Creatividad
Trabajo de calle
La parada se encontraba saturada de gente, los buses pasaban por turnos, de acuerdo a la letra y número se indicaba la dirección que cogerían, a veces, los distraídos solían equivocarse, cuando esto sucedía el retraso se hacía notorio. Algunos buses eran cómodos, otros, por el contrario, eran infernalmente poco adecuados para brindar el servicio.
La música se detenía y era reemplazada por un sonido molesto, el ruido reproducido se hacía cada vez más desagradable, los trabajadores eran conscientes de la necesidad de comprar una radio, ni colocando la antena en una posición correcta conseguían solucionar el problema, en recorridos largos, la señal de las emisoras se hacía más débil, hasta el punto de perderse.
De tanto pensar en la solución se les ocurrió colocar un pequeño adaptador, el autobús era de origen asiático, poseía un equipo de sonido, pero necesitaban añadirle algún dispositivo. Buscaron en varias tiendas hasta que encontraron uno, al ser de importación, el precio era elevado. No le dimos demasiadas vueltas a ese tema, lo necesitábamos, eso lo teníamos claro. La instalación era gratis, venía incluida en el precio. Se debía efectuar una conexión especial, mediante un cable conectado a una de las baterías se conseguía proporcionarle energía al aparato. Este proceso duró medio día, cortar el cable, guiarlo, luego, hacer las pruebas, aparentemente, funcionaba bien. Para nuestra mala suerte se estropeó en poco tiempo, como aún estaba vigente la garantía, nos acercamos a la tienda, lo dejamos, cuando llegaron a la conclusión que el problema se debía a unos fallos de fábrica nos devolvieron el dinero, nos habíamos quedado de nuevo sin música.
Ahora, sin melodías que hicieran más entretenido los viajes, estos se hacían más largos, es curioso, pero escuchando sonidos agradables, cuando menos uno lo piensa, se llega al destino. De esta manera pasó más tiempo, ante la renuencia del dueño, para él era un gasto innecesario, no valía la pena, por lo pronto no teníamos el dinero para comprar una radio, nos decidimos por juntar la cantidad necesaria y esperar a la oportunidad adecuada.
Cerca del terminal trabajaba un tipo vendiendo equipos de segunda mano —me caía bien, me parecía buena gente—, era consecuente con los precios, no le gustaba engañar, cobraba lo justo, en ese aspecto era sumamente honrado.
Su centro de trabajo era cualquier lugar en donde hubiera coches estacionados, pasaba lentamente y, con cuidado, abría las puertas, debía fijarse en no toparse con algún controlador de los billetes de aparcamiento, con este tema era cuidadoso, si quería salir airoso era importante planificarlo. El intervalo para hacerse con la parte del coche que le interesaba era corto, era necesario ser preciso, uno, dos, tres minutos, la puerta abierta, otros cinco o seis para forzar la radio, no solía demorarse —cuando no lo podía hacer en el tiempo estipulado dejaba todo—, sacaba la radio y con una tijera cortaba los cables, era preciso en este asunto, cortarlos demasiado implicaba no poder venderla, como ya llevaba varios años en el negocio, esto no era un problema. Alguna vez trabajó bajo pedido, le solicitaban un modelo específico y tenía que pasarlas canutas para conseguirlo, sin embargo, en su trabajo todo eran beneficios, él era su jefe, por lo tanto, trabajar en esta modalidad significaba cobrar más.
A veces trataba de abrir la puerta de veinte, treinta coches, no se podía, él no rompía vidrios, ni tampoco forzaba las puertas, esa forma de trabajar le parecía una chapuza, por eso evitaba por todos los medios terminar haciéndolo. Al mes podía hacerse con varios aparatos, eso le permitía vivir de forma tranquila, iba a misa todos los domingos y, eso sí, en época de fiestas era quien daba realce a las celebraciones, su carisma, su forma de divertirse, sus chanzas, sus chistes, era un personaje peculiar. Durante su vida laboral casi nunca tuvo problemas, sin embargo, en estos tiempos era complicado, había demasiada competencia, más de una vez se encontró con que le habían robado al coche que él tenía como objetivo, ante estos imprevistos, comenzó a plantearse dejar todo y cambiar de rumbo, pero luego de pensarlo varias veces, se convenció que hacer eso significaría un esfuerzo engorroso, a su edad no sabía hacer otra cosa, por eso, siguió en el negocio y seguiría por más tiempo. Un día mientras trabajaba encontró un letrero en un coche, este decía: Soy del barrio, no tengo nada de valor, cuando leía eso se reía, por no decir que se descojonaba, le parecía una chanza del día, una forma de tomarle el pelo, era usual que los coches que tenían esos letreros tuvieran buenas radios, por eso no se amilanaba, no le remordía la consciencia, abría la puerta y ponía en práctica todo lo aprendido.
La marca de la radio no era conocida, eso implicaba pasar varias horas ofreciéndola hasta venderla, cuando eso sucedía, iba directamente a gente que le conocía, estos siempre le compraban, pero no estaba muy seguro, este equipo era de una marca asiática, se pensaba que estas eran de mala calidad, no servían, se estropeaban pronto.
Tendríamos que conseguir una radio, la forma de trabajar hasta ahora era aburrida, la música haría que, por lo menos, la jornada se pasara más rápido, podrían echarse más risas, podrían hacer esos momentos algo más confortables, estarían a la moda, permitiría reproducir casetes de los pasajeros, se abrían muchas posibilidades, era cuestión de conseguir una cuanto antes. La compra se la echarían a suertes, el que tendría que comprarla sería el perdedor del lance.
Mitchel Ríos