Creatividad

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Miró con atención el número, dudó, por un momento, si tocar o no, total… al hacerlo no perdía nada, regresaría a casa y luego, cuando le preguntaran: ¿qué tal te fue?, responder: no había nadie, fue una falsa información. Sin embargo, mentir sobre una tontería así, no era su estilo, por eso se acercó a la caseta del conserje y preguntó si era correcto el lugar.
Incesantemente revisaba la dirección del sitio (ubicado en una zona céntrica), tal vez, su poca pericia para moverse en esa gran urbe le estaba jugando una mala pasada, no sería nada raro, la gente suele perderse —se dijo—.
Para guiarse mejor necesitaba contar con un móvil en condiciones, gracias a sus mapas e indicaciones era poco probable extraviarse.
Se imaginaba teniendo uno: le hablaba al asistente virtual, una voz le respondía diciendo lo que podía hacer por él, daba las indicaciones de búsqueda y el programilla se ponía a currar, generaba la mejor ruta posible para llegar lo antes posible a su destino de acuerdo al tipo de transporte a usar. Se detenía, suspiraba y se decía: ¡Qué maravilla!, pero esa no era su situación, se consoló con la idea de que ser consumista era malo. En ese momento volvió a la realidad gracias al batiburrillo que llevaba en su cabeza.
¿Qué ganarían ofreciendo una dirección errada?, si resultaba así, era una burla en toda regla.
El conserje no estaba en su sitio, de modo que salió a la calle a buscarlo; le resultó fácil encontrarlo. Después de hablar con él se encaminó hacia el último piso del bloque, según le dijo este: en la última planta hay una serie de oficinas.
Al principio estaba decidido a subir por las escaleras, pero al ver la cantidad de escalones se decantó por utilizar el ascensor. Desde fuera, el edificio se veía imponente, dejaba a cualquiera con la boca abierta por su fachada. Su construcción podría remontarse a la época del boom del ladrillo, el de la burbuja inmobiliaria. Cuando pensó en ello, le vino a la mente los años en los que trabajó como peón, una buena época. El buen ambiente de trabajo paliaba el esfuerzo que requería dedicarse a esa actividad.
No le gustaba demasiado subir en ascensor. Esa sensación de flotar, sin estar seguro de lo que había debajo, no le daba mucha seguridad. Recordaba la primera vez que lo hizo: fue en un hospital, tendría unos ocho o nueve años, esa experiencia se le quedó grabada en la piel. Era curioso porque si se ponía a recordar cosas que le hubieran pasado a esa edad casi no las podía traer al presente. Al final subió sin demasiado temor, era algo bueno, además le cansaba subir escaleras, desde donde estaba a donde tenía que llegar, con seguridad, y sin hacer demasiado esfuerzo, habría unos trescientos escalones, ni más, ni menos, para esos cálculos era bueno. Sin embargo, no bien estuvo dentro del elevador sintió como el suelo se movía, quizás no le habían dado el suficiente mantenimiento, porque hizo un ruido que a cualquiera hubiera hecho saltar.
Al subir esperaba que no hubiera demasiada gente, algo que no soportaba, aparte de estar dentro de espacios reducidos, era estar en un lugar abarrotado.
Mientras subía, pensó en lo poco atinado que estuvo al buscar trabajo, en especial en una de esas páginas de dudosa reputación. Era sencillo hacerlo, sin salir de casa tenía toda la información. No estaba muy convencido de asistir. Quizás estaba ahí por la insistencia de sus padres y por su genial idea de ir a corroborar in situ que la oferta era real. Esta afirmación tenía implícito sus ganas de verlo convertido en una persona de bien. Hasta ahora no hacía nada más que dar tumbos. Todo esto debido al despido, si el trabajo hubiera durado un par de años más ahora no tendrían problemas, pero no fue así, por eso tuvieron que adecuarse a las circunstancias. Perdida toda esperanza de que se volviera alguien exitoso, por lo menos esperaban que se transformara en una persona de provecho. Los desencuentros a raíz de ese tema eran constantes, por este motivo se encontraba yendo en dirección al último piso para no tener que escuchar sermones, si algo odiaba era la intromisión en su vida, pero era así… no vivía solo, si… en ese momento sonó un pequeño timbrecillo, esa era la señal de que había llegado al piso. Salió y vio una oficina, lo atendió una recepcionista, preguntó por la persona a la que buscaba, pero le dijeron que no conocían a nadie con esos datos, desafortunadamente (o felizmente) en ese momento sus dudas quedaron aclaradas.

Mitchel Ríos

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