Creatividad
Un giro
Las avenidas estaban adornadas con enormes carteles que daban colorido a los muros circundantes; su variedad sorprendía a todos, nadie quedaba indiferente. Algunos parodiaban obras de arte. Cada uno contaba una historia, en el recorrido diario se podían armar collages y elucubrar paseos mentales.
Por una vez trató de cambiar su trayecto; en lugar de ir en dirección sur, ahora lo haría hacia el norte. No estaba seguro si se demoraría menos tiempo en llegar, o igual, pero las ganas de hacer algo diferente lo impulsaron a tomar el sendero contrario, tenía que dar de algún modo un giro —pensó—.
Sus espacios eran excelentes escenarios para descubrirse al mundo u ofrecer una mirada distinta del medio.
Una razón para dejar de lado la empresa podía ser su poco conocimiento del lugar, sin embargo, se decidió por hacer algo simple —aunque arriesgado—: seguiría a la primera persona que pasara por su lado.
En ese ambiente todo estaba en constante cambio, las imágenes, carteles o anuncios, duraban pocos días puestos, eso les sentaba mal a los que no podían fotografiarse con ellos, consideraban que no le venía mal al decorado, mantenerlos realzaba la vista y sí era inevitable su retiro, por lo menos, podían esperar a que tuvieran un documento gráfico de su paso por ahí.
Estuvo un momento apoyado en una de las paredes, en ese lapso pensó en el Guardián entre el centeno. Tenía que ir con cuidado, no quería que lo confundieran con un acosador; no iba con malas intenciones, solo buscaba la salida al laberinto en el que se adentró.
Las instantáneas eran mejores documentos que las palabras, sin ellas nadie los tomaría en serio, era necesario ir con pruebas, mejor testigo que diera fe a su afirmación no existía.
Actuaría como un hilo que le ayudaría a abandonar su dilema dedálico. Tuvo varias oportunidades para hacerlo, pero le acojonaba la idea de ser mal interpretado. Esperó más minutos de los que había calculado.
No era bueno haciendo fotos, cuando quería tomar una pedía ayuda, sus tomas le salían desenfocadas, no tenía la paciencia necesaria.
Desistió de su idea inicial; en su lugar comenzó a escuchar el sonido de un violín. El tema se le hacía conocido, pero no se acordaba del título.
La gente cogía posiciones curiosas para hacerse la mejor imagen, también utilizaban palos de selfis. Más de una vez se chocó con esos profanos en el arte de hacer capturas.
Comenzó a dirigirse en la dirección de las notas musicales, no iba apurado, sus pasos eran pausados, por suerte el sonido no cesaba, lo recordaba de algún lado… no estaba convencido del todo.
Cuando caminaba por las distintas plazas, se detenía para no estorbar en la toma que se estaba haciendo algún transeúnte.
El sonido era conocido, cierto, pero en ¿dónde lo había escuchado? —se preguntaba—, eso le inquietaba.
La melodía era lo suficientemente familiar como para acercarse sin temor, esperando encontrar rostros amigos en ese lugar sin explorar.
Una vez, se detuvo para que una pareja se hiciera un retrato, todo iba bien hasta que una señora se inmiscuyó, no se detuvo y, con seguridad, dio por hecho que saldría en la imagen.
Varios pasaban sin más, al parecer solo a mí me causaba sensaciones, la gente estaba sumida en sus asuntos, por eso no prestaban atención.
Detenerse suponía perder un par de minutos, pero algunos iban a lo que iban, quizás ni se fijó, estaría centrada en el móvil o en llevar algún encargo.
Cuando pudo acercarse al lugar se topó con una pareja de ancianos, los reconoció al momento. A menudo se los encontraba por otra zona, sintió alegría al verlos, les había perdido la pista, de un día para otro dejaron de ocupar su sitio en la terminal, le llamó la atención un tiempo, pero su lugar fue ocupado pronto, estos artistas rulaban constantemente, por eso no era bueno encariñarse con ninguno.
Prefería lugares apartados, solitarios, en dónde no transitaran demasiadas personas.
La escena se repetía como antaño, el anciano tocaba el violín y su pareja esperaba sentada a que terminara su concierto. Me hubiera gustado seguir escuchándolos, pero, de soslayo, vi una puerta de salida.
Mitchel Ríos