Creatividad
Taras sin huella
—Venga, ponme una birrita, José —expresó mientras se sentaba en la barra.
—Hoy estás de mala suerte, solo tenemos cerveza tostada.
—Birra, es birra… hombre, no da lo mismo, pero qué importa.
—Si todos se lo tomaran así, el mundo sería un lugar mejor, Lolo —tras decir esto soltó una carcajada.
Le gustaba su trabajo, aunque muchos de los clientes, al verlo, le hablaban como si lo conocieran de toda la vida o como si tuviera cara de que le interesaran sus cuitas, le resultaba curiosa la forma en la que, con unas cuantas copas, se abrían y contaran hechos íntimos como si no valiera la pena ser reservado.
Llegó a ese trabajo gracias a la recomendación de un colega, quien le dijo que no era importante tener experiencia y que bastaba con querer trabajar, lo demás se aprendía sobre la marcha, pero eso sí, se debía ser disciplinado, pues tenía ciertos intríngulis que se desentrañaban en el proceso de aprendizaje.
Hasta el momento en el que se lo comentó aquel amigo, nunca se había planteado trabajar en ese rubro, pero le podía servir para adquirir experiencia, además sería algo eventual que lo mantendría ocupado y le daría pasta, hasta que encontrara un puesto acorde a su preparación.
Con el tiempo aprendió a sobrellevar las distintas situaciones, pero siempre le causaba malestar ver la condición humana en determinadas circunstancias, cuando salían a relucir gestos reprochables, pueriles e instintivos.
A pesar de acostumbrarse aún le disgustaba la gente que no se controlaba al beber, ya que, a más de uno, cuando lo hacía en exceso, se le iba la cabeza y ofrecían espectáculos vergonzosos.
Esto hacía que fuera sumamente crítico con aquellos que no dejaban de beber hasta caerse de culo, pues lo hacían de forma desmedida como si el mundo se fuera a acabar o como si el licor fuera a desaparecer de todos los comercios. Salvo esto, al negocio le venían bien sus excesos.
De todos esos parroquianos había uno en especial, Manolo, el más asiduo, cada vez que iba al bar no se retiraba hasta quedar como una cuba, según él, controlaba, según los demás era un borrachín de tantos que pululaban por ahí.
Solía situarse a un costado de la barra y ahí se quedaba todo el tiempo que estuviera abierto el negocio, sin embargo, tenía un problema, no bien se emborrachaba podía resultar pesado e incluso grosero, parecía alguien completamente diferente, era otro, sin duda, el alcohol lo transformaba.
Cuando pensaba en este tipo le venía una sensación extraña, se preguntaba si no tenía nada más que hacer que estar ahí metido todo el día, ¿no tendría familia?
—Hoy abres más temprano que de costumbre.
—Ya sabes, cambio de temporada.
—Sí, cierto, soy malísimo para situarme.
—No te preocupes, los días no ayudan.
—Ponme otra birra, la que me pusiste estuvo muy buena…
Si tuviera la suficiente confianza, podría decirle que había más formas de divertirse. En la ciudad la oferta de ocio era tan diversa que se podía variar constantemente, no estar metido en un sitio anodino, porque así era el bar, un lugar monótono, sin nada especial para admirar.
—¿Por qué se acaba tan pronto la birra?
—¿Será porque tienes sed?
—Sí, será por eso. La única que dura más o menos lo esperado es la primera, las demás me las acabo en dos sorbos.
—Es tu percepción, para mí duran lo mismo.
—Seguro, ya te dije, soy malísimo para…
—Te entiendo, cada uno tiene sus taras.