le abrían paso, hicieron posible que, sin más problemas, se situara en el lugar que le habían reservado.
Tenía que dejar una ofrenda, no era un premio, tampoco era una condecoración, era un mero acto alegórico, era una simple ofrenda —pensaba—, luego se tomaría unas fotos, haría unas cuantas declaraciones, volvería a sus asuntos, sin duda, más interesantes que estar ahí.
Había pasado muchas veces, pero nunca se me dio por preguntar de quién era la estatua que estaba en el centro de la plaza, tal vez por ir distraído o porque, al ser algo que siempre estuvo en ese lugar, no llamaba mi atención. Para mí siempre fue un cementerio de palomas que caían rendidas al suelo por el calor.
Llevaba el traje adecuado, con el pañuelo en la solapa, el bigote brillante, así como una corbata que resaltaba sobre el resto de su atuendo. Al levantarse no estaba seguro que ropa llevar, sin embargo, uno de sus asistentes lo conminó a vestirse de ese modo: se supone que asistirá a un evento en dónde estará la prensa y como se celebra el aniversario del fallecimiento de… lo mejor es elegir prendas de colores oscuros, dar la impresión de seriedad, aunque no quiera, es necesario dar esa imagen, ¿cómo sabía que no tenía ganas de ir?, era en vano preguntarse, la respuesta estaba en el gesto de su rostro, no le apetecía estar rindiéndole homenaje a un personaje que estaba en las antípodas de su pensamiento, era un rabanito famoso, solo eso, al que se le daba bien el arte, por uno de esos esperpentos tengo que asistir a ese sainete —se dijo—, pero eso era parte de ser la principal autoridad de la ciudad.
Un vertedero de aves —se repitió—, pero gracias a saber la ubicación se convenció, asistiría.
Los días previos revisó algunos de los escritos del autor homenajeado, no cabía duda, le hacía justicia el ser considerado como uno de los mejores prosistas en castellano.
Le entregaron el discurso, lo elaboró una de las mentes más brillantes del partido, así era mejor, con ello se evitaba pensar, además al repetir a rajatabla lo que escribían no podrían decir sus detractores que iba por libre. Leer, sin opinar, era suficiente, estaba ahí no por ser un gran orador, sino por su fidelidad a las consignas establecidas, era un seguidor acérrimo de sus valores, pero ¿cuáles eran?, pensó por un momento, no los recordó, siguió con sus preparativos.
A menudo, cuando leía, me topaba con información nueva, lo bueno de vivir en un sitio con tanta historia era que en cualquier esquina uno podía encontrarse con placas conmemorativas, con leyendas que indicaban los sucesos memorables que acaecieron, era una buena forma de ir empapándose de la idiosincrasia del lugar.
El discurso le pareció demasiado largo, no estaba seguro de aguantar su lectura sin bostezar, pero no podía hacer nada, tendría que dar la impresión de estar fascinado por el tema, como si fuera un lector asiduo del rabanito aquel, cada vez que se repetía el término le sonaba más despectivo, pero acaso no era lo que quería, descalificar con ese mote a la oposición era la razón de ser del término, si sonaba peyorativo estaba consiguiendo su fin.
Solo diez minutos, eso me daba tiempo para levantarme más tarde, no era necesario madrugar, odiaba hacerlo los fines de semana. Me tomé las cosas con calma, no salí apurado, aproveché para desayunar en una terraza, no había prisa.
Fuera de bromas —se dijo—, hago las presentaciones y cumplo con el acto, además no esperaba que la gente tuviera el más mínimo interés, ¿cuántas personas asistirían?, diez, veinte, pensó en unas treinta, pero era exagerar demasiado, no tenía conocimiento de que este tipo de actividades tuvieran carácter masivo, si fueran a asistir más personas el lugar elegido para la organización hubiera sido otro, no esa biblioteca con ambientes pequeños.
Cuando me fijé en el móvil era hora de seguir, se podía observar a la gente divirtiéndose, eran como masas que recorrían las calles distraídas, sumidas en su momento de disfrute. Mientras pensaba en ello pasó al lado de la estatua del ángel caído. Se fue acercando y vio que había mucha gente ya situada, se posicionó en primera fila, esperando no molestar a nadie, no quería ser impertinente.
Había grupos que, por lo visto, habían quedado, tal vez se pusieron de acuerdo a través de algún foro. Se deducía por su forma de tratarse, estaban ahí porque se conocían, bromeaban. Alguno, a causa de la demora, sostuvo que no se podía esperar nada bueno de los políticos, este, en especial, había echado a perder todo lo bueno que se hizo en los años anteriores y, no solo eso, estaba rodeado por una serie de personajes que más que currículo tenían prontuario, no se animaban a decirlo en voz alta, solo lo repetían para ellos, no serviría de nada encararlo.
Cuando se presentó, los murmullos cesaron, hizo su aparición con un pequeño ramo de flores que depositó al lado de la estatua, un grupo de gente le aplaudió, se subió al estrado levantado para la ocasión, sacó sus folios y se puso a leer, el discurso parecía sacado de un libro, apelaba al sentimiento en lugar de dar alcances importantes o recalcar la razón de estar ahí. Muchas de las personas estaban disgustadas por ese gesto, en cierto modo sintieron que ninguneaba al homenajeado, pero no se le podía pedir más.
Cuando concluyó, se escuchó un efusivo aplauso del grupo que lo acompañaba. La ceremonia continuaría en el edificio contiguo, la gente entró, pero se les hizo muy difícil encontrar sitio, los responsables se vieron obligados a abrir todas las puertas, se sentían sobrepasados, en ese momento habló por el micrófono una de las organizadoras.
—Gracias por asistir. No calculamos que habría tal afluencia de gente, esperábamos un número menor.
—Por primera vez se dan cuenta de que, fuera de su círculo, hay muchos inclinados por la cultura, tendrá cojones la cosa —comentó una señora enfadada, tras oír esas palabras.
Yo solté una risa discreta, estaba asombrado, algo que tendría que haber sido una de las mejores exposiciones del año quedó en la mínima expresión, no era de extrañar, la autoridad estaba a lo que estaba, sin el interés de agasajar a una luminaria que estaba alejada de su posición, quizá, si otros hubieran sido los organizadores, se hubieran preocupado por darle el realce que requería, tenía que ser un momento especial, no en vano se estaba celebrando un acontecimiento de ese nivel.
Como la gente podía ponerse altanera, la autoridad decidió retirarse, era mejor así. Habría gente esperándolo, lamentó que los rabanitos impidieran su presencia ahí.
Por un momento, reinó el caos, estaban dispuestos unos asientos exclusivamente situados ahí para autoridades y familiares del artista, eso quedó patente cuando alguien quiso sentarse y le dijeron que no era posible, que hiciera el favor de levantarse y situarse en otro lugar.
Alguien comenzó a leer extractos de su obra, sin embargo, a cada rato era interrumpido, no podía tener una lectura fluida, por un momento hizo el ademan de dejarlo todo, pero continuó, hizo todo lo posible para ocultar su malestar.
Al concluir todos comenzaron a retirarse, una señora se acercó a preguntar a uno de los familiares si alguno de ellos era artista, pero la respuesta fue negativa, no había más artista en esa familia que el homenajeado.
De vuelta a casa no dejaba de pensar en aquel incidente, el desconcierto de los asistentes fue notorio, muchos se sintieron incómodos, pero estaban ahí, se mantenían en su lugar por los ideales que representaba el escritor. Los murmullos, el jaleo que se armó, por un momento dio la impresión de que todo aquello terminaría mal, pero, no fue así. La reacción fue justificada, todos esperaban un evento más cuidado.
Mientras volvía a casa vi una presentación de marionetas, hacían bromas y divertían a los niños. Las marionetas siempre causan gracia, me dije.
Mitchel Ríos