Creatividad

Servicios Mínimos

Corría el año…, durante esa temporada estaba peleando por aprender a escribir ensayos y, en mis ratos libres, me sumergía en Internet. No era asiduo, pero me servía para evadirme, revisar artículos, entrar en chats, en pocas palabras, nada que me rompiera la cabeza.
—¿No te cansas de recordar?
—Remitirme al pasado me viene bien.
—Por eso vas con cara de tonto.
—Tú sabes que es solo para despistar.
—De tanto despistar parece tu cara de toda la vida.
—Esa es tu impresión, no la de los demás…
—Si te dijera lo que piensan los…
—No vivo pendiente de la opinión del resto.
—A veces, deberías.
—No es necesario.
—No eres una isla… ¿me entiendes?
—No.
Tenía que llegar pronto, era mejor tener fama de puntual que de lo contrario, sin embargo, como suele suceder en estos casos, cuando las cosas están saliendo mal, se tuercen aún más. Llegué a la estación y noté una mayor aglomeración de gente; hice como si estuviera pendiente de mis asuntos para que no me molestaran, pero ni ensimismándome logré dejar de lado el agobio, yo, en pie, apoyado en una de las paredes, miraba a todos lados, no podía dejar de pensar en el número inusual, a esas horas, de viandantes.
Me rompí la cabeza durante varios semestres, más en el mundo virtual, se me daba mejor escribir, pude conseguir un mejor dominio, la maleabilidad del lenguaje en ese ámbito era adecuado para mi modo de expresarme, me permitía utilizar diferentes registros, gracias a estar detrás de un computador, comunicarme desde las sombras.
—¿Qué sientes cuando ves a alguien de tu edad consiguiendo cosas que tú jamás tendrás?
—No me comparo con nadie, no me gusta perder el tiempo.
—No hablo mal, simplemente me refiero a pensar en las cosas que se podrían…
—Estoy en donde tengo que estar, ni más ni menos. Los logros que he obtenido son míos, no están en relación a los de nadie.
—Eso es una pamplina.
—Para nada, ¿qué sentido tiene andar comparándose?
—A algunos nos sirve para esforzarnos más.
—En mi caso no es así.
—Parece que siempre tienes las cosas claras.
Me fijé en el suelo, había un papel escrito, por el tamaño semejaba uno de esos que te entregan en la puerta de entrada de cualquier lugar concurrido. Quise cogerlo; no pude, tenía el pie de un tipo encima, solo me quedaba esperar a que se moviera o bajara en la siguiente estación.
Para comunicarme era necesario calar a mi interlocutor, por eso soltaba frases, cruzaba un par de oraciones, de ese modo podía notar la reacción, todo por pasar el rato.
—Trato de tener presente lo que no me gusta, de ese modo soy diferente…
—Yo no, soy distinto y punto.
—Pero es mejor estar siempre observándose en el espejo, de ese modo uno no se desvía del camino.
—No es cuestión de desviarse, es cuestión de encarar las circunstancias y decirles: no soy cómo tú, nunca seré como tú…
—Pero no te das cuenta que haciendo eso le das más importancia de las que se merece…
—No es dar importancia, es simplemente tener claro lo que no quiero ser.
—Como siempre, lo flipas.
—A veces, eres un poco… con tus afirmaciones.
—Sí, seguro.
—Todo lo solucionas con una sonrisa.
—¿Quieres que me enfade?
—No, no, dije que eres… porque sé que no te vas a molestar, si fuera así, ni de coña lo haría.
—Me conoces un poco…
—Pero solo un poco.
Dos estaciones después de mis cálculos pude coger el papel, ahí estaba la respuesta. Se indicaban unos servicios mínimos.
No sé a qué se debían las constantes huelgas, hasta donde tenía conocimiento, el servicio había mejorado por la preocupación del ayuntamiento. Tendría que informarme un poco para poder tener un juicio más certero, no obstante, era una putada la incomodidad que provocaban.
Todo era para pasar el rato hasta que, de repente, se cruzó alguien en mi camino, en ese momento los chistes quedaron de lado, el fingir y el preocuparme por escribir siempre lo que la otra parte quería leer, también. Desde ese instante podía ser yo, sin caretas, sin mentiras. Dejé de lado el no tomar en serio nada. A pesar del huso horario distinto. Con la constancia, esa diferencia quedó de lado, el número de horas podía pasar de 7 en verano a 6 en invierno. Cuando eran siete horas mi espera era menor, las charlas empezaban más temprano.
—Es mejor cuando hago las bromas justas.
—Cierto…
—… cuando estoy con la boca cerrada.
—No te diré lo que debes hacer.
—A veces me paso unos cuantos pueblos cuando estoy de coña.
—Si lo sabes, ¿por qué lo haces?
—Me dejo llevar por el momento.
—Pues no deberías, las bromas pesadas no siempre sientan bien.
—De eso me estoy dando cuenta.
—Ten presente el mal humor que ocasionas.
—Sí, las cosas se salen de las manos, si pudiera volver en el tiempo no diría nada.
—Para tu mala suerte, eso es imposible, no hay vuelta atrás.

Mitchel Ríos

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