Creatividad
Tiempos gélidos
La tormenta no cesaría a corto plazo, más bien aumentaba. Así era esta ciudad, podía estar haciendo bueno y, de forma inesperada, se oscurecía, tras eso, caían chuzos de punta. Si este temporal lo hubiera cogido en la puerta del supermercado no estaría pasando este mal rato.
Se le torció el día de improviso, tendría que arreglárselas como pudiera. Como estaba escaso de curro, no se hizo de rogar cuando le solicitaron sus servicios para llevar unas bolsas a una casa. Rápidamente dijo que no había problemas, las cogió y se puso en marcha. El lugar quedaba más lejos de lo que esperaba, durante el trayecto habló de varias cosas con su empleador. Al concluir la tarea recibió su recompensa, pero se había hecho tarde. La lluvia comenzó a caer. Si se hubiera negado antes de brindar sus servicios, ahora no estaría pasando las de Caín. Con lo bien que estaría echado en una cama —se dijo.
Recordó que cerca había un edificio abandonado, ahí se guarecería junto a su amigo. Lo habían construido para que fuera un gran centro comercial.
Durante la época de planificación de la obra y posterior desarrollo, las autoridades locales no se cansaban de hacerle propaganda, ya que esto animaría a más inversores —decían a todas voces—. El ayuntamiento no perdía la oportunidad para darse baños de popularidad, repitiendo el mismo discurso que se resumía en la frase: somos lo mejor que le ha podido pasar a esta ciudad. Se vanagloriaba por su excelente gestión en su perorata semanal, gracias a él una empresa con un poder económico de ese calibre se había fijado en un lugar como aquel, con otro en el poder hubiera sido imposible; se jactaba de estar conformado por gente de bien.
Sin embargo, a causa de una serie de denuncias, presentadas por la oposición, el proyecto no se concluyó, solo quedó una construcción bastante avanzada que, quizás, en un par de meses hubiera sido rematada por la empresa contratista (o eso era lo que decían los expertos).
Se dio un proceso mediático y de impacto social. Durante una temporada era el tema de moda, las charlas de los ciudadanos giraban en torno a ese incidente. Hasta que un día salió la resolución que conminaba a la constructora a la paralización inmediata de sus actividades. Se tapiaron los accesos, entretanto en la asamblea se deliberaba si se derrumbaba o no.
El sueño se desvaneció y la promesa de prosperidad se estancó, los mesías solo consiguieron legar un gran elefante blanco.
Las veces que pasó por aquel lugar notó que había un hueco en una de las paredes, al parecer alguien se tomó la molestia de horadarlo, tenía las dimensiones suficientes para que cualquiera pudiera colarse por ahí. Nunca se le había ocurrido acceder antes, pues encontraba cobijo en un centro de ayuda, mas hoy, con el temporal encima y sopesando sus opciones, se le haría imposible llegar a él.
Primero hizo pasar a su colega, su perro, luego entró él, se notaba que ese lugar no solo se usaba como vivienda, también era un vertedero de basura, debido al olor nauseabundo que desprendía. Tras dar unas voces y no recibir respuesta comprendió que no había nadie ahí.
Se instaló a pocos metros de la entrada, no siguió adentrándose porque el recinto estaba muy oscuro, podía correr el riesgo de ingresar y no poder salir, se imaginaba aquel sitio como una cueva.
Pensó que, al estar ahí, en ese lugar cerrado entraría en calor, pero, era como si estuviera a la intemperie, solo que no se mojaba. La sensación de frío aumentaba.
Los pronósticos meteorológicos, como pocas veces, habían acertado, si hubiera hecho caso a sus recomendaciones, el mal tiempo no lo hubiera pillado desprevenido. Al estar ligeramente mojado, sentía el entorno gélido y tiritaba, no quería imaginarse como se encontraría si estuviera calado. Lo mismo no podía decir su compinche, de los dos era el que había sufrido más los estragos de la borrasca, su pelaje goteaba, por eso, se quitó el jersey para secarlo.
Sus caminos se cruzaron el día en que, buscando algún resto que le resultara útil, en uno de los contenedores, se topó con una bolsa de plástico que contenía un bicharraco dentro. Al ver los denodados esfuerzos del pobre ser por liberarse, lo ayudó a salir, nadie merecía morir así y menos asfixiado —se dijo—. Al romper aquella prisión dejó suelto a un cachorrito. Tuvo la precaución de cogerlo con cuidado, pues no quería llevarse una ingrata sorpresa. No le entraba en la cabeza que alguien pudiera condenar a la muerte a un ser vivo de ese modo.
Desde ese momento, en lugar de tener una boca que alimentar, tendría dos.
—Tuviste suerte de que estuviera por aquí, si no, no lo contabas —le reconfortaba haber salvado una vida.
Tras ese contacto inicial comenzaron a hacerse íntimos, iban juntos a todas partes. Debido a sus orejas llamativas, le puso el apelativo de Orejitas, cuando era pequeño, y Orejas cuando creció.
Tenía buen olfato, cuando paseaban por la calle sabía en donde buscar, parecía un sabueso, quizá en otra vida había sido uno. Con un ladrido indicaba en donde debía curiosear, esto le ahorraba horas de inspección. Antes de ir a por la presa se fijaba que no hubiera nadie cerca, no quería que lo vieran hurgando en los contenedores.
En una ocasión un tipo, receloso de su basura, le dijo un par de cosas cuando lo pilló en plena labor, él trató de irse, incluso se disculpó, pero el tío aquel no atendía a razones, a sus improperios añadió la amenaza de llamar a la policía. Le dijo que no quería problemas, volvió a disculparse, pero el sujeto ese tenía la intención de llamar a los guardias, cuando en un momento dado se distrajo, hombre y perro huyeron de ahí a toda carrera. Esa mala experiencia lo volvió más precavido, no quería pasar por el mismo trance nunca más.
A veces encontraba tesoros que podía vender, los mostraba y pedía una cantidad simbólica, si no llegaban al precio solicitado, se conformaba con sacar cualquier beneficio del objeto.
También lo llevaba al trabajo. Durante una temporada se dedicó a cuidar a los perros de los que entraban a uno de los supermercados de la zona, era amigo del vigilante de seguridad y este le permitía estar ahí, al lado de la puerta. Los dueños, en su mayoría, se los confiaban, él los cogía de la correa y esperaba a que salieran. Pero algunos clientes no se enteraban del negocio, pues al solicitarles la propina, se negaban a pagar, consideraban que aquel servicio era una cortesía de aquel negocio. Si esto ocurría, no insistía, daba las gracias y deseaba un buen día. No era necesario complicarse la vida.
Todo discurrió bien durante un periodo, pero repentinamente la empresa que administraba aquel local, le copió el modelo de negocio y un día comenzó a acondicionar un espacio para que sus clientes dejaran a sus chuchos. Tras ello solo le quedaba esperar la fidelidad de sus usuarios. Lamentablemente esto repercutió directamente en su economía.
Los tiempos habían cambiado, comenzó a pasar necesidades, dejó de pagar el cuarto en el que vivía, la comida escaseaba. Por la zona en la que deambulaba se dio cuenta de que la gente se deshacía de cosas que para otros podían ser útiles, pero para ello había que tener pericia.
Cuando comenzaba a deprimirse, debido a la crisis, venía Orejas y hacía una gracia, esto lo sacaba de ese mal trance y pensaba en cosas positivas, ¿qué haría ese perrito sin él?, por eso no podía rendirse, tenía un deber moral con su amigo.
Nunca vivió tranquilo, desde que era niño vivió en la calle, nadie, nunca, le dio una mano, tuvo que apañárselas como pudo.
De repente, salió de esas divagaciones, Orejas había tropezado con un pequeño tesoro, alguien había tirado una caja con galletas, se darían un festín, saciarían su hambre. El paquete les duró un par de días. Hicieron un pequeño rito el día que consumieron la última, lo hicieron despacio, como pidiéndole permiso para comérsela, pero lo valía, no sabían cuando podrían volver a degustar un manjar así.
El recuerdo de aquel momento los acompañaría para siempre, los reconfortaría, los haría tener esperanzas de hacer hallazgos similares, por eso buscaban con más ansias y aunque no siempre encontraban lo que querían, sentían que el valor de esas aventuras era estar juntos.
No se imaginaba una vida sin su Orejas, lo llamaba y venía meneando la cola, tenía talento para agradar, lo mejor de todo era que le caía bien.
Ambos vivieron tiempos buenos y malos, era mejor así, pasarlos en compañía.
El mal tiempo pasaría y ellos seguirían divirtiéndose como siempre, paseando por las calles, deambulando por los parques —intentaba secarlo bien.
—Estos imprevistos no nos detendrán, aunque no hables, sé que me entiendes.
Y lo hacía mejor que cualquier persona, en su mirada se reflejaba su naturaleza sabia.
—Este solo es un mal día. Nos quedaremos aquí hasta que amanezca, ya verás mañana, temprano iremos a los baños de la glorieta, tomaremos una buena ducha, de mi cuenta corre que puedas entrar, hablaré con el conserje, le diré que eres mi animal de compañía y necesito que estés conmigo en todo momento, trataré de ser convincente, tú no te preocupes Orejas —se dio cuenta que se hacía tarde—. Este… no logrará que nos demos por vencidos, somos más fuertes de lo que pensamos, confía en mí, en cuanto amanezca… nos vamos…
Dejó de planificar lo que haría al día siguiente, al ver que el mal tiempo se ponía peor, se abrazó más fuerte a su can, de repente se sintió cansado, no tenía fuerzas para decir nada más, solo quería dormir y que ese mal trago pasara pronto. Adormilado, sintió que la sensación de frío mermaba conforme pasaban los minutos…