Creatividad
Un encuentro más
Se reunían a media tarde en el campo de fútbol, cuando el calor menguaba, el sol quemaba menos y permitía jugar tranquilamente.
Si tenían suerte, y los equipos se completaban pronto, el encuentro daba comienzo inmediatamente, pero, si no era el caso, debían esperar hasta que las escuadras estuvieran equilibradas, para que el lance fuera parejo, lo cual implicaba que fueran pacientes.
Todos seguían a los equipos europeos, debido a que tenían en sus filas a los mejores jugadores del mundo. Cada vez que veían diversas jugadas destacadas las comentaban y trataban de emularlas, pero no sabían por qué razón les resultaba intrincado hacerlo. En teoría era el mismo deporte —se decían— y para ellos no tenía secreto alguno, pues llevaban practicándolo desde siempre, por eso, al momento, se lo achacaban al estado del campo, no era lo mismo jugar en un espacio en condiciones que hacerlo en ese pequeño lugar, en dónde la hierba no crecía adecuadamente, su ausencia era notoria, y por momentos parecía un patatal, es decir, no había punto de comparación.
Algunos jugadores, los más habilidosos, eran reprochados por su estilo de juego, sus virguerías enfadaban a sus rivales, sabían esconder el balón, parecían de goma, con esto dejaban en evidencia a los menos dotados para el juego. Los no tan buenos, los mantas, intentaban conseguir hablando lo que no podían jugando, esperando desconcentrar a esos bichos individualistas quienes solo respondían cuando no podían aguantar más, al sentir que se pasaban un poco con sus gritos, pero pronto todos le quitaban seriedad al tema, solo eran bromas, no valía la pena enfadarse estaban ahí para disfrutar.
En ocasiones, cuando llevaban algunas monedas encima, apostaban, uno era elegido al azar para recolectarlas, si bien para las escuadras era un aliciente, solo era una excusa para ir a tomar una copa tras cada partido.
El tiempo que duraba cada lance dependía de las ganas que tuvieran para jugar ese día o, en su defecto, la hora a la que comenzaba a atardecer, lamentablemente el campo no contaba con iluminación, por eso la oscuridad les indicaba que debían irse.
Con el dinero de la apuesta se dirigían al bar más cercano, un sitio pequeño atendido por un tipo bonachón, su afán por hidratarse era insaciable, pedían bebidas a diestro y siniestro.
El dueño del local los conocía y cada vez que los veía aparecer les preguntaba quienes habían sido los ganadores, así se aseguraba al equipo que debía cobrarle.
Los chascarrillos continuaban con las bromas del campo y seguían hasta más no poder. No obstante, el humor de algunos solo tenía gracia porque los conocían y sabían sobrellevarlos, de esta forma todo eran risas.
Así podían pasar la tarde entera, hasta que se daban cuenta de la hora, era tarde y debían ir a sus casas sí no querían tener problemas con sus familias.
Al salir del bar quedaban en volver a encontrarse en el campo deportivo, para repetir otra vez el encuentro que daba igual como terminara, pues el sentido era pasársela bien.










































































































































































































































































































































































































































































































































