Creatividad
Un capricho
Con la idea de hacer cosas distintas un día decidí asistir a un restaurante de comida exótica. Antes, para dar con uno, intenté descargar una aplicación (de esas que te ayudan en tu elección). Estuve dubitativo, no supe cual instalar, había cientos (la poca asiduidad en estas lides frenó mis ímpetus).
En tal tesitura solicité ayuda. Un colega estaba bastante metido en el tema, por lo tanto, tendría más precisión a la hora de indicarme la mejor.
Para conseguir su asesoramiento le prometí que lo invitaría a cenar, de este modo mataba dos pájaros de un solo tiro, como hacía pocos días atrás fue su cumpleaños (y no puede hacerle ningún obsequio), venía bien la salida. Le podría hacer el chascarrillo: esto es un regalo (usaría un tono que lindara entre la broma y la seriedad, dejando en el aire mis intenciones).
No fue difícil convencerlo, aceptó sin más.
Con su ayuda fue sencillo instalar una APP especializada. Seguí sus consejos a rajatabla, le comenté cuales eran mis preferencias. Quiero que sea un sitio al que nunca haya asistido, el tipo de comida me da igual, quiero probar algo nuevo (argüí).
—No te preocupes, aquí encontraremos diversas opciones, ya verás como ese no es el problema —afirmó y añadió—, hay muchas alternativas, cada cual mejor.
Sabía como dar con el más adecuado a mis preferencias, se notaba su experiencia, me hizo varias preguntas, necesarias para generar mi ficha de usuario.
Me explicó que con todo eso hacían una base de datos sobre mí, de este modo me darían sugerencias personalizadas. Cuando escuché esto recalqué que quería algo nuevo, una nueva experiencia (sé que esto se podía malinterpretar, pero se lo decía a un colega, no habría malentendidos).
Tras hacer un barrido inicial entre varias opciones, ninguna encajó en lo que me apetecía, por lo tanto, las descarté.
Al final me decanté por la comida…, las imágenes de los platos se veían impresionantes, hice la reserva para el sábado al mediodía.
La ubicación del lugar me venía bien, era en la zona centro y podía estar ahí en pocos minutos.
Quedé con mi colega una media hora antes en un bar cercano, tomaríamos una copa ahí.
Nos encontramos el día en cuestión. Nos sorprendió estar en otro sitio que no era la oficina, es más, nos notamos extraños, acostumbrados a vernos siempre con traje, estar ahí con vaqueros, deportivas y camisetas, resultaba diferente.
Después de la impresión inicial, fuimos a por la copa.
Por primera vez, en mucho tiempo no charlamos de cosas del trabajo, nos centramos en asuntos baladís que no habíamos tocado nunca (surgió la confianza).
Al terminar la copa fuimos al restaurante, pensamos que estaría lleno (por eso de tener que hacer reserva), sin embargo, al entrar notamos que había varias mesas vacías.
El sitio se veía bien, la decoración le daba un toque especial, sumado a la música y el trato de los camareros.
Pedimos un menú que nos encantó por su presentación.
Mientras estábamos comiendo entró una muchacha, se ubicó en una silla situada a una corta distancia, de tal modo que se podía escuchar lo que hablaba. A pesar de no prestar atención era difícil no enterarse de lo que pasaba.
Cogió la carta y se puso a estudiarla, preguntaba por todo lo que venía en ella. El camarero se acercó y la atendió pacientemente —era su trabajo—, cuando las preguntas concluyeron, le indicó que podía pedir todo lo que estaba en el menú.
Tras escuchar esto, la muchacha le dijo que aún no se había decidido. El mozo se retiró. Tras varios minutos volvió y preguntó si ya sabía que iba a tomar, pero la respuesta fue la misma, aún no estaba segura.
Yo comencé a imaginar que hacía todo esto porque no tenía dinero, pero por amor propio no se retiraba, por eso se escudaba en no tener claro qué pedir.
Me hubiera gustado ver su rostro, leer en sus gestos lo que pensaba, deducir sus intenciones, sin embargo, para eso hubiera sido necesario que me diera la vuelta, lo cual indicaba que estaba interesado en lo que sucedía a mis espaldas, incluso más de lo que pasaba delante (en la charla que tenía con mi colega).
Después de darle vueltas, hizo su pedido (dejé de escuchar a la chica).
Tras esto volví a centrarme en mi mesa, en lo que tenía en frente, la experiencia en aquel lugar me resultó exquisita, fue mejor de lo que pensaba, en un momento solté el: esto es un regalo, disfrútalo, pero no se lo tomó en serio mi interlocutor (tampoco pilló el comentario), más cuando dije: esto te lo ganaste por la recomendación, me respondió:
—Me apetecía, desde hace mucho tiempo, salir contigo.
Me dejó sin palabras, quise no entender la indirecta, hice como que no me había enterado y seguí disfrutando del momento.
Al concluir quedamos satisfechos, nos sorprendió la calidad de las preparaciones, no era algo usual quedar con ese gustito. Solicitamos la cuenta.
—¿Puedes agregarle cinco euros?
—Sí, gracias por el detalle.
—Gracias a ti por el buen trato.
—¿Con tarjeta?
—Sí.
El camarero soltó una sonrisa, denotando que estaba a gusto con el servicio impartido, se podía leer en su rostro. Cuando despidió a los comensales, los acompañó hasta la puerta de salida, tras ello se dirigió a atender la siguiente mesa.