Creatividad

Un encuentro casual

Era el segundo curso que llevaban juntos y hasta ese momento no había surgido nada entre ambos, probablemente porque cada uno estaba sumido en sus asuntos o porque no tenían el interés suficiente el uno en el otro.
Durante los últimos días de aquel año comenzaron a hacer migas.
Aunque lo cierto era que estaban en el proceso de adaptarse a todo lo nuevo que se les venía encima, a esto se sumaba el estar en la edad de asombrarse por lo que comenzaban a conocer, los círculos de amigos y también, el de conectar con gente que compartía los mismos intereses intelectuales en el campus (ese espacio que los recibió en su primer día, cuando sin saber nada, ni estar al tanto, fueron a matricularse).
Con el temor de ser los nuevos, se embarcaron en la aventura de domar sus miedos y abrirse a esa etapa que tenían por delante.
La atmósfera que se respiraba era especial, el color blanco de las paredes enchapadas le daba toques particulares que encandilaban a los que estudiaban en las aulas acondicionadas para el dictado de clases.
Una de las primeras ocasiones en la que coincidieron fue en las escalinatas de la facultad, él se encontraba revisando sus apuntes, tenía que rendir un examen, estaba con cara compungida, ya que se le habían mezclado y, al ordenarlos, perdió el poco tiempo del que disponía para prepararse, por eso no se dio cuenta cuando ella se sentó a su costado hablando por teléfono.
No fue hasta que escuchó una frase suelta en el aire que notó algo distinto.
Sin querer parecer un cotilla, intentó que la atención que estaba prestando pasara desapercibida.
—Hay demasiadas materias de relleno, si nos centráramos en las importantes —hizo una pausa y añadió—, me refiero a las que sirven para nuestra carrera, no perderíamos el tiempo, a mí ¡qué carajos me importan los estudios estadísticos!, ¿de qué me van a servir?
Al escuchar esto se le ocurrió decirle, igual no son conocimientos inútiles, además, la cultura no ocupa espacio, pero, a pesar de no estar de acuerdo con esa afirmación, calló.
—Yo quiero tener conocimientos válidos, tenemos el tiempo justo.
Al escuchar estas palabras sintió que estaba de acuerdo y entendió la afirmación inicial, algo en lo que no había caído, en esa efimeridad notó que una fuerza invisible lo empujó a hablar.
—Tienes razón —expresó con temor a ser increpado por su intromisión.
Esta intervención, que en otro contexto no hubiera tenido sentido, dio pie a entablar un intercambio de pareceres.
Comenzaron a charlar, notando en el proceso que tenían varias cosas en común, lo esencial, buena conversación, por eso lo primero que se preguntaron, así mismos, fue por qué hasta ese instante no habían coincidido, más aún, cuando estudiaban en la misma área.
Tenían una leve sospecha de haberse cruzado, pero no se prestaron atención, aunque eso resultaba extraño.
Por algo sería —se dijeron—, probablemente sí no hubiera sido de este modo, no habrían conectado como lo estaban haciendo en ese momento, no se podían sacar de la cabeza eso de los tiempos marcados para conocerse.
Así comenzaron a frecuentarse, se esperaban a la salida de clases para seguir con sus conversaciones que, en ocasiones, quedaban inconclusas. Además, se acompañaban a la parada del bus, en dónde continuaban hablando, se comenzó a hacer rutinario encontrarlos juntos.
La mayoría de sus compañeros se preguntaban de qué hablarían tanto. Parecía que no había nada más en aquel centro que sus charlas, era tal el entusiasmo que demostraban en sus encuentros que daba pie para diversas teorías, todas enfocadas en el mismo sentido: eran pareja, no había dudas.
Con esto reafirmaban la idea que se tenía de la vida universitaria, esa que decía que era fácil ligar, ya que todos iban predispuestos, solo bastaba con que se dieran las circunstancias adecuadas.
Pero en su caso, pensarlo era un error, solo eran amigos, y el entusiasmo que expresaban era porque se reconocían como personas interesantes, con la que era atrayente pasar la tarde.
Sin más aspiraciones siguieron viéndose, les gustaba quedar en el sitio en el que se conocieron, como una forma de reivindicar los encuentros casuales, los encuentros a destiempo, desinteresados, solo enfocados en satisfacer la curiosidad de conocer saberes nuevos.
Aquella tarde, antes de que oscureciera, estuvieron conversando como de costumbre, a estas alturas con algo más de complicidad por el paso de los días.
Al oscurecer fueron a la parada del bus, esperaron unos cuantos minutos hasta que vieron que la letra de este era el que ella solía coger.
—Hoy te vas primero tú —expresó Manuel.
—Ya me tenía que tocar, siempre te vas antes.
—No es porque yo lo quiera.
—Si fuera así, me enfadaría contigo —lo dijo mientras soltaba una carcajada.
—A ver si por estar haciendo el tonto pierdes el bus.
Al acercarse para despedirse, ella le plantó un beso inesperado en los labios.
El muchacho se quedó de piedra, no se lo esperaba, solo atinó a agarrar con fuerza su mochila y a pronunciar: no había necesidad de que hicieras eso.
Mientras procesaba lo que había sucedido, se tocó los labios, repitiéndose, no había necesidad de que hicieras eso, pero nadie lo escuchó porque en ese momento el bus partió.

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