Creatividad
Solo una señal
Había estado de paseo todo el día, entre ruinas, edificios y demás sitios históricos que le recomendaron visitar.
A primera hora, tras salir del hotel, un tipo se le acercó y, de forma casi amigable, le indicó que podía conseguirle buenos descuentos para recorrer la ciudad, solo tenía que pagarle por adelantado y, con ello, le aseguraba un pase para todos los monumentos, incluido el casco medieval.
Al inicio desconfió, pero la insistencia del desconocido hizo que no pudiera negarse. Este intermediario le entregó una tarjeta, una en donde estaba escrito, a mano alzada, su nombre junto a un número de teléfono. Con una señal tan clara nadie dudaría de sus palabras.
Y ahí estaba, esperando a alguien que no conocía de nada, con un pedazo de cartulina como único comprobante de su compra.
Mientras esperaba, se puso a recorrer la plaza, el nombre de la misma era difícil, intentó vocalizarlo, sin conseguirlo. Solo logró, a pesar de sus buenas intenciones, dar una exhibición digna de un sainete, alguna persona que pasó a su lado soltó una carcajada al oír tal esperpento. Los apelativos en idiomas extranjeros eran así, resultaba imposible aprenderlos, se pasaban las de Caín para memorizar su correcta pronunciación.
Para hacer realidad ese viaje —recordó-, tuvo que hacer una serie de cambios, juntar días de descanso y hacer favores a sus compañeros.
Por un tiempo se convirtió en el comodín para todo aquel que tuviera inconvenientes en el trabajo, si alguien tenía que ir al médico, se ofrecía a suplirlo, si no podía asistir a causa de un dolor, intempestivo, de estómago o de cabeza, de esos que no permiten hacer nada, estaba presto a colaborar y más aún, si le requerían para abrir las puertas del almacén, no tenía problemas con madrugar. Estos factores hicieron que se convirtiera en un tipo sumamente valorado, era el trabajador ideal, encajaba a la perfección dentro del sistema, nunca reclamaba, acataba las órdenes y, si tenía que hacer horas extras, las cumplía sin rechistar.
Cualquier sacrificio valía la pena —sostenía—, además, hacía todo esto para ir a visitar aquel país del que le hablaron en una oportunidad.
Le contaron que caminar por sus calles era como atravesar un museo, cada esquina, cada acera, incluso sus piedras tenían una larga historia que venía sustentada en la cantidad de libros que la habían inspirado y él había consultado, no todos, pero sí unos cuantos. Todo eso, en conjunto, hizo que creciera exponencialmente su interés por viajar, una cosa extraña en él, pues casi siempre rehuía cualquier tipo de invitación que requiriera desplazarse más allá de las fronteras de su patria.
Los viajes no eran lo suyo —se decía—, cuando caían en sus manos algunas guías turísticas, le parecían estar sustentadas en una afición que era una pérdida de tiempo, con lo bien que se estaba en casita. Si quería conocer un país podía encontrar mucha información en la Red, no había nada que no se pudiera encontrar ahí, eso y su imaginación, eran elementos que, mezclados, le generaban una experiencia satisfactoria. Asimismo, su valor intrínseco se basaba en la inversión exigua que requería.
En varias conversaciones que tuvo siempre supo argumentar su posición. Era un rara avis, un bicho extraño dentro de su grupo, organizaban jornadas de esparcimiento, él prefería estar a lo suyo y lo suyo era vivir haciéndose pajas mentales.
Pobre tipo —decía alguno—, no entender que la vida es una y la estaba desperdiciando, ya que no le entraba en la cabeza la existencia de otras formas de divertirse, si estaban alejadas de sus preferencias, les ponía una cruz, tenían que ser de un modo y punto, así juzgaba lo que era pertinente o no. Su grupo, por el contrario, sí disfrutaba de la vida y para respaldarlo se remitían a sus pasaportes, con sellos de todas partes, eran felices.
Sin percatarse, de refilón, estaba pasando por el aro, ya no podría decir que era diferente, ahora engrosaría las filas de los viajeros, de los snobs a los que detestaba. Lamentablemente le pudo más la curiosidad que el mantener sus costumbres, cumplidas a rajatabla durante muchos años.
Después de llevar a cabo su cometido, consiguió los días que necesitaba, investigando supo que eran necesarios como mínimo…, de ahí devenía su interés.
Cuando estuvo en el lugar, sintió que había hecho realidad una gran empresa, se enorgullecía de su temple, cumplió la bitácora marcada, aunque esto le generara problemas en el futuro. Ahora sus compañeros tenían una buena imagen de él y sería complicado mantenerla, este sería un asunto a resolver cuando estuviera de vuelta, por lo pronto, solo se centraría en disfrutar y corroborar si era verdad todo lo que había leído.
Revisó el pedazo de papel, si seguía demorándose el tipo aquel llamaría al número anotado… no lo hizo, aún era pronto, le concedería unos minutos más.
Durante el paseo por la plaza, cerca de una de las esquinas, se le acercó un chico, este le dijo que, por la tarde, en ese sitio, se realizaban distintas representaciones teatrales, añadió que le podía dar facilidades para tener una buena ubicación. Otro intermediario —se dijo entre dientes—.
El elenco era diverso, conformado por gente de diferentes partes del mundo, no eran profesionales —le indicó—, pero daban lo mejor de sí. A pesar de sus limitaciones, sus performances llenaban el ojo del espectador, para muestra tenía un artículo que reseñaba su buen actuar —metió la mano en su bolsillo y sacó un recorte de periódico—. No dudaba que fueran verdad sus palabras, mientras seguía escuchando su discurso, manipulaba la tarjeta que tenía, a la espera de las entradas encargadas.
Mitchel Ríos